octubre 16, 2018
Estaba acostando a mis hijas tras un largo y feliz fin de semana cuando la menor comenzó a llorar, diciendo: «Mamá, echo mucho de menos a Seren». Sus hermanas la miraron llorosas. «Nosotras también la echamos de menos». Se me llenaron los ojos de lágrimas.
Yo también echaba de menos a Seren. Es nuestra bebé. Estaba previsto que naciera en el verano de 2014, pero hubo complicaciones durante el embarazo y nació prematuramente. Los médicos no pudieron hacer nada por ella, y falleció. Quedamos destrozados.
Esta llorera ocurrió tan solo dos semanas después de que Seren nos dejara. Recién estábamos superando el dolor, pero aún hasta ahora nos duele, y a veces, mucho. Mientras las niñas sollozaban, fueron expresando cada una lo que sentían al respecto.
—¿Por qué Dios nos envió una bebé para luego llevársela? —dijo entre sollozos mi hija mayor.
—Sé que Dios es bueno, pero ¿por qué me siento tan impotente cuando Él envía cosas tan tristes? —dijo mi hija mediana entre suspiros llorosos.
—¡Echo de menos a Seren! —repetía una y otra vez, llorando, mi hija menor.
Era una escena lastimosa. Yo también lloraba. Por lo general, cuando mis hijas acuden a mí llorando por algo no me acongojo por eso. «Sí, tuviste un día difícil en el colegio, pero también pasas días buenos». «Sé que te duele la barriga (por millonésima vez este año). Acurrúcate junto a mí; pronto te sentirás mejor».
Como mamá que soy, sé que la mayoría de las tragedias que enfrentan mis hijas en la vida son pequeñeces que ellas mismas resolverán en unos minutos con unos cuantos abrazos y besos. Pero perder a Seren, era una tristeza y pesar que compartíamos tanto yo como ellas.
Me senté abrazando a mis hijas, todas estábamos llorando. Mientras me esforzaba por encontrar las palabras correctas que las consolaran, me vino a la mente un versículo: «Jesús lloró»[1]. Es el versículo más corto de la Biblia y nunca me pareció profundo. Solo eran dos palabras. ¿Cuánto significado puede tener y por qué lloró Jesús? Él sabía que Lázaro iba a resucitar de entre los muertos, así que ¿para qué necesitaba llorar? Quizás existan otras teorías, pero creo que Él lloró porque estaba triste. Le entristeció la muerte de Lázaro. Sentía su pérdida. Probablemente también sentía el dolor y la pérdida que afligían a Sus amigos.
Hebreos 4:15 dice: «No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado»[2].
Jesús no vivía dentro de una burbuja, inmutable ante las luchas y sufrimientos humanos. Él no vino a este mundo como una clase protegida, inmune a las emociones humanas. Él participó de lleno en la experiencia humana tal y como tú y yo. Él pasó por la senda del ser humano con todas sus alegrías y triunfos, pesares y congojas. En ocasiones, cuando veo la palabra tentado, pienso en uno siendo tentado a hacer cosas erróneas, pero todavía tentadoras. Claro, ese es un ejemplo. Pero también puede significar ser tentado o luchar contra la depresión, una profunda desesperación, culpabilidad o cualquier otra de las emociones humanas que conocemos muy bien y que nos resultan muy familiares.
En el relato de la historia de Lázaro, la Biblia nos cuenta que Jesús se estremeció en espíritu y se conmovió. Eso significa que estaba profundamente angustiado o atribulado por la tristeza que experimentaban las personas a las que amaba. Y yo me sentía igual con mis hijas aquella noche.
Lo que me proporcionó un poco de consuelo fue saber que Jesús sentía lo mismo al ver el pesar de Sus seres queridos. Jesús lloró tal y como lo hacemos nosotros cuando fallece alguien a quien amamos, o cuando experimentamos cualquier otra pérdida o tristeza. Y ahora, mis hijas y yo estábamos llorando juntas, actuando igual que lo haría Jesús en un momento triste. Estaba bien que lloráramos todo lo que nos hiciera falta. Nuestras lágrimas fueron desapareciendo poco a poco, y hablamos de cómo había cambiado nuestra vida desde que perdimos a Seren, todo lo que habíamos aprendido, las cosas que más valorábamos, y al final, nos reímos y contamos anécdotas graciosas. Sentimos un gran consuelo.
