febrero 26, 2018
Como cristianos, sabemos que no nos salvamos por nuestras obras buenas y justas, sino mediante el amor y la misericordia de Dios. Él envió a Su Hijo, Jesucristo, a morir en la cruz en pago por nuestros pecados; y si creemos en Jesús y lo aceptamos en nuestro corazón, Él nos perdona. Tal como promete Juan 3:36: «El que cree en el Hijo de Dios tiene (posee ahora mismo) vida eterna».
De los que obstinadamente rechazan las buenas nuevas del amor de Dios, Jesús dijo: «El que me rechaza y no recibe Mis palabras, tiene quien lo juzgue; la palabra que he hablado, ella lo juzgará en el día final»[1]. Pero el interrogante que ha preocupado a muchos cristianos sinceros y estudiosos de la Palabra de Dios a lo largo de los siglos ha sido el siguiente: «¿Y qué pasa con los que nunca han oído el evangelio, los que nunca han oído el nombre de Jesús? ¿Cómo puede un Dios de amor enviarlos al tormento eterno del lago de fuego y azufre, si nunca han tenido la oportunidad de oír el evangelio o saber qué tienen que hacer para salvarse?
«¿Y qué me dices de los incontables millones de personas de diferentes religiones que son bastante justas y hacen lo mejor que saben, viviendo de acuerdo a la poca luz que conocen? ¿Cómo puede Dios enviarlas al infierno solo porque nunca escucharon o nunca comprendieron el evangelio o el amor de Dios para que deseen salvarse? ¿Se las va a condenar al tormento eterno de las llamas del infierno, aunque hayan sido amables y buena gente, que hayan hecho lo posible por adorar y agradar a Dios, aunque nunca les conocieran realmente a Él, Su Palabra o Su verdad?»
Yo estoy convencido, después de haber estudiado a fondo las Escrituras, de que Dios ha provisto alguna otra alternativa para los ignorantes, para los que no fueron evangelizados ni están salvados, los que nunca oyeron el evangelio de Jesucristo. Dios va a tener misericordia de ellos y les va a dar su oportunidad. Si nunca han tenido la posibilidad de oír y creer el evangelio en esta vida, el Señor se encargará de que tengan su primera oportunidad en la próxima. Te preguntarás: «Pero, ¿cómo van a creer el evangelio en el infierno?»
Tal vez les sorprenda saber que de las 22 veces que se menciona la palabra infierno en el Nuevo Testamento, solo 11 veces proviene de la palabra original griega «Gehena», o sea el lago de fuego. Las otras 11 veces la palabra original que se utilizó fue el «Hades», la cual literalmente significa «el estado invisible» o «mundo invisible».
«Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio»[2]. ¿Cuándo tiene lugar dicho juicio? Apocalipsis 20:11-15 indica claramente que los muertos no salvos no resucitarán ni serán juzgados hasta el final del Milenio. Entonces, ¿dónde esperan hasta entonces los muertos no salvos? Apocalipsis 20:13 nos da la respuesta: «Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras». Por tanto, el Hades será un estado de espera donde el espíritu de los muertos no salvos aguarda su juicio y son enviados a su destino final. Y eso no tendrá lugar hasta el juicio ante el gran trono blanco al final del Milenio.
Luego, hay otro interrogante: si los que nunca han oído el evangelio esperan su juicio final en el mundo espiritual, ¿pueden creer en Jesús allí, después de morir, y recibir el perdón de sus pecados, salvarse y liberarse? Si alguien habría de creer, sería cuando despierte en el otro mundo y descubra que estaba muy equivocado y que Jesús es la verdad. Entonces van a creer si alguien tan solo se lo dice. Pero algunos insisten en que una vez que un pobre pecador perdido muere, su «momento de gracia» ha terminado y ya no puede creer la verdad y salvarse, aunque quiera.
Si así fuera, entonces ¿por qué el propio Jesús, mientras estuvo tres días y tres noches en el corazón de la tierra entre Su crucifixión y Su resurrección, pasó ese tiempo «predicando a los espíritus encarcelados» si no había esperanzas de que se salvaran? En 1 Pedro 3:18-20 dice: «Cristo padeció por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. Por eso fue también a predicar a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo habían desobedecido cuando Dios esperó con paciencia en tiempos de Noé.»
Luego en 1 Pedro 4:5-6, añade: «Dios está pronto para juzgar a vivos y muertos. Por eso también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en la carne (en vida) según los hombres, pero en espíritu vivan según Dios». Jesús pasó tres días en las entrañas de la tierra, donde estaban encerrados los espíritus desobedientes de los muertos no salvos, y «les predicó el evangelio». Evangelio quiere decir buena nueva, la buena noticia de la salvación.
Si a los difuntos no les es posible creer y salvarse, ¿por qué les predicó el propio Hijo de Dios? ¿Por qué les predicó el evangelio y les explicó cómo se podían salvar si no se podían arrepentir, pedir perdón por sus pecados, aceptar el perdón y la salvación y librarse de su encarcelamiento?
