mayo 22, 2018
Buena parte de nuestra vida pareciera tener poca importancia, y está constituida de actividades aparentemente insignificantes. Doblar la ropa, escribir, pagar facturas, mirar repeticiones de Seinfeld mientras cenamos. Repetir. Pero no permitas que la simplicidad de la vida te engañe. Estar tan inmerso en los detalles diarios podría distorsionar tu perspectiva, cuando en realidad eres parte de una historia mucho más grande. Eres más importante de lo que sabes...
Fuiste creado a imagen de Dios. Así es, creado. No eres un manojo de lodo inteligente o un mono con pantalones. Dios te creo a ti. Formidable, maravillosamente, te diseñó en el vientre de tu madre. No eres un accidente. De toda la creación, Dios hizo a los humanos, a los hombres y las mujeres, para que sean como Él. Y como portador de Su imagen, posees un don que no se le dio a ningún animal: la conciencia de ti mismo. Tienes libre albedrío. No eres un robot o una marioneta.
Al igual que Dios, tienes una personalidad. Sentido del humor. Puedes reírte y cantar, hacer el amor y crear, soñar y destruir. Tienes sentimientos y puedes sufrir. Cuando enfrentamos reveses, nos entristecemos y llegamos a sentir dolor, al igual que Dios. Es posible que te sorprenda saber que Dios no siempre obtiene lo que quiere, y nosotros tampoco. Jesús toca a las puertas de nuestro corazón, y tenemos que invitarlo a entrar para ser salvos. Él nos concede la dignidad y responsabilidad de tomar nuestras propias decisiones.
Tú también eres inmortal. No has de cuestionar si vivirás para siempre, sino dónde. Dentro de cuatrocientos años, y cuatro mil años después, seguirás existiendo; todavía estarás vivo, y seguirás siendo tú mismo.
Luego está la cuestión de lo que Dios estuvo dispuesto a invertir para redimirte y darte esperanza, cuando el pecado y la muerte dominaron y sofocaron tu vida. El valor de algo proviene de lo que alguien está dispuesto a pagar para obtenerlo. Y tú sí que fuiste caro. La Biblia dice que mientras estábamos muertos en nuestros pecados, Dios demostró Su amor por nosotros al enviar a Su Hijo a morir por nosotros[1]. No fuiste comprado con una moneda común, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Jesús...
Y eso no es todo. Como hijo de Dios, se te ha confiado el Espíritu Santo... Ah, y también se te ha encomendado la misión más importante que se haya emprendido en la historia del mundo: la Gran Comisión, la misión de salir a pescar. Las órdenes de tu comandante son bastante claras: ve por todo el mundo y predica el evangelio a toda criatura.
Tú, amigo mío, fuiste puesto en esta tierra para hacer alboroto, alterar el status quo y causar revuelo. El apóstol Pedro dijo que somos «una generación elegida, un real sacerdocio, una nación santa», el «pueblo especial de Dios» que trajo «de las tinieblas a Su luz admirable » para que proclamemos Sus alabanzas[2]. Levi Lusko
Considera lo siguiente: el cuerpo —el rostro, las características, el color— contiene marcas que nos identifican como individuos. Estas marcas surgen de nuestro ADN y nos hacen reconocibles a simple vista. Pero proporcionan más que un simple punto de reconocimiento por el bien de los demás; es la marca que Dios dio a cada uno de nosotros. Estas escasas características tienen posibilidades aparentemente infinitas cuando se reorganizan en diferentes formas y tamaños. Y con cuánta frecuencia nos desahogamos y nos quejamos a Dios, de manera implícita o explícita, deseando contar con un diseño personal más adecuado: «Si tan solo tuviera una espalda más fuerte para hacer lo que tengo que hacer». «Si tan solo tuviera una voz más poderosa que transmitiese autoridad».
