julio 24, 2018
Convertiste mi lamento en danza; me quitaste la ropa de luto y me vestiste de fiesta, para que te cante y te glorifique, y no me quede callado. Señor mi Dios, siempre te daré gracias. Salmo 30: 11-12[1]
*
A menudo estamos de pie en las profundas sombras de una profunda pena, anhelando consuelo y amor, mientras Cristo está cerca, junto a nosotros, más cerca de lo que puede estar cualquier amigo humano. Si solo nos secamos las lágrimas y levantamos la vista para ver Su rostro, creyendo, nuestra alma se inundará de Su amor estupendo y nuestra tristeza será devorada por una alegría plena. Jamás hay la menor duda acerca de la presencia de Cristo cuando pasamos por una época de apuro; que no seamos consolados solo se debe a que seguimos sin darnos cuenta de esa presencia. [...]
En el versículo más breve de la Biblia, tenemos una ventana al corazón del Maestro, y encontramos ahí la compasión más excelente. «Jesús lloró». En época de tristeza es un gran consuelo contar siquiera con la compasión humana, saber que a alguien le importa, que alguien se compadece de nosotros. [Estas lágrimas] expresaron la compasión más sagrada que el mundo podría ver, la del Hijo de Dios que llora con dos hermanas y que manifiesta una gran tristeza humana.
Ese versículo, el más corto de la Biblia, no fue escrito solo como un fragmento de la narración; contiene una revelación del corazón de Jesús para todo momento. Cuando llora un creyente en Cristo, Alguien invisible está de pie y comparte ese dolor. Hay un consuelo incalculable en la revelación de que el Hijo de Dios sufre con nosotros cuando sufrimos, que se aflige con toda nuestra aflicción, y que se conmueve al sentir nuestros padecimientos. [...]
Es importante que tengamos una clara comprensión del tema de la tristeza, a fin de que cuando nos toque sufrir, de esa experiencia recibamos una bendición, y no pena. Toda tristeza que llega a nuestra vida nos trae algo bueno de parte de Dios. En Jesucristo hay un recurso infinito de consuelo, y para recibirlo solo tenemos que abrir nuestro corazón. Luego, pasaremos por la tristeza con el apoyo de la ayuda y amor divinos, y saldremos de esa experiencia con un carácter enriquecido y bendición en toda nuestra vida. J.R. Miller[2]
Resulta que un hombre había muerto en un accidente, dejando una joven esposa y su niño de tres años. Cierto día, en medio de su profundo luto, con la sensación de que ya no valía la pena seguir viviendo y de estar a punto de abandonar, la mujer recordó una lista de metas y sueños para los próximos cinco años que habían elaborado juntos ella y su esposo. Incluía una serie de cosas que se proponían hacer con su hijo, sitios que querían conocer, un crucero que les hacía ilusión y otras cosas por el estilo.
Al repasar la lista, su mirada se posó sobre una meta que se le había ocurrido a su esposo Jaime. Recordó cómo se le había iluminado el rostro cuando salió con esa en particular: «Ayudar a una persona necesitada cada mes. Hacer algo especial para levantarle el ánimo».
Solo habían tenido oportunidad de hacerlo una vez pero la respuesta había sido tan fenomenal que estaban deseosos de hacerlo de nuevo. Jaime había dicho: «Mi amor, la verdad es que nos cuesta muy poco ser fuente de felicidad para otros».
Pero ahora, ¿qué podía hacer? «Ahora soy yo la necesitada. Soy yo la que sufre», se dijo para sus adentros. Pareció oír la voz de Jaime en su interior que le decía: «Si alguna vez te sientes triste, recuerda que siempre hay alguien más necesitado que tú».
Ese día tomó la decisión de detectar las necesidades de los demás y dar ánimo a las personas que Dios le ponía en el corazón. Sabía que Dios le había dado a Jaime como regalo especial de Su amor. Sabía que había tenido el privilegio de vivir a su lado varios años maravillosos, y que su muerte no había de suponer el final de su alegría, ni era tampoco una señal de que Dios le hubiese quitado el don que le había dado. El regalo del amor de Jaime viviría por siempre en su corazón. Es más: aumentaría en la medida en que lo diera a los demás.
Poco a poco, su dolor fue dando lugar a un propósito que le permitió dar a conocer a Jesús a muchos que se encontraban solos y necesitaban su amistad, y transmitirles Su gozo y Su amor. Fuente desconocida
Las tragedias siempre generan emociones intensas: ira, temor, depresión, preocupación y, a veces, culpa. Estas emociones nos asustan y no sabemos cómo enfrentarlas. Cuando perdemos a alguien muy querido, de nuestro interior surgen estas emociones de gran magnitud. Si no las enfrentamos en ese momento, recuperarnos nos toma mucho más tiempo.