Creo que siempre sentiremos tristeza al pensar en ella. Siempre la echaremos de menos. Seguramente siempre nos preguntaremos por qué Dios permitió que todo ocurriera de ese modo. Pero también siempre recordaremos que sentimos consuelo, que nos sanamos, y que de nuevo estuvimos felices.
Desde aquel día he pensado bastante sobre Jesús llorando, y cómo Él es capaz de compartir nuestras tristezas. He pensado más sobre el consuelo divino. Jesús dijo: «Dichosos los que lloran porque serán consolados»[3]. Esta afirmación sugiere que el consuelo que aguarda al doliente es tan enorme que uno puede sentirse afortunado por tener un motivo para llorar. ¡Esta perspectiva es totalmente nueva para mí!
También lo veo como que significa que Jesús reconoce la necesidad de llorar la muerte de alguien. Él no espera que tengamos el poder de superarlo todo o de estar eternamente felices. Él comprende plenamente que existen cosas muy tristes, que producen un profundo sentido de pérdida, dolor y angustia, y que la única forma de pasarlas es sentir aflicción por un tiempo. Solo que no olvides, durante tu pesar, que cuentas con el amoroso consuelo divino. Eso quiere decir que Él estará a tu lado para aliviar tu pesar, sanar tu dolor y renovar tu gozo.
Si te hallas en una época de gran tristeza, éstas son algunas cosas que puedes recordar:
El versículo más breve de la Biblia es Juan 11:35: «Jesús lloró». Sin embargo, a pesar de su sencillez gramatical, integra una complejidad insondable.
Jesús lloró después de hablar con Marta y María —las afligidas hermanas de Lázaro—, y al ver a todos los dolientes. Eso parece algo bastante natural, de no ser porque Jesús había ido a Betania a resucitar a Lázaro. Sabía que en unos minutos todo ese llanto se convertiría en asombro y alegría, seguidos de risas entre lágrimas, y que alabarían a Dios.
Así pues, uno pensaría que Jesús estaría confiado, alegre y tranquilo en medio de esa tormenta de aflicción. Sin embargo, «se conmovió profundamente»[4] y lloró. ¿Por qué?
Una razón es simplemente la profunda compasión que Jesús sintió por los que sufrían. Es verdad que Jesús dejó que Lázaro muriera. Tardó en llegar y no lo sanó desde la distancia, como en el caso del siervo del centurión[5]. Las razones eran buenas, de misericordia y gloria. De todos modos, eso no significó que Jesús tomó a la ligera el sufrimiento que causaba esa situación. «Pues Él no se complace en herir a la gente o en causarles dolor»[6].
Aunque en última instancia Jesús siempre elige que se dé la mayor gloria a Su Padre[7] —y en algunos casos, como en el de Lázaro, la aflicción y el dolor son necesarios — no se complace en el sufrimiento y en la pena por sí solos. No, Jesús es compasivo[8]. Y como «la imagen del Dios invisible»[9], cuando Jesús está junto al sepulcro de Lázaro vislumbramos un poco de cómo se siente el Padre por la aflicción y el dolor de Sus hijos. […]
El llanto de Jesús en el sepulcro de Lázaro nos da una vislumbre de cómo ve Dios nuestro sufrimiento y muerte. Son justas y gloriosas Sus razones para no librarnos de eso. Sin embargo, está lleno de compasión […][10]
«El llanto podrá durar toda la noche, pero con la mañana llega la alegría»[11]. Y cuando llegue esa mañana, «no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor»[12]. Jon Bloom[13]
Publicado en Áncora en octubre de 2018.
[1] Juan 11:35.
[2] NVI.
[3] Mateo 5:4 (NVI).
[4] Juan 11:33 (NTV).
[5] Mateo 8:13.
[6] Lamentaciones 3:33 (NTV).
[7] Juan 11:4.
[8] Hebreos 4:15.
[9] Colosenses 1:15 (NVI).
[10] Salmo 103:13.
[11] Salmo 30:5 (NTV).
[12] Apocalipsis 21:4 (NTV).
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