Aquellos sucios pastores

diciembre 18, 2017

María Fontaine

[Those Dirty Shepherds]

Cuando era niña, uno de mis cuadros favoritos fue uno de Jesús como el buen pastor, que llevaba un cordero en un brazo y Su cayado en el otro.

Es posible que nuestra imagen de los pastores y sus ovejas provenga de algunos de los pastores más famosos que se describen en la Biblia, como por ejemplo Abel, Abraham, José, Moisés, el rey David y Jesús, nuestro buen pastor.

Sin embargo, esa imagen esconde un hecho menos conocido de la Navidad. Tal vez esperamos que esos pastores que de noche cuidaban a sus rebaños en una ladera cerca de Belén fueran respetados miembros de la sociedad. ¿Acaso las personas de aquella época no los considerarían ciudadanos honrados, fiables, testigos creíbles, dignos de confianza y rectos?

Si no fuera así, ¿por qué los ángeles les habrían confiado un mensaje tan importante como anunciar la llegada del Mesías? A menos que los demás los consideraran merecedores, ¿por qué les iban a indicar dónde se encontraba Jesús para que lo saludaran a Su llegada a la tierra donde llevaría a cabo la misión más importante que pueda haber? Esos pastores no fueron enviados a ver solamente a un emisario del Dios del universo. ¡Fueron invitados a encontrarse con Dios, frente a frente! ¿Qué podría ser más importante que eso?

Según algunos historiadores, en aquella época los pastores se consideraban los más inferiores de todos. El término que los fariseos empleaban en la Biblia inglesa para referirse a ellos se traduce como «pecadores». Era un término peyorativo que significa vil y sucio. Los pastores se pasaban la vida cuidando animales, a menudo dormían a la intemperie, rodeados de estiércol y con la posibilidad de enfermarse. No se les consideraría dignos siquiera de ofrecer un sacrificio a Dios, mucho menos de ser las personas importantes que representaran a la humanidad en la ceremonia de Su llegada a la tierra. Los pastores eran rechazados por las personas «respetables», en particular por los judíos religiosos y la élite de Israel, y socialmente, a menudo se consideraban igual a los recaudadores de impuestos y las prostitutas.

Desde la limitada perspectiva del hombre, Dios enviaba a unos parias sucios y malolientes para dar la fiesta de bienvenida a Su Hijo y para divulgar la buena nueva de la salvación a todos los que escucharan. En la actualidad, eso tal vez sería igual a que un coro de ángeles se apareciera a un grupo de personas sin hogar que duermen en la calle en cajas de cartón o que acampan bajo el puente de una autopista. Dios se fija en el corazón. No le importa si alguien viste con harapos o lleva ropa espléndida.

En la Biblia dice que los pastores fueron de prisa a ver al niño. Así pues, no tuvieron tiempo de darse un baño ni ponerse mejor ropa; de todos modos, lo más probable es que no tuvieran túnicas muy elegantes[1]. Corrieron así como estaban, directamente a la presencia de su Señor y Rey, y una vez allí con emoción relataron su experiencia a María y