Algunas personas nunca enfrentan directamente el dolor que les presenta la vida. Lo rellenan de otras cosas. Lo reprimen. Intentan ignorarlo. Fingen que no existe. Y por eso a los 20 o 30 años de haber experimentado una pérdida, siguen combatiendo el estrés emocional que les generó dicha experiencia. [...]
En Mateo 5:4, Él dice: «Dios bendice a los que lloran, porque serán consolados»[3]. Llorar no tiene nada de malo. Cuando alguien profesa ser cristiano, sabemos que irá al cielo, así que no tenemos que lamentarnos como el mundo. Nuestro dolor puede ser diferente. Lloramos porque los vamos a extrañar, pero también podemos estar en paz porque sabemos que están con Dios.
¿Qué debes hacer para lidiar con las emociones? No las reprimes ni las guardes en lo profundo de tu ser. Las liberas, se las entregas a Dios. Clamas a Dios: «¡Dios, me duele! ¡Estoy de duelo! Es difícil aceptarlo». Si quieres un buen ejemplo de esto, lee el libro de Salmos, donde muchas veces David desahoga sus emociones internas y dice: «Dios, estoy pasando un momento difícil. Esta experiencia me duele mucho, mucho». Clamas a Dios, al igual que David.
El salmo 62:8b dice: «Ábrele tu corazón cuando estés ante Él. Dios es nuestro refugio»[4]. Si acabas de sufrir una pérdida, por favor comprende que si no liberas tu dolor, a la larga saldrá a la superficie. Las emociones reprimidas se agravan y a la larga empeoran la situación mucho más.
Libera tu dolor primero para que Dios pueda comenzar a sanar tu corazón. Rick Warren[5]
¿Por qué lloramos? Por nosotros. ¿Cómo vamos a llorar por los santos difuntos que se han ido a estar con el Señor, que están mucho mejor, libres de todo dolor, del sufrimiento y de la vieja y pesada carne con todos sus inconvenientes? Su educación en la tierra ha terminado y acaba de empezar en el cielo. Vuelven a empezar de cero. Les está yendo de maravilla. No se preocupen por ellos. Pero si están tristes, pueden llorar un poquito por ustedes mismos, si quieren.
Jesús estará aquí hasta el fin. Dice: «No te desampararé, ni te dejaré. He aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo»[6]. Amén. David Brandt Berg
Mi mejor amiga me había dado por teléfono la triste noticia de que su padre había fallecido repentinamente durante la noche. Todavía no me había recuperado de la conmoción y el dolor. ¿Cómo puede una vida evaporarse tan súbitamente, sin tiempo para unas últimas palabras ni para despedidas? Pensé en los niños, que no tendrán oportunidad de conocer nunca a su abuelo; en mi amiga, que ya no contará con el apoyo y los consejos de su padre; y en su mamá, que echará de menos la afectuosa presencia de su marido.
Mientras leía un estudio bíblico que detallaba las últimas horas de Jesús, Su crucifixión y resurrección, se me ocurrió que la muerte del Salvador debió de ser de lo más funesta para Sus amigos y discípulos. No obstante, se transformó en el milagro más pasmoso que se pueda imaginar: el triunfo de Cristo sobre la muerte. Si fue posible albergar esperanza luego de un acontecimiento tan terrible, ¿no podía hacerse lo mismo hoy en día? Pensé en el dolor de mi amiga. ¿Qué esperanza podía quedar después de la muerte trágica y prematura de su papá?
Mis ojos se posaron en un versículo de la Biblia: «Dios levantó a Jesucristo de los muertos. Ahora vivimos con gran expectación»[7]. Al reflexionar sobre esas palabras me di cuenta de que el milagro del regalo de Dios para la humanidad no concluyó hace 2.000 años con la resurrección de Jesús. Ha continuado a lo largo del tiempo y nos trae hasta el siglo XXI un mensaje de esperanza viva.
Independientemente de lo sombrío que parezca hoy el panorama, se acerca un glorioso amanecer. Cuando Jesús se preparaba para separarse de Sus discípulos, les dejó una promesa: porque Él vive, ellos y nosotros también viviremos[8]. [...]
Tan cierto como que el sol sale cada mañana, podemos dejar atrás las tristezas y dolores que nos aquejen y volver a levantarnos con renovada fe y el consuelo del eterno amor de Dios. Elena S.
Publicado en Áncora en julio de 2018. Leído por Miguel Newheart.
[1] NVI.
[2] Extraído y adaptado de El Ministerio de Consuelo (Hodder y Stoughton, 1901).
[3] NVI.
[4] NVI.
[5] http://danielplan.com/blogs/dp/in-a-season-of-loss-release-your-grief3/.
[6] Hebreos 13:5; Mateo 28:20.
[7] 1 Pedro 1:3 (NTV).
[8] Juan 14:19.
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