Dar a Dios, 2ª parte

febrero 15, 2018

Tomado de la serie Roadmap (hoja de ruta)

[Giving to God—Part 2]

En la primera parte de esta serie, examinamos el concepto de que ya no se nos exige por la ley del Antiguo Testamento que demos el diezmo; y por lo tanto, lo que damos para apoyar la obra de Dios y los que trabajan para Él se convierte en una ofrenda, algo que damos por amor a Dios y a los demás. También hablamos de R. G. LeTourneau, que entregó a Dios el 90% de sus ingresos y vivió con el 10%.

Ahora hablaremos de algo más reciente, la vida de Jon M. Huntsman. Empezó con prácticamente nada y creó una empresa de nivel mundial que lo llevó a la lista Forbes de las personas más ricas de los Estados Unidos. Desde su juventud decidió que iba a reciprocar el apoyo que había recibido. Se comprometió a dar a otros incluso cuando no tenía nada, ni siquiera un trabajo. Su razonamiento sobre esta cuestión fue:

La filantropía debe ser el ingrediente que destaca en la receta para las ganancias materiales. Sea cual sea el campo o especialidad de alguien, ninguna persona que haya tenido éxito lo ha logrado exclusivamente por sus propios esfuerzos. Por el camino, todos recibimos ayuda de otros. Todos debemos a otros una parte de nuestro éxito; y en el proceso quedamos en deuda, y la única manera de devolver esa ayuda es al compartir con otros nuestro éxito.

Se me pone la carne de gallina al pensar en las bendiciones que he tenido. No siempre fue así. Durante años las personas daban de lo que tenían a la familia Huntsman. Mi tío, abuelo y madre me enseñaron el arte de la generosidad. Cuando éramos niños, a todos nos enseñaban a dar y compartir. Rápidamente aprendimos que la generosidad estaba entre los mayores atributos que podría adquirir una persona.

En el último año de enseñanza media me dieron la beca Wharton. Agradecí [a los que me dieron la beca], pero dije que la subvención no sería suficiente para que pudiera asistir. Tendría que tener un trabajo de jornada completa para lograr que resultara factible económicamente. No estaba seguro de que podría tener éxito académicamente en una universidad prestigiosa si tenía la carga de un empleo de jornada completa.

Los donadores hicieron un nuevo acuerdo para pagar toda la matrícula, mis cuentas, comida y vivienda. Así pues, fui a Wharton. […]

No tenía idea cómo iba a mostrar mi agradecimiento por el obsequio. En esencia, los donadores dijeron simplemente que hiciera algo bueno por otra persona. Y he tratado de hacerlo. Anualmente [mi esposa] y yo hemos dado a obras benéficas una parte de nuestro sueldo. Lo hemos hecho desde que yo estaba en la marina y ganaba 320 dólares al mes. Por los últimos 20 años centramos la atención en ganar dinero para poder regalarlo.

Monetariamente, los momentos más satisfactorios de mi vida no han sido por la emoción de cerrar un trato importante o recibir las ganancias excelentes de ello. Han sido cuando pude ayudar a los necesitados, en particular a «mis hermanos más pequeños». […]

Sin duda, un indicador de éxito es la riqueza que se adquiere a lo largo de la vida. Sin embargo, la medida más importante y duradera es cuánto da una persona.

Mi mensaje no es únicamente para los ricos. Nadie se libra. Si solo los ricos dieran, habría pocos cambios. Todos deben dar su parte. Sé un supervisor benevolente de tu cosecha, pues son temporales las cosas que administramos. Disponemos de poco tiempo para ver que esa riqueza, sea poca o inmensa, se reparta a causas meritorias.

Dar es una obligación espiritual. En primer lugar, el mensaje del evangelio deja claro ese mandato: si un hombre tiene dos túnicas, ¿no daría una a quien no tiene? Para los judíos, la caridad es un deber centrado en la creencia de que todo lo que poseemos nos lo ha dado Dios. Tenemos la obligación de compartir con los que no tienen lo suficiente. […]

Compartir la riqueza y la bondad, acoger a los necesitados, y crear oportunidades para los demás son deberes  sociales. Lo único que cambia al andar por la vida es el alcance de nuestra generosidad. […]

Dar enriquece el corazón y el alma, y es contagioso.  Jon M. Huntsman, texto adaptado[1]

Este es un concepto en el que todos reflexionamos: reciprocar el apoyo recibido, porque todos sabemos que en el transcurso de nuestra vida hemos recibido ayuda y muchas personas han sido generosas con nosotros.

Este es un artículo de un blog personal. Se llamaba Entregar el diezmo o no.

En mi familia somos firmes creyentes en diezmar, en dar a nuestra iglesia el 10% de lo que ganamos. En realidad, nos emociona mucho hacerlo. Nos ilusiona aumentar nuestro diezmo cada año. Además de nuestro diezmo, oramos y buscamos otras oportunidades de dar a los necesitados. Para nosotros es muy divertido. Pensarán que estamos locos.

