enero 22, 2019
La mayoría hemos oído el dicho: «Solo se vive una vez». Las estrellas de la música y los famosos han hecho de ello un slogan. Dicen YOLO (por sus siglas en inglés) y utilizan la frase para animar a la gente a hacer locuras o arriesgarse, porque a fin de cuentas, «solo se vive una vez».
Es una idea atractiva. ¿Para qué preocuparse del futuro? ¿Para qué consentir en responsabilizarnos de las decisiones que tomamos cuando podemos hacer como si no importaran? ¿Por qué no preocuparnos exclusivamente de lo que nos proporciona felicidad en este momento?
La verdad es que a la larga nos damos cuenta de que la vida no es así y nos toca empezar a pagar las consecuencias de decisiones tomadas en etapas anteriores. En la mayoría de los casos quienes se han regido por ese lema llegan a un punto en que les gustaría haber tenido una visión de largo plazo un poco antes.
Ya que no tenemos sino una vida, ¿qué vamos a hacer con ella? ¿Qué recuerdo de nosotros queremos dejar para la posteridad? ¿Qué clase de vida queremos llevar que nos enorgullezca si la miramos en retrospectiva? La muy conocida locución latina carpe diem —«aprovecha la ocasión»— tiene una carga positiva. Sigue la misma lógica de «solo se vive una vez», salvo que en lugar de hacer de ello un pretexto para cometer locuras y vivir el presente —los que llamaré días YOLO— sin considerar las consecuencias, significa ir más lejos, hacer más y no desperdiciar el día —los que llamaré días carpe diem—.
Un ejemplo clásico que me viene a la memoria es la parábola de Jesús de los dos hombres que construían casas: uno edificó sobre la arena y el otro sobre la roca[1]. Aunque no soy constructora, me imagino que sería mucho más rápido construir sobre la arena. El suelo es blando y fácil de excavar. Probablemente es mucho más rápido levantar un edificio sobre un suelo así que sobre materiales sólidos como la roca. Tal vez el que edificó en la arena tenía lugares geniales donde estar y muchas más diversiones pendientes, por lo que le interesaba terminar su construcción y… a otra cosa mariposa. «Solo se vive una vez» —me lo imagino diciendo—. «No quiero perder mucho tiempo trabajando.»
El otro sabía que si lo hacía bien la primera vez, duraría más. Se aseguró de construir sobre cimientos duraderos.
Dicho y hecho, como narra el relato, cuando cayó la lluvia y sopló el viento, la casa levantada sobre la arena se derrumbó. El señor Arena tuvo que empezar todo de nuevo mientras que el señor Roca se instalaba en su cálida morada a resguardo de la tormenta.
Aprovechar el momento porque tenemos una sola vida significa vivirla a plenitud. Quiere decir tomar decisiones de las que luego te sientas orgulloso, no solo en cuanto a logros materiales, sino también en cuanto a las amistades que has forjado, la gentileza que demostraste a los demás, las vidas en las que influiste de alguna forma y los recuerdos que creaste. Por esas cosas te recordarán los demás.
Jesús dijo: «He venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia»[2]. Quiere que vivenciemos el amor de Dios y las muchas bendiciones que nos concede cada día. Su intención es que hagamos algo positivo con la vida que nos ha otorgado.
No dejes que la vida se te pase de largo. Sácale el mejor partido posible, de manera que al volver la mirada te sientas satisfecho con lo que lograste. Nina Kole
Diríase que a la mayoría de las personas se las puede clasificar en tres grandes grupos según su grado de dedicación y de iniciativa, su ética de trabajo y su rendimiento.
Los que dan lo menos posible, los que miden lo que dan y los que lo dan todo. Los primeros hacen lo mínimo permitido. Los segundos se esfuerzan lo justo para mantener el statu quo. Los terceros, en cambio, están dispuestos a dar todo de sí y se concentran en reducir la distancia que los separa de la meta aunque sepan que eso les demandará tiempo y energías.
