mayo 16, 2018
Mi hija me preguntó una vez si me pesaba haber dedicado mi vida al servicio cristiano.
Le respondí: «En absoluto. La idea era trabajar pensando en la eternidad».
La expresión una eternidad y media, el símbolo del infinito ∞ y la banda de Möbius siempre me han fascinado. He cavilado sobre el efecto que puede tener en un hombre vivir nada más que para el momento. Las más veces terminaría vacío, sin sentido de realización y a la postre como un cascarón vacío. Yo quería más de esta vida, y la eternidad en la próxima.
El término eternidad se puso en boga gracias a un hombre increíble que murió en 1967, llamado Arthur Stace, cuya biografía se plasmó en un libro, una ópera y una película[1]. Se le rindió homenaje en un espectáculo de fuegos artificiales al término de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 y durante la celebración de víspera de año nuevo en el puerto de la ciudad.
Arthur se crió en una familia en la que imperaban el alcoholismo y los malos tratos. Los primeros 45 años de su vida se involucró en delitos de poca monta. Según lo describió su biógrafo muchos años después, era «un borracho, un marginado que no servía para nada». Todo eso cambió el día que escuchó un sermón sobre Isaías 57:15:
Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad y cuyo nombre es el Santo: «Yo habito en la altura y la santidad, pero habito también con el quebrantado y humilde de espíritu, para reavivar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los quebrantados».
Las palabras textuales de aquel sermón pronunciado por John Ridley fueron: «Eternidad, Eternidad, ojalá pudiera hacer resonar o exclamar esa palabra a toda la gente en las calles de Sídney. Hay que afrontar esa pregunta: ¿Dónde pasarás la Eternidad?»
Más adelante Stace diría: «Eternidad me resonó en el cerebro. De repente me eché a llorar y sentí que el Señor me urgía a escribir la palabra Eternidad».
Se metió las manos a los bolsillos y encontró un trozo de tiza. En ese momento le despertó la vocación de escribir la palabra en dondequiera que pudiera. Pese a que era analfabeto y apenas lograba escribir su nombre, narró que la primera vez que escribió la palabra Eternidad, le salió «fluida y con una caligrafía hermosa. No lograba entenderlo. Al día de hoy todavía no lo entiendo».
Los siguientes 28 años, varias veces a la semana salía de su casa a las 5 de la mañana para escribir aquella palabra en lugares públicos con el objeto de recordar a quienes la vieran lo que realmente tiene importancia en la vida. Contó que Dios le daba instrucciones explícitas cada día indicándole a dónde ir. Al menos 50 veces al día escribía Eternidad con tiza y después con crayones, ya que con estos duraba más. Al final había dejado registrada medio millón de veces por toda la ciudad aquella palabra mágica y que invita a la reflexión. Además, Arthur ayudó a alcohólicos a romper el hábito y emprender una nueva vida. Él mismo se autodenominaba misionario.
La historia de Arthur nos motiva a aprovechar lo que tenemos, por poco que parezca —hasta un trozo de tiza— para influir positivamente en el mundo.
Cuando yo era joven leí que la vida es semejante a la hierba, las flores o el humo, que estamos aquí un breve tiempo y perecemos. En esa etapa mi vida se veía como una larga carretera que no se sabía dónde terminaría. No entendía el significado de esas analogías. Ahora, a los 66 años, tengo una comprensión más cabal. El tiempo es un ente esquivo. Einstein intentó dilucidar el concepto formulando lo que calificó de dilatación del tiempo. Explicó que el tiempo no transcurre al mismo ritmo para todos. Para una persona que viaja a una velocidad más rápida el tiempo parece transcurrir más lentamente que para alguien que viaja a una menor velocidad. Cuando eres más joven, el tiempo parece pasar más lentamente ya que tienes menos tiempo con qué compararlo. Ahora que tengo más edad me parece que el tiempo vuela. Muchas personas que han tenido experiencias de vida más allá de la muerte relatan que a pesar de que en la Tierra estuvieron inconscientes durante escasos minutos, en la otra dimensión les dio la impresión de haber vivido décadas.
En una conferencia Francis Chan ilustró la eternidad con una larga cuerda que llevó al escenario[2]. «Imagínense —dijo— que esta cuerda es interminable. Ilustra la eternidad». Luego señaló unos pocos centímetros de la misma pintados de rojo: «Esta fracción representaría nuestro tiempo en la Tierra». Quiso demostrar con ello que algunas personas no viven sino para la parte terrenal de su existencia y hacen caso omiso de lo demás, de su vida eterna. No tienen conciencia de que lo que hacemos en la Tierra afecta nuestra vida en el más allá.
El eco de lo que hacemos aquí y ahora resonará en el más allá. Eso es lo realmente trascendente.
[1] En este enlace se puede acceder a un breve documental sobre Arthur Stace: https://www.youtube.com/watch?v=bF7X9aiRH7s.
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