Hace años nuestra situación económica era muy difícil. Es posible que esa no sea la expresión exacta para definir la estabilidad económica, o inestabilidad económica que teníamos en ese momento. Sin embargo, por muy difíciles que fueran las circunstancias, siempre diezmamos. Sabemos que no dar el diezmo a Dios es básicamente robar al Señor y decirle que no confiamos en Él[2]. Así pues, una mañana de julio de 2002 estábamos en la iglesia. Extendí el cheque para nuestro diezmo del mes. Sostuve el cheque en la mano y lo miré mientras se pasaba la canasta de recolección y se acercaba por el pasillo hacia donde estábamos sentados. Chris sostuvo mi mano e hice una sencilla oración: «Dios, con esa cantidad de dinero se podrían comprar víveres para casi todo el mes. Sin embargo, ese dinero es tuyo y quiero que sepas que confiamos en ti».

El resto del día no pensé en esa oración. Al día siguiente llovía, pero yo necesitaba hacer algo. Salí de nuestra casa y fui por una calle por la que no paso habitualmente en el auto. Mientras conducía, noté algo por el camino que parecía dinero. Al pasar, me di cuenta de que sí lo era. En mi mente escuché una voz que me decía: «Vuelve». Lo hice de mala gana. Llegué a donde estaba el fajo de dinero, me agaché  y con cuidado lo recogí. Estaba empapado, pero era dinero. Miré a mi alrededor, esperando que alguien dijera: «Eso es mío. Se me acaba de caer».

Nada.

Subí al auto, volví a casa con el montón de billetes mojados en la mano. Asombrados, contamos el dinero. Eran 520 dólares en efectivo… casi el doble de la cantidad que escribí en el cheque del diezmo el día anterior.

¿Casualidad? Da igual. Mi Dios es grande y puede hacer lo que quiera. Y si quiere hacerme ver que puede proveer un lunes en medio de una calle, en una tarde lluviosa, entonces, ¡cielos!, creo que lo hará.

Malaquías 3:10 es el único pasaje de la Biblia donde Dios dice a Su pueblo que lo ponga a prueba. Le dice: «Traigan íntegro el diezmo para los fondos del templo, y así habrá alimento en mi casa. Pruébenme en esto —dice el Señor Todopoderoso—, y vean si no abro las compuertas del cielo y derramo sobre ustedes bendición hasta que sobreabunde» (NVI).

Las compuertas se abrieron para nuestra familia aquella tarde lluviosa de julio. ¿Qué es lo que impide que se abran para ti?

P.D.: Permítanme aclarar, el día que sucedió informamos a la policía. Nos dijeron, básicamente, que si nadie llamaba para presentar una reclamación, el dinero era nuestro. Después de que transcurrió un poco de tiempo sin que nadie lo reclamara, sabíamos que el dinero era nuestro, que había sido entregado por la mano de Dios. En realidad lo sabíamos desde el principio, pero pensamos que debíamos considerar todas las posibilidades y prepararnos en caso de que alguna vez nos hicieran esa pregunta.  C. Beall[3]

Pensemos en las promesas del Señor en relación con lo que cuentan esas personas que decidieron dar el primer lugar a la obra de Dios con respecto a su dinero. Todos podemos aceptar la invitación de dar y podremos echar una mirada retrospectiva y ver que el Señor no nos ha fallado. Jesús dijo: «Dad y se os dará… porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir»[4].

Es el efecto bumerán, que en realidad es una fórmula irrefutable para el éxito, una fórmula de la que podamos estar muy seguros. La cantidad que demos a Dios y a los demás, volverá a nosotros. Dios es el gran contador. Mantiene registros impecables de todas nuestras operaciones económicas; y cuando damos al Señor y su obra, Él ha prometido que la inversión tendrá un rendimiento, no de un mísero 3, 5 u 8 por ciento de interés, sino cien veces más. Esa es una buena inversión.

Podemos ver los donativos y los diezmos como si se pusiera dinero en el banco de Dios. Es una transacción muy real, con beneficios reales. Sin mencionar que estamos tratando con el mejor agente, el que de verdad  quiere lo mejor para nosotros.

Son sólidas como una roca las promesas de Dios acerca de lo que obtendremos como resultado de los donativos y los diezmos. ¡Podemos apoyarnos en Sus promesas y veremos que Él abre las ventanas de los cielos para derramar Sus bendiciones!

Roadmap fue una serie de videos de LFI creada para adultos jóvenes. Se publicó por primera vez en 2010. Texto adaptado y publicado de nuevo en Áncora en febrero de 2018.


[1] Jon Huntsman, padre, Winners Never Cheat—Even in Difficult Times (2005).

[2] V. Malaquías 3:8.

[3] Tomado de un blog personal; por lo visto ya no está en Internet.

[4] Lucas 6:38.

 

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