diciembre 24, 2018
A medianoche, bajo un cielo estrellado, aquellos ángeles descorrieron el telón del cielo como quien le arranca el envoltorio a un reluciente regalo de Navidad. Entonces, mientras del cielo emanaban luz y amor como aguas de una represa rajada, los ángeles irrumpieron en cánticos anunciando que había nacido el niño Jesús. ¡El mundo tenía Salvador! Las profecías de cientos de años antes se habían cumplido. Los ángeles las llamaron «buenas nuevas», e indudablemente lo fueron. Larry Libby
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En Navidad es estupendo pensar en el pesebre, los ángeles y en la noche en que Jesús vino al mundo. Es un pensamiento en el que nos concentramos por unas semanas en la temporada navideña, y es posible que hasta reflexionemos en ello de vez en cuando durante el año.
Pero esa fue solo una parte de algo mucho más grande. Jesús no vino al mundo únicamente para que los ángeles lo vitorearan. No vino aquí solo para vivir. Es más, no vino a este mundo exclusivamente para nacer, vivir en la tierra, morir por nuestros pecados y resucitar. Todo eso es muy importante como punto de partida en la inmensidad de la eternidad. Desde los pocos años que Jesús vivió en la Tierra, tanto Él como el Espíritu Santo han acompañado a todo aquel que quiere acercarse más a Él. Jesús responde a nuestros clamores; lo hace día tras día, persona por persona, y para buscar y salvar a los perdidos[1].
La paciencia de Dios jamás se acaba cuando manejamos algo con torpeza, avanzamos dando traspiés o nos alejamos sin rumbo y nos metemos en problemas. Dios siempre está listo para responder a nuestras peticiones, mientras con suavidad y a un ritmo constante nos lleva de vuelta al camino. Tanto Él como el Espíritu Santo se encargan de todo detalle de tu vida y de la mía; y Él se ha comprometido con nosotros para siempre.
Jesús está comprometido con esto a largo plazo. ¿Y tú?
Como cristianos, podemos estar inmersos en todo lo que es la Navidad, las festividades, la fraternidad y el afecto; sin embargo, una vez que la Navidad se termina y se apagan las luces de colores y los villancicos cesan, ¿qué podemos hacer que siga siendo una expresión de nuestro amor por el Señor?
Uno de los mejores regalos que podemos hacer a Jesús es compartir con los demás Su regalo de salvación, ofreciéndoles Su verdad y amor a los que pasan dificultades y están perdidos. ¿Qué podemos hacer para no perder la motivación de continuar dando testimonio de Él a los demás? Esa motivación de dar a los demás lo que tenemos puede venir al ver las muchas bendiciones que Jesús nos ha dado, y al tener presente el vacío en la vida de quienes todavía no lo han conocido.
Podemos esperar las alegrías y las maravillas del Cielo y experimentar el consuelo de Su Espíritu Santo en épocas de dificultades, mientras que muchos enfrentan batallas sin fin para hallar propósito y saber que vale la pena vivir.
Tenemos Su amor incondicional y una conexión con la fuente de toda la vida, en comparación con la confusión y el vacío doloroso de tantas personas que jamás podría llenar todo lo que hay en este mundo.
Tenemos el perdón y la misericordia de aquel que nos vio en nuestro pecado y optó por sacrificarse a Sí mismo para darnos un nuevo comienzo con Él. Muchísimas personas se debaten bajo el peso de la culpa por errores que han cometido, y no saben cómo librarse de esas cargas.
Aunque lo que esté a nuestro alcance para ayudar a otros a encontrar el magnífico amor de Dios parezca pequeño comparado con la enorme necesidad, con el apoyo de Dios los resultados pueden ampliarse más allá de lo que podemos llegar a imaginar. Al fin y al cabo, así comenzó todo.
En parte, la maravilla de la Navidad es la magnitud de lo que resultó a partir de comienzos modestos. Lo que comenzó con un pequeñísimo bebé en un diminuto pesebre, en un pueblito de un minúsculo país, llegó a ser un regalo muy grande y que no termina para un número infinito de personas y por un tiempo inconmensurable.
¡Esa es la maravilla del amor de Dios!
Nuestra mente no lo puede comprender todo. Sin embargo, es nuestro. Dios se comprometió con nosotros sin fin y sin límite. A medida que abran el corazón a Jesús las personas a las que les hablemos de Él, podemos prometerles que estarán eternamente en la inmensidad de Su amor por nosotros y por ellos. De repente, incluso el espectáculo de los cielos aquella noche en que se llenó de ángeles parece algo minúsculo en comparación con las maravillas que Dios mismo vino a la Tierra a entregarnos personalmente a ti y a mí. María Fontaine
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Ninguno de nosotros puede llegar a comprender lo maravilloso que es Dios Padre. Hasta tal punto escapa de nuestra comprensión que tuvo que crear un Ser capaz de enseñarnos Su amor, alguien que estuviera en nuestro mismo terreno, a quien pudiéramos ver, a quien alcanzáramos a percibir con los sentidos, que bajara a Dios y lo pusiera a la altura de nuestro entendimiento, un Hombre que fuera como Él, a quien llamó Su Hijo.
Dios entregó Su amor al mundo entero. No obstante, te ama tanto que te concedió Su más valiosa posesión, lo que más amaba, a «Su Hijo unigénito», para que tú llegaras a tener vida eterna[2]. Te ama con mayor intensidad y profundidad de lo que se puede expresar con palabras. No hay forma de comprender el amor de Dios; es demasiado grande, sobrepasa todo entendimiento[3]. No puedes hacer otra cosa que acogerlo y sentirlo en tu corazón.
Precisamente para eso vino Jesús al mundo: para que llegases a conocer el amor de Su Padre. ¡Para eso fue! David Brandt Berg
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Querido Señor: Esta Navidad brilla con el resplandor de Tu más preciado regalo de amor y luz. Que esa luz ilumine nuestros corazones y resplandezca en nuestras palabras y nuestros dichos. Que la esperanza, la paz, el gozo y el amor que representa el nacimiento de Belén llenen nuestra vida y pasen a formar parte de todo lo que digamos y hagamos. Que podamos compartir la vida de Tu hijo Jesucristo, de la misma manera en que Él se dio a sí mismo para compartir nuestra humanidad. Richard J. Fairchild, adaptado
Publicado en Áncora en diciembre de 2018.
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