Los que lo dan todo de sí toman la iniciativa, son proactivos y los primeros en atender a una necesidad o adaptarse a circunstancias cambiantes. Se esfuerzan al máximo en todo lo que emprenden. No es de sorprenderse, pues, que ese tipo de personas generalmente tenga más éxito que sus colegas menos entregados.
Los que se entregan a la labor no andan mirando el reloj. Están dispuestos a trabajar ardua y largamente, dentro de límites prudenciales, y muchas veces en condiciones que distan mucho de ser ideales. Rezan los proverbios bíblicos: «El alma del perezoso desea, y nada alcanza; mas el alma de los diligentes será prosperada»[3] y «El perezoso no ara a causa del invierno; pedirá, pues, en la siega, y no hallará»[4]. El que rinde al máximo de sus capacidades busca además ocasiones de contribuir al bien común, para no solo lograr su propio trabajo, sino ayudar también a los demás a realizar el suyo.
Si aspiramos a dar lo máximo es de capital importancia que tengamos buenos hábitos de trabajo y que seamos disciplinados. Debemos buscar oportunidades de renovar nuestro compromiso con la excelencia, exigiéndonos más con el objeto de superarnos y progresar. Cabe mencionar entre los buenos hábitos de trabajo, planificar con anticipación, jerarquizar las tareas, delegar con buen criterio, aprender de los errores y tener una actitud flexible.
Los que se emplean al máximo trabajan duro, pero tienen el criterio para entender que por sí solos no obtendrán el mejor resultado posible y poseen además la dosis necesaria de humildad para pedir ayuda. Comparten la carga con Dios haciéndolo partícipe en cada fase de sus emprendimientos. Saben que la inspiración, la agudeza y las fuerzas que aporta Dios les permiten llegar mucho más lejos que si actuaran por su cuenta. Creen en la eficacia de la oración y entienden que Dios puede ayudarlos a alcanzar su objetivo, aun —y sobre todo— cuando las circunstancias los sobrepasan. Le piden Su bendición antes de dar ningún paso, siguen Sus indicaciones y confían en que Él hará lo que está fuera del alcance de ellos. Ronan Keane
Tenemos que estar dispuestos a elevar anclas y hacernos a la mar sabiendo que jamás retornaremos a las costas del ayer. Esa es la única manera en que descubriremos las nuevas tierras de oportunidad que el Señor nos ha prometido. Hay ocasiones en la vida de cada uno de nosotros en que tenemos que acceder a desprendernos de lo que nos pide y asir las cosas nuevas que Él nos depara para hoy y para el mañana.
A cada uno de nosotros se nos presentarán a lo largo de la vida oportunidades de probar cosas inéditas. ¡Existen nuevas oportunidades, métodos y vocaciones que jamás descubrirás o develarás si no dejas atrás parte de lo viejo y zarpas en pos de lo nuevo! Para emprender algo nuevo hacen falta horizontes, fe, iniciativa y valor.
Tal vez no te parezca que estás embarcándote en nada nuevo en este momento, pero si tienes horizontes, fe, iniciativa y valor, entonces tienes espíritu de emprendimiento. Aunque últimamente no hayas ejercitado mucho esas cualidades, nunca es tarde para aventurarte por fe y atravesar una nueva puerta de oportunidad que el Señor haya puesto delante de ti.
Como dijo una vez el Señor en profecía: «Accede a ser un pionero en espíritu. Ser pionero significa tener fe para ir más allá de lo que eres en este momento o de donde te encuentras hoy, con miras a llegar a ser y hacer lo que Yo he dispuesto que seas y hagas. Al principio el proceso de emprender nuevos rumbos y aventurarse hacia lo nuevo puede ser costoso, pero conducirá al descubrimiento de nuevos horizontes y tierras de promisión y abundante fruto». Peter Amsterdam
Publicado en Áncora en enero de 2019.
Copyright © 2024 The Family International