noviembre 27, 2018
Recuerdo que en mi niñez el dinero escaseaba. Nunca pasé verdadera necesidad, pero tampoco tenía tanto como para poder regalar una suma sin notarlo.
En cierta ocasión, un indigente se me acercó a pedirme limosna. En aquel entonces yo tenía 17 años. Desde muy joven mis padres me habían enseñado que la generosidad nos es recompensada. De modo que mentalmente hice el cálculo de cuánto dinero necesitaría para volver a casa en tren y le di lo que me sobraba, equivalente a unos 7 dólares. Me duele admitirlo, pero me costó mucho regalarle el poco dinero de bolsillo que tenía. Si bien no podría decir que obtuve tantos dólares por haber dado aquellos 7, sé que a lo largo de los años he recibido mucho a cambio, suficiente como para creer firmemente en la ley de la retribución.
Jesús la expresó de la siguiente manera: «Den, y recibirán. Lo que den a otros les será devuelto por completo: apretado, sacudido para que haya lugar para más, desbordante y derramado sobre el regazo. La cantidad que den determinará la cantidad que recibirán a cambio»[1].
Cabe notar que no dice que la cantidad que se reciba a cambio vaya a ser la misma que se entregó. Dice que esta determinará la cantidad que se reciba. La verdad es que con frecuencia lo que recibimos es más que lo que hemos dado, como en el caso del niño que entregó a Jesús su almuerzo[2]. Había una necesidad —5.000 personas con hambre— y había un jovencito con una ofrenda de cinco panes y dos peces. Lo que él aportó no era gran cosa; ¡pero hay que ver lo que hizo Jesús con ello!
A mi sobrino de dos añitos le encanta regalarme su comida. Coma lo que coma, le guste o no le guste, siempre insiste en que yo lo pruebe, hasta las papas fritas, que le fascinan, o su helado favorito. Su aparente confianza en que siempre podrá tener más se lo hace fácil. Los adultos, en cambio, sabemos que las cosas se acaban; por eso se nos hace más difícil practicar la generosidad.
Precisamente en esos momentos en que pensamos que no nos queda ni una migaja de bondad, de compasión, de tiempo o de lo que sea, conviene que recordemos que Dios tiene abundantes reservas y que a Él no le preocupa que se vayan a acabar. Roald Watterson
«Recuerden esto: El que siembra escasamente, escasamente cosechará, y el que siembra en abundancia, en abundancia cosechará. Cada uno debe dar según lo que ha decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría». 2 Corintios 9:6–7[3]
El principio de la siembra y la cosecha se aplica a todos los aspectos de la vida, no solo al económico. Lo que siembres en la vida, lo cosecharás. Lo que deposites te será devuelto. Si siembras críticas en la vida, cosecharás críticas de otras personas. Si siembras amabilidad, cosecharás amabilidad. Es la ley de la cosecha. Si plantas semillas de manzana, no obtendrás peras sino manzanas. Si siembras con generosidad, cosecharás generosidad.
Este es el principio de la cosecha: siempre que tengas una necesidad, planta una semilla. Cuando un granjero mira sus campos estériles, no se queja. Simplemente sale y comienza a sembrar alguna semilla. Si solo tiene un poco de semilla, puede guardarla o darla. Si se la queda, eso es lo único que tiene. Si la regala, Dios la multiplicará. Y esto es lo sorprendente: no solo cosechamos lo que sembramos. Siempre cosechamos más de lo que sembramos.
Dios así lo estableció porque quiere que nos volvamos como Él. Dios es un dador. La única forma en que alguna vez seremos como Él es aprendiendo a ser generosos. Cuando uno es tacaño, es como el Diablo. Cuando uno es generoso, es como Dios. Cuando damos, Dios lo multiplica.
Suena ilógico: dar cuando tenemos una necesidad para recibir más a cambio. Pero por eso requiere fe. Dios dice que la forma de obtener es dando, no aferrándonos a lo que tenemos. Rick Warren[4]
Una niña lloraba cerca de una pequeña iglesia donde la habían rechazado porque «no tenían espacio» para ella. «No puedo ir a la catequesis dominical», le dijo al pastor llorando cuando lo vio pasar. Al ver su apariencia descuidada, el pastor adivinó la razón y, tomándola de la mano, la llevó adentro y encontró un lugar para ella en la clase de la escuela dominical. La niña se conmovió tanto que se acostó esa noche pensando en los niños que no tienen un lugar para adorar a Jesús.
Unos dos años después, esa niña yacía muerta en uno de los edificios de viviendas pobres y los padres llamaron al cariñoso pastor, que se había hecho amigo de su hija, para pedirle que se ocupara de los arreglos finales. Mientras movían su pobre y pequeño cuerpo, apareció una cartera desgastada y arrugada que parecía haber salido de un basurero. En el interior se encontraron 57 centavos y una nota escrita con letra infantil que decía: «Esto es para ayudar a agrandar la pequeña iglesia para que puedan asistir más niños a la escuela dominical».
Había ahorrado durante dos años para dar esta ofrenda de amor. Cuando el pastor leyó esa nota con lágrimas en los ojos, supo al instante lo que haría. Llevó la nota y el desgastado monedero rojo al púlpito y contó la historia del desinteresado amor y devoción de la niña. Desafió a sus diáconos a entrar en acción y recaudar suficiente dinero para agrandar el edificio. Pero ese no es el fin de la historia.
Un periódico se enteró de la historia y la publicó. Un agente de bienes raíces leyó el artículo y les ofreció una parcela de tierra de mucho valor. Cuando le comentaron que la iglesia no podía pagar tanto, el agente de bienes raíces se la ofreció por 57 centavos.
Los miembros de la iglesia hicieron muchas suscripciones. Los cheques venían de todas partes. En cinco años, el donativo de la niña había aumentado a 250.000 dólares, una suma enorme para ese tiempo (el comienzo del siglo XX). Su amor desinteresado había dado grandes dividendos.
Cuando se encuentre en la ciudad de Filadelfia, busque la Iglesia Bautista del Templo, cuya capacidad es para 3.300 personas, y la Universidad del Templo, donde se capacitan cientos de estudiantes. También eche un vistazo al Hospital Good Samaritan y al edificio de la escuela dominical que tiene capacidad para cientos de becarios dominicales, para que ningún niño de la zona se quede fuera a la hora de la catequesis dominical.
En una de las habitaciones de ese edificio se puede ver la imagen del dulce rostro de la niña cuyos 57 centavos, ahorrados de manera tan sacrificada, hicieron tan destacada historia. Junto a él hay un retrato de su amable pastor, el Dr. Russell H. Conwell. Relato verídico, aportado por Kay McCrary
Publicado en Áncora en noviembre de 2018.
[1] Lucas 6:38 (NTV).
[2] Juan 6:9–13.
[3] NVI.
[4] https://www.crosswalk.com/devotionals/daily-hope-with-rick-warren/daily-hope-with-rick-warren-august-17-2017.html.
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