enero 14, 2019
Por toda la Biblia encontramos numerosas promesas de las recompensas que se darán a los fieles, tanto en esta vida como en la venidera. Sin embargo, ¿cuál es la esencia y propósito de esas promesas? ¿Cuál es la relación entre la vida que llevamos y las recompensas que recibiremos? ¿Hay una garantía de que cada uno de nosotros recibirá recompensas? La respuesta a estas y otras preguntas está en la Palabra de Dios. Echemos una mirada.
La Biblia habla de que todos los seres humanos serán juzgados individualmente, establece que todos los que han vivido se presentarán delante de Dios para que se les juzgue, tanto los salvos como los que no sean salvos. El apóstol Pablo declaró: Todos compareceremos ante el tribunal de Dios. […] De modo que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí mismo[1]. Todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea recompensado por sus hechos estando en el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea malo[2].
Como creyentes, nuestro juicio delante de Cristo no estará centrado en si seremos condenados por nuestros pecados, porque ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús[3]. Puesto que hemos aceptado a Jesús como nuestro Salvador, Dios nos ve como justos. Aunque seamos culpables de pecar contra Dios, Jesús mismo ha recibido el castigo por nuestros pecados y por lo tanto no somos juzgados ni condenados como culpables de dichos pecados.
Como hijos adoptados en la familia de Dios[4], perdonados y vistos por Dios como justos por medio del sacrificio de Jesús, no experimentaremos una separación de Dios, como es el caso de los que optaron por separarse de Dios en esta vida[5]. En cambio, eternamente viviremos en la presencia de Dios. Sin embargo, estaremos en el tribunal de Cristo, donde daremos cuenta de la vida que hayamos llevado y recibiremos lo que nos corresponde por lo que hemos hecho.
Así pues, aunque no somos condenados, rendiremos cuentas ante el Señor. El juicio de los hijos de Dios puede verse como una evaluación de nuestra vida y el momento en que se entregan o retienen varios grados de recompensa. Cada uno de nosotros estará delante de nuestro Salvador quien, como dice Pablo, sacará a la luz las cosas ocultas en las tinieblas y también pondrá de manifiesto los designios de los corazones. Entonces cada uno recibirá de parte de Dios la alabanza que le corresponda[6]. Cuando seamos juzgados, no recibiremos condenación, sino elogios, los que el Señor tenga a bien ofrecernos.
La Biblia señala que habrá grados de recompensas para quienes sean salvos y que las recompensas se relacionan con nuestra vida para Jesús.
Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si alguno edifica sobre este fundamento, y pone oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, u hojarasca, su obra podrá verse claramente; el día la pondrá al descubierto, y la obra de cada uno, sea la que sea, será revelada y probada por el fuego. Si lo que alguno sobreedificó permanece, ése recibirá su recompensa. Si lo que alguno sobreedificó se quema, ése sufrirá una pérdida, si bien él mismo se salvará, aunque como quien escapa del fuego[7].
Eso da a entender que no será la misma recompensa para todos los cristianos. Algunos descubrirán que aunque son salvos, la vida que llevaron no reflejó el amor de Dios, no vivieron de manera que llevaba fruto en su vida o en la de otras personas, y no acumularon tesoros en el cielo. La idea que se expresa en este pasaje es que la casa de alguien se incendia y se han quemado todas sus posesiones, pero la persona logra salir de la casa con vida. Hay pérdida, pero al mismo tiempo gratitud porque se ha salvado del incendio.
Lo que hacemos en nuestra vida marca la diferencia en la otra vida, ya que cada uno recibe lo que le corresponde por lo que ha hecho mientras se encontraba en el cuerpo[8]. Eso no significa que nuestras obras nos salvarán del juicio, solo la fe en Jesús puede hacerlo. Pero sí significa que después de recibir la salvación, la manera en que vivamos se toma en cuenta con respecto a las recompensas. Hay una expectativa de que nuestra fe en Cristo resultará en que nuestras obras y manera de vivir sean como las de Cristo. La manera en que vivimos es un indicador de nuestra relación personal con Cristo, y la manera en que esa relación personal se manifiesta en nuestra vida, carácter, decisiones, relaciones con los demás, etc., desempeña un papel en las recompensas que recibimos.
