Una lengua sin control

octubre 25, 2018

Virginia Brandt Berg

[The Uncontrolled Tongue]

Hay algo muy pequeño en mi casa y en la tuya que causa más problemas que todas las enfermedades, dificultades económicas y tormentas de la vida. Se trata de una cosa muy pequeña; mide unos siete centímetros de largo y cinco de ancho, pero puede desatar el caos y arruinar todo un día cuando anda suelta.

Me parece que has adivinado qué es: una lengua que anda fuera de control. Una lengua hiriente o resentida. Una lengua que hace comentarios duros y críticos. No hay diferencia entre hombre o mujer cuando se pierde el control de la lengua: todo el mundo sufre. Ello demuestra que la Palabra de Dios es más cierta que nunca, tal como nos indica el precioso pasaje de la tercera epístola de Santiago:

«Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. Todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende de palabra, es una persona perfecta, capaz también de refrenar todo el cuerpo. He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan y dirigimos así todo su cuerpo.

»Mirad también las naves: aunque tan grandes y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.

»Toda naturaleza de bestias, de aves, de serpientes y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Dios y Padre y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Del mismo modo, ninguna fuente puede dar agua salada y dulce.»[1]

Cabe destacar el siguiente párrafo: «De una misma boca proceden bendición y maldición. […] Esto no debe ser así». Hace bastante tiempo recibí una carta que leía:

«¿Tienes sugerencias sobre cómo lidiar con la siguiente dificultad? No entiendo por qué en la oficina soy amable y paciente con todo el mundo. Pareciera que nunca me pongo de mal humor. De hecho, en la oficina se me conoce por ser una persona bastante buena. Pero por algún motivo, pierdo los estribos con facilidad en mi casa. Los niños me colman la paciencia, en particular uno que me saca de quicio. En la oficina, la iglesia y los demás lugares ajenos a mi hogar me llevo muy bien con otros. Soy un miembro respetado de mi iglesia, y en todos esos lugares me resulta fácil ser amable. ¿A qué se debe? ¿Qué tiene el hogar que tanto me enoja?»

Pues bien, tuve que responder —y me pareció que debía responder con franqueza— que el verdadero carácter de un hombre no se pone a prueba en la calle, en la oficina o en la iglesia, sino en su casa. Uno puede determinar la clase de persona que alguien es, y si de verdad vive su religión, por la manera en que se comporta dentro de su hogar.

Alguien sabio dijo: «El hombre se despoja de su máscara dentro de su hogar, y solo entonces se determina si es un héroe o un farsante». En mis años de servicio he descubierto que esa falta de amabilidad y cortesía es bastante común. El apóstol Pedro dijo: «Sed compasivos»[2], porque sabía, al igual que tú y yo, que muchos cristianos se enorgullecen de su brusquedad. Les he escuchado decir: «Mira, soy una persona muy franca, hablo sin rodeos». Pero la verdad es que a menudo se comportan de manera grosera y descortés.

Dicha característica puede causar graves disgustos dentro del hogar. Es probable que el marido ame a su esposa con todo su corazón, pero si le habla a gritos y con amargura, la lastimará profundamente y causará daños en la relación familiar. Y si la mujer no es dulce y gentil, sino que procura imponerse y se dirige a él de malos modos, es probable que acabe con la relación. Es que es muy fácil trastornar el humor de los demás cada día y hacer que el marido se marche al trabajo con el corazón roto.

¿En su hogar se presentan numerosas disputas y disensiones? Eso no sucede así porque sí. Alguien tiene la culpa de ello. A lo mejor deberíamos fijarnos más en nuestro comportamiento. Uno de mis poemas favoritos fue escrito por Margaret Sangster. Ha creado muchos escritos hermosos:

De haber sabido en la mañana
que en el curso del día me pesarían
y rondarían sin cesar en mi mente
las palabras malintencionadas
que te dije al despedirnos,
habría tenido más cuidado, cariño.
Te habría evitado el dolor innecesario,
pero a «los nuestros» les dedicamos
miradas crueles y palabras mordaces
que nunca podremos deshacer.