Incluso aquellos a quienes consideramos héroes de la fe, no eludieron tales pensamientos. En el Antiguo Testamento, Dios llamó a Moisés para que sacara a los israelitas de Egipto, pero Moisés no dejó de darle todo tipo de excusas para argumentar que le parecía una mala idea. A la observación de Moisés de que era «lento de palabra y de lengua», Dios dijo: «¿Quién le dio su boca al hombre?», o sea, le preguntó: «¿Quién hizo tu boca, Moisés?»[3] Desde luego, Dios diseñó la pregunta para recordarle a Moisés que como Dios había hecho su boca, podía usarla como lo considerara conveniente; una observación muy oportuna. Fuimos creados formidable y maravillosamente. Cada vez que hacemos algo artificial para replicar lo que tenemos o tuvimos naturalmente, una vez más reconocemos la compleja naturaleza del diseño, incluso con sus debilidades.
Llegar a aceptar las características maravillosas y asombrosas de nuestra personalidad, por defectuosa o «fortuita» que sea, y colocarla y confiarla en las manos de Aquel que la creó, es uno de los mayores logros en la vida. Él te dio un «número de registro». Tu ADN tiene importancia porque la esencia de quién eres importa y a quién perteneces por cuestiones de diseño importa. Cada pequeña característica o «accidente» de tu personalidad tiene importancia. Considérala la huella soberana de Dios sobre ti.
Se escucha con frecuencia el comentario: «una cara que solo una madre podría amar», que es una expresión más veraz que cínica. Dios te ama como quien que ama a su propia descendencia. Tu rostro es único porque tu ADN es único. Cuando finalmente te encuentres con Aquel que te hizo y analices las veces que te echó una mano, finalmente entenderás cómo cada detalle tuvo una razón de ser en la tumultuosa realidad de las bendiciones y amenazas de la vida. Expresarán el trascendente amor de Dios por ti. Ravi Zacharias[4]
El secreto para comportarse con naturalidad ante otras personas es conocerse bien y sentirse a gusto con uno mismo. La imagen que tenemos de nosotros mismos afecta todas nuestras relaciones, incluso nuestra comunión con Dios. Ser uno mismo es sentirse en paz con la manera en que Dios nos ha creado. Es gustar de la apariencia, las habilidades, la personalidad, los puntos fuertes y las debilidades que hemos recibido. Equivale a sentirse en paz con la vida, disfrutar las vivencias y contentarse con quien uno es. El apóstol Pablo lo resumió en Filipenses 4:11 diciendo que es un estado de contentamiento, independientemente de la situación, los sentimientos y cualquier otra cosa.
En cierta ocasión, Pedro se comparó con otro discípulo. Juan 21:20-22 dice: «Al volverse, Pedro vio que los seguía el discípulo a quien Jesús amaba. Al verlo Pedro preguntó: “Señor, ¿y este, qué?” Jesús le dijo: “Si quiero que él permanezca vivo hasta que Yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme.”»[5] En otras palabras, Jesús daba a entender que no tiene sentido compararse con otros. Lo único que debiera importar es nuestra relación con Él.
Procuremos valorarnos de la misma manera que nos valora Dios. Es mucho mejor que compararnos con otros. Recuerden que Dios nos creó con gran esmero y que nos ama tal como somos. Somos seres únicos. No hay nadie en el mundo igual a ti. Hemos sido creados por Dios como personas únicas y sin igual en todo el mundo. ¡Celebremos esa originalidad!
A medida que aprendamos a aceptarnos como personas maravillosas y únicas creadas por Dios, tendremos mayor paz interior. La paz y el contentamiento no solo tendrán un efecto positivo en nosotros mismos, sino también en otros. Dan Roselle
Publicado en Áncora en mayo de 2018.
[1] Romanos 5: 8.
[2] 1 Pedro 2.9.
[3] V. Éxodo 4:10-11.
[4] Ravi Zacharias, El Gran Tejedor (Zondervan, 2007).
[5] NVI.
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