Jesús dijo: acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre destruyen, y donde ladrones no penetran ni roban; porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón[9]. Cuando vivimos nuestra fe aplicando las enseñanzas de Jesús, actuamos con amor y nos comportamos en obediencia a la Palabra de Dios, con el motivo correcto, seremos recompensados en el Cielo.
Nuestra motivación desempeña un papel en la recompensa que recibimos, como se atestigua en el Sermón de la Montaña. Jesús señaló que quienes hacen lo correcto con las motivaciones equivocadas ya recibieron su recompensa; da a entender que no serán recompensados por ello en la vida venidera.
En vez de ver las recompensas como pago por las cosas que hemos hecho para el Señor en esta vida, sería más apropiado considerarlas como un reconocimiento que hace el Señor de nuestro amor y nuestra obediencia a Su Palabra y de que vivimos como Él nos instruyó. Jesús dijo: «Si ustedes me aman, guardarán Mis mandamientos»[10]. En otras palabras, vivimos según las enseñanzas de Jesús, porque lo amamos. Las recompensas que Dios decida darnos, sean las que sean, en esta vida o en la próxima, no se ganan ni se merecen solo por nuestras obras, como tampoco nos ganamos el amor de Dios ni la salvación que ofrece. Las recompensas son las bendiciones que recibimos por vivir nuestro amor por el Señor.
La mayor recompensa es la bendición de tener una relación con nuestro Creador, el Dios de amor que nos ha salvado por medio del sacrificio de Su hijo; y ahora mismo, en esta vida, tenemos esa bendición. Para los creyentes, la mayor recompensa es que el Señor está presente en nuestra vida.
El concepto de recompensas celestiales no tiene nada que ver con la competición ni el orgullo que proviene de ello. No es como si trabajáramos arduamente para el Señor en esta vida a fin de llegar a ser una celebridad en el Cielo, mientras que otros serán sirvientes de la casa. Y no estaremos tristes ni nos lamentaremos por pensar que nuestras recompensas son menores que las de otra persona.
Este pasaje expresa bien el concepto:
Aunque pueden existir [grados de recompensas], los que estén en el Cielo serán glorificados, y sus valores serán completamente distintos de los valores terrenales. No habrá envidia ni celos, sino más bien alabanza. No dirán: «¿Por qué recibiste más recompensas que yo?»; lo más probable es que digan «es estupenda la manera en que permitiste que obrara en ti el poder del Señor». O bien: «Es asombroso que hayas soportado toda esa persecución por amor al Señor». Por fin, todos en el Cielo se darán cuenta de que las recompensas, como la salvación, provienen de la gracia de Dios, y le darán gloria en consecuencia[11].
La vida de nosotros los cristianos debe estar centrada en Dios, en vivir de manera que lo glorifique. Las recompensas que recibimos por vivir de esa manera se darán como un reconocimiento exterior del amor y obediencia a Dios que manifestamos por medio de la vida que llevamos. Nuestro amor por el Señor, la manera en que lo seguimos y le servimos, y nuestros actos para Su gloria, son factores que se toman en cuenta para las recompensas que se recibirán en el Cielo y en cierta medida también en esta vida. Nuestra meta no son las recompensas; es amar a Dios y vivir para Él. Nos esforzamos al máximo cuando entendemos que Dios mismo es nuestra mayor recompensa.
Artículo publicado por primera vez en agosto de 2014. Texto adaptado y publicado de nuevo en enero de 2019.
[1] Romanos 14:10,12.
[2] 2 Corintios 5:10.
[3] Romanos 8:1.
[4] Gálatas 4:4-7.
[5] James Leo Garrett, hijo, Systematic Theology, Biblical, Historical, and Evangelical, tomo 1 (N. Richland Hills: BIBAL Press, 2000), 858.
[6] 1 Corintios 4:5.
[7] 1 Corintios 3:11–15 (RVC).
[8] 2 Corintios 5:10 (NVI).
[9] Mateo 6:20-21.
[10] Juan 14:15.
[11] T. D. Alexander y B. S. Rosner, editores, New Dictionary of Biblical Theology (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2000).
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