Porque aunque en la tranquilidad de la tarde
me des el beso de la paz,
es muy probable que,
para mí,
nunca cese el dolor en el corazón.
Tantos dejan el hogar en la mañana
para nunca volver en la noche;
los corazones rotos
por las duras palabras dichas
que el dolor no podrá reparar.

Recibimos con cariño al extraño
y sonreímos al huésped ocasional,
pero es común que a «los nuestros»
dediquemos un tono mordaz,
aunque los amemos sin igual.
La sonrisa con mueca impaciente,
el ceño fruncido con desprecio,
es una suerte desdichada
que por la noche puede ser demasiado tarde
para deshacer las ofensas ocasionadas.

Es muy cierto: son las palabras desconsideradas y dichas sin pensar que brotan de nuestros labios. Uno podría decir: «¿Hay remedio para esto? ¿Hay alguna manera de superar todo ese rencor y falta de amabilidad? ¿Se puede llegar a superar ese dolor?»

El verdadero problema no reside en la lengua, sino en el corazón. Las palabras son solo el medio por el que la calidad de nuestro corazón se da a conocer a otras personas. Jesús nos enseñó que nuestras palabras revelan el carácter de nuestro corazón. Cualquiera que sea el estado del corazón, acompañará a nuestras palabras y se verá reflejado en ellas.

Alguien dijo que del alma brota un hilo invisible y que muestra su cualidad a través de las palabras. No hay manera en el cielo o en la tierra de cambiar esa cualidad excepto cambiando el espíritu del que proceden las palabras. Debe haber un cambio de corazón. Resulta imposible controlar la lengua. He visto a muchos intentarlo. La Palabra de Dios lo asegura, tal como leí hace un momento: «Ningún hombre puede domar la lengua». ¡Pero Dios sí puede! Él es todopoderoso; no hay nada imposible para Dios. Se puede lograr la victoria. Nuevamente, las Escrituras nos aseguran que para el hombre es imposible, pero que no hay nada imposible para Dios[3]. Por lo que puedes abrir el corazón a Él y someterte por completo a Su voluntad.

Pídele que entre en tu vida y la llene con Su Espíritu. Entonces será Dios el que hable a través de ti, y tus palabras serán como las describió el apóstol: palabras «sazonadas con sal»[4]. Lee la Palabra de Dios todos los días hasta lograr una relación íntima con el Señor Jesucristo para que —como dijo Jesús— «Mis Palabras vivan en ti»[5].

Cristo es la única fuente de todo amor, amabilidad y dulzura. Cuando Él toma posesión de tu vida, también se adueña de tu lengua, y Sus palabras vivirán en ti. Entonces desaparecerá el espíritu de crítica, amargura y mordacidad. Él te hará participe de Su vida y de ella «brotarán ríos de agua viva»[6]. Eso es lo que dijo Jesús del Espíritu que morará en ti.

Dios no puede fallar a Su Palabra. Confía en Él. Cree en Su Palabra y nunca te fallará. No puedo explicar a cabalidad el proceso de esa transformación, pero es cierta, y Su amor fluirá a través de ti, tomará control de tu lengua y esta se convertirá en un río de bendición para quienes te rodean. Si has lastimado algún corazón hoy, toma esta recomendación a pecho y ora al respecto.

Padre nuestro, rogamos Tu bendición sobre cada corazón hambriento y alma que busca. En particular oramos por aquellos que luchan para tomar control de su lengua. Perdónalos, Señor, límpialos y llénalos de Tu amor. Llénanos hasta rebosar de Tu Espíritu. Pedimos que te busquen y te encuentren en Tu hermosa plenitud. En el nombre de Jesús, amén.

Adaptación de una transmisión de Momentos de Meditación. Publicado en Áncora en octubre de 2018.


[1] Santiago 3:1-12.

[2] 1 Pedro 3:8.

[3] Marcos 10:27.

[4] Colosenses 4:6.

[5] Juan 15:7.

[6] Juan 7:38b.

 

Copyright © 2024 The Family International