¿Por qué les predicó el evangelio? ¿Simplemente a título informativo para que se sintieran más desgraciados el resto de la eternidad en una cárcel espiritual interminable? Según las Escrituras, la Palabra de Dios, Jesús les predicó el evangelio. A todos los millones de personas que habían vivido hasta la llegada de Jesús y nunca habían sabido qué tenían que hacer para salvarse, se les dio la oportunidad de oír el evangelio de labios del propio Jesús. Y es mi convicción personal que, si lo aceptaron y creyeron, se les perdonaron sus pecados y fueron puestos en libertad.
La Palabra de Dios indica que tendrán oportunidad de aceptar la verdad hasta el juicio del gran trono blanco para los no salvos. Como dice Apocalipsis 20:12,15: «Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos. Y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida, fue lanzado al lago de fuego». (Recordemos que el juicio del gran trono blanco es solo para los que no se salvaron en esta vida. Los que hayan recibido a Jesús en esta vida ya habrán sido arrebatados y llevados al cielo en la segunda venida de Cristo, mil años antes de dicho juicio final).
Dice que los que no fueron hallados inscritos en el libro de la vida fueron arrojados al infierno. Está claro, pues, que en el juicio final algunos se encuentran inscritos en el libro. Si no figura ninguno en el libro de la vida, ¿para qué sacarlo a colación en ese momento? ¿Por qué no arrojarlos a todos de cabeza al fuego eterno?
Es evidente que resucitan dos grupos de personas para comparecer en el juicio final: aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida y los que no figuran en él. Los que están inscritos en el libro de la vida podrían ser los que murieron sin haberse salvado pero se arrepintieron de sus pecados y conocieron al Señor en el mundo espiritual. Por supuesto, los totalmente reprobados que no tuvieron la menor intención de arrepentirse y aceptar la verdad, se irán al infierno. Pero, ¿qué me dices de los que se hallen inscritos en el libro de la vida durante este juicio del gran trono blanco? ¿Adónde van esos?
Según los capítulos 21 y 22 del Apocalipsis solo los salvos que creen en Jesús vivirán dentro de la Nueva Jerusalén, la ciudad eterna de los bienaventurados; pero también dice que habrá personas que vivan fuera de la ciudad en la hermosa tierra nueva. Dice: «Los reyes de la tierra llevarán su gloria y honor a ella (a la ciudad)»[3]. ¿Quiénes son esos «reyes de la tierra» si los únicos que quedan son, o bien los que se salvaron en esta vida, los cuales por tanto estarán disfrutando de la ciudad celestial, o los que no se salvaron en esta vida y que por consiguiente estarán condenados en el infierno?
Apocalipsis 22:2 dice que en la ciudad se halla el «árbol de la vida… y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones». ¿Qué naciones necesitarán sanidad? Ninguno de los salvos resucitados que esté en su cuerpo inmortal necesitará curarse de nada, porque Apocalipsis 21:4 promete que para nosotros «ya no habrá dolor, muerte, enfermedad, penas ni llanto». Entonces, ¿cuáles son esas naciones que necesitan sanidad?
Está claro que se refiere a esos reyes y naciones que están fuera de la ciudad y que son una clase de personas que no fueron lo bastante malas para irse al infierno, el lago de fuego, pero tampoco son los nacidos de nuevo, la Esposa creyente de Cristo, los que tienen derecho a entrar en la ciudad celestial y disfrutar de ella. Los reyes y sus naciones son los que al parecer no han recibido todavía a Jesús y Su regalo de salvación, pero a los que Dios, en Su misericordia, ha librado del infierno y les ha dado la oportunidad de aprender sobre Él y Su amor en la hermosa tierra nueva.
Incluso fuera de la ciudad celestial, la tierra será literalmente un paraíso, como el Jardín del Edén, y a los que vayan a parar allá les parecerá el paraíso terrenal y estarán muy agradecidos a Dios por Su misericordia. Puede que hayan tenido que esperar mucho tiempo primero en el mundo espiritual, pero por fin se les liberará y estarán agradecidos por el amor y la misericordia del Señor, mientras nosotros, los hijos de Dios salvados que vivimos dentro de la ciudad, les servimos las hojas curativas del árbol de la vida.
Los que finalmente sí terminen en el infierno, será porque han resistido constantemente todo lo que haya hecho Dios para librarlos del infierno. Habrán insistido en irse al infierno a pesar de todas las oportunidades que Dios les dio, con Su amor y misericordia, de arrepentirse y salvarse.
Todo el que haya recibido el amor y el perdón que ofrece Dios por medio de Su Hijo Jesucristo está salvado y se irá al cielo cuando muera. No tendrá que esperar mil años en el mundo de los espíritus para que se decida su destino final. ¿No preferirías ser uno de los salvos que viven con el propio Dios dentro de la indescriptiblemente bella ciudad celestial, la Nueva Jerusalén, disfrutando de sus maravillosos y paradisíacos placeres? Que Dios te bendiga con Su salvación eterna. En el nombre de Jesús, amén.
Adaptado de los escritos de David Brandt Berg. Publicado por primera vez en Tesoros en 1987. Texto adaptado y publicado de nuevo en febrero de 2018.
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