marzo 26, 2018
En esta época del año celebramos el elemento fundamental de nuestra fe: la resurrección de Jesús. Es el tema central del evangelio, el componente clave que demuestra la validez de todo lo que enseñó Jesús. La resurrección nos dice que Jesús es el Hijo de Dios, que los creyentes tenemos salvación y perdón, que somos hijos de Dios y que estaremos con Él eternamente en el Cielo.
El apóstol Pablo afirmó que si Jesús no se hubiera levantado de los muertos, el mensaje del cristianismo no tendría fundamento, y la fe de los creyentes sería inútil[1]. Pero tal como explicó el ángel a las mujeres que acudieron al sepulcro de Jesús, Él ha resucitado, como había dicho. Ese hecho da validez a nuestro credo y nuestra fe. ¡Jesús está vivo! ¡Vive! Y como Él vive, también nosotros vivimos. Él dijo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente»[2].
Me encanta que celebremos la Pascua y todo lo que representa. Me gustaría hablar de tres efectos de la resurrección que para mí son particularmente significativos.
El hecho de que Jesús se levantara de la tumba significa que venció a la muerte, y con ello nos liberó de estar limitados a esta vida terrenal. Si bien en estos momentos vivimos en un mundo degradado, tenemos la promesa de un mundo perfecto en el futuro. Ahora mismo sufrimos desengaños y desilusiones, pero nuestras lágrimas y temores serán eliminados para siempre en la vida que tendremos después de esta. Él lo arreglará todo. Aunque ahora a veces nos sentimos confusos, tristes, asustados e inseguros, cuando nos unamos a Él y estemos en Su presencia conoceremos una alegría inefable.
Todo eso es posible porque Dios, que nos ama profundamente y quiere que tengamos una relación con Él, trazó un plan para que pudiéramos convertirnos en hijos Suyos. Ese plan requería que Él entrara en este mundo mediante un nacimiento milagroso y que, tras vivir entre nosotros, entregara Su vida por nosotros en la cruz, y posteriormente resucitara. Habiéndose ejecutado ese plan, podemos disfrutar —tanto ahora como en el futuro— de esa relación con Él para la que fuimos creados.
Es impresionante que Dios haya posibilitado que gocemos en nuestra vida de Su presencia y que vayamos a habitar eternamente en ella. La respuesta adecuada por parte nuestra sería una de gratitud eterna, alabanza, culto y adoración, pues se nos ha dado el mejor regalo posible.
Estoy convencido de que si pensamos y meditamos en el significado de la resurrección de Jesús, si valoramos lo que se logró por medio de ella y cómo cambió nuestra vida para siempre, podemos adquirir más fe para cada una de las facetas de nuestra vida. Jesús, aparte de levantarse de los muertos, sabe muy bien ayudarnos a salir de los callejones sin salida y a deshacernos de lo inútil y de los pesos muertos.
A veces nos resignamos a ciertas situaciones y circunstancias porque nos parece que no hay esperanza de que cambien, que son como son y simplemente hay que aguantarse. Sin embargo, Dios es especialista en cambiar las cosas, en insuflar nueva vida a corazones, relaciones o situaciones que están o parecen muertos. Es posible que te halles en una situación que te parece que se te ha ido de las manos o en la cual ya no hay esperanza; pero no hay situación que Jesús no pueda controlar. Su poder es ilimitado. Cuando Él estuvo en la Tierra, obró lo imposible en repetidas ocasiones. Multiplicó los panes y los peces, caminó sobre el agua, curó a los paralíticos y devolvió la vista a los ciegos. Hasta resucitó muertos.
Mark Batterson expresa bien este concepto:
Al leer los Evangelios, lo que uno descubre es esto: ¡Jesús una y otra vez revirtió lo irreversible! Revirtió el estado del tiempo. Revirtió la ceguera. No había conexión entre el nervio óptico y la corteza visual, no había nada, nunca se había sabido de nadie que hubiera nacido ciego y luego recibido la vista; pero Jesús revierte lo irreversible. Revierte la lepra. Hace 2.000 años revirtió hasta la muerte. Entonces, lo que celebramos es el hecho de que haya un Dios que está por encima de las leyes universales y del universo que Él creó, un Dios que es mayor que todo eso. En la mañana de la resurrección, lo que hizo Dios fue vencer a la muerte, revertir lo irreversible. Y me aventuro a decir que eso mismo precisamente es lo que vino a hacer en tu vida. Vino para revertir los efectos del pecado. Vino para revertir los efectos de la muerte. Ya ves cómo es Él y qué hace[3].
La venida de Jesús a la Tierra, Su muerte en la cruz por nosotros y Su posterior resurrección alteraron para siempre el curso de la Historia. Dichos actos nos dan a todos la oportunidad de aceptarlo y pasar a formar parte de la familia de Dios. Deberíamos estar impresionados por lo maravilloso que es el don de la salvación y sentirnos conmovidos por la gran necesidad de darlo a conocer a todas las personas que podamos. Se trata del regalo más valioso que puede uno recibir, y los que hemos tenido la bendición de recibirlo deberíamos sentirnos impulsados a divulgarlo.
Es fácil andar tan atareados con nuestras obligaciones y compromisos cotidianos que terminemos pensando que no nos queda tiempo para ser embajadores de Dios. Pero ¿realmente es así? ¿O es una cuestión de prioridades? Cuando reflexionamos sobre la magnitud y el sentido del invaluable regalo que Dios nos hizo, nos sentimos motivados a darlo a conocer asiduamente.
aceptar el regalo de salvación y reconciliación que nos ofrece Jesús es el acto individual más importante que puede realizar una persona. Se trata de un regalo que mejorará su vida, sanará su corazón, le dará esperanza de cara al futuro y le permitirá ayudar a sus seres queridos, no solo en esta vida, sino también en la otra.
El hecho de que Jesús encargara a Sus discípulos que predicaran el evangelio por todo el mundo nos da a entender que Él quiere que todo hombre, mujer y niño tenga la oportunidad de formar parte de Su familia, salvarse de sus pecados y conocer Su perdón y reconciliación. Todos los que ya hemos aceptado Su magnífico regalo y sabemos lo que es pertenecer a la familia de Dios y tener nuestros pecados perdonados y al Espíritu de Dios en nosotros deberíamos sentirnos impulsados a hablar del evangelio con los que están buscando.
Los que creemos en la resurrección, los que hemos sido salvados gracias a la resurrección y viviremos una resurrección debemos recordar, cuando celebremos la resurrección de Dios Hijo, que somos anunciadores de Cristo resucitado para los que todavía no se han enterado de que «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna»[4].
¡Feliz Pascua!
Publicado por primera vez en abril de 2015. Publicado de nuevo en Áncora en marzo de 2018.
[1] 1 Corintios 15:12–20.
[2] Juan 11:25,26.
[3] Mark Batterson, National Community Church, 12 de abril de 2009 (Pascua).
[4] Juan 3:16.
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