enero 17, 2019
Dios hará los arreglos necesarios de modo que nuestra felicidad sea perfecta en el Cielo. Y si para ello mi perro debe estar allí, creo que así será. Billy Graham
Las mascotas son compañeros, ayudantes y fuente de consuelo en tiempos difíciles. Cuando mueren, el resultante sentimiento de pérdida puede ser muy doloroso. Quienes pasan por experiencias así, a menudo buscan respuestas y la esperanza de que no han perdido para siempre a la mascota que han querido tanto. Nuestra compasión y comprensión puede ayudarlos a acudir a Dios en busca de consuelo. Nuestras palabras pueden contribuir a que tengan confianza en que en el Cielo se volverán a reunir con sus amadas mascotas.
Creo que en el Cielo estará el mejor servicio de rescate de mascotas, pues Dios restaura Su creación a su perfección original. Aunque no podemos probar con pasajes de la Biblia que las mascotas van al Cielo, sabemos que Jesús nos ama y quiere que estemos contentos y felices en nuestro hogar eterno, celestial. Si en ese hogar eterno hay muchas otras cosas que son buenas y que conocimos en esta vida terrena, parece sensato que Dios incluya animales que han sido nuestros acompañantes y con los que hemos estado unidos.
En una conversación reciente, alguien empezó a decirme lo difícil que ha sido tener que sacrificar a su perro cuando ya era viejo. Por muchos años ese perro había sido su compañero muy querido. Lo había acompañado casi constantemente; había dormido junto a su cama y había sido el amigo con el que podía hablar cuando se sentía solo o deprimido. En un principio, el perro apareció de la nada en la puerta de su casa. El hombre estaba convencido de que Dios había enviado a su querida mascota en un momento en que él tenía gran necesidad de compañía y de amor incondicional.
Entre ellos se había formado un fuerte vínculo. La mascota fue para él motivo de orgullo y alegría; llegó a estar entre lo que más quería en este mundo. Me di cuenta de que la muerte del perro le causó una profunda pena, casi tanto como si hubiera sufrido la pérdida de un integrante de su familia.
Es cristiano y cree que estará en la otra vida. Sin embargo, no sabe si su mascota también estará en el Cielo. Eso dejó un vacío doliente en su corazón y una sensación de gran pérdida.
Le dije que creo que el amor ilimitado que Dios tiene por nosotros hace que nuestro hogar eterno sea un lugar donde se materializan todos nuestros sueños y deseos, lo que incluye reunirnos de nuevo con mascotas que en la Tierra significaron mucho para nosotros. Dios prometió concedernos los deseos de nuestro corazón, conforme nos deleitemos en Él[1].
Conté a mi amigo que hay quienes han tenido visiones en las que vieron a sus mascotas en el Cielo. Algunos, al tener una experiencia de vida después de la muerte, han visto a sus mascotas. Eso pareció quitarle una carga de encima y disminuir el sentimiento de pérdida que lo agobiaba.
Apoyar a quienes han perdido una querida mascota da oportunidad de estrechar lazos con ellos en momentos en que necesitan ayuda, el amor de Dios y la esperanza de lo que ese amor puede hacer. Nuestro gran privilegio —y deber— es brindarnos a los que necesiten consuelo y apoyo en una época de sufrimiento, y ofrecérselos en un contexto que satisfaga su necesidad.
En este relato se ve que hacer eso puede ser una gran ayuda:
Hace unas semanas, varios niños de nuestro barrio vivieron una experiencia dolorosa: la muerte repentina de su perrita Kalúa. Se decidió que Kalúa descansara a la sombra de un árbol en el jardín de su casa, junto a una hermosa estatua de un ángel, y en la mañana del sábado se celebraría una sencilla ceremonia en su honor. Me ofrecí a pronunciar unas palabras en el funeral para animar a los niños.
Nos reunimos en el jardín aquella bella mañana veraniega. Expliqué a los niños que el Cielo es tan real como nuestro mundo presente, pero mucho más bonito, y que después de esta vida iremos allí.
Expliqué que la Biblia no es del todo clara en cuanto a algunos detalles, pero que creo, al igual que muchos otros, que los miembros de una familia y los amigos íntimos que han partido antes que nosotros y están en el Cielo nos recibirán allí cuando lleguemos. Y también creo que habrá mascotas en el Cielo. Comenté que es posible que Pop Pop —el abuelo que murió el año pasado—, estuviera esperando a Kalúa y que ella podría quedarse en el hogar que tiene Pop Pop en el Cielo.
Después de esa pequeña charla cantamos un himno, pusimos flores en la tumba de Kalúa y terminamos con una oración. Todos los niños se despidieron y volvieron a sus ocupaciones habituales. Pero los adultos que habían asistido a la ceremonia se quedaron y no dejaban de darme las gracias. Comentaban que el funeral les había parecido muy hermoso, el mejor al que habían asistido.
Les di las gracias. Al principio pensé que lo decían solo por cortesía, pero a medida que proseguía la conversación me di cuenta de que también los había consolado al dar mi descripción del Cielo. Me di cuenta de que la gente sabe muy poco acerca del Cielo. Muchos no entienden que si aceptan la salvación de Dios por medio de Jesús se les abrirá de par en par la puerta cuando lleguen al Cielo.
Jesús dijo: «En la casa de Mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros»[2].
Como creyentes, todo pensamiento sobre el Cielo o la otra vida no debería infundirnos sino alegría y gratitud por haber recibido un regalo tan valioso. Martin McTeg[3]
Artículo publicado por primera vez en marzo de 2014. Texto adaptado y publicado de nuevo en enero de 2019.
[1] Salmo 37:4.
[2] Juan 14:2.
[3] El artículo de Martin McTeg se publicó en Reflexiones 427, en julio de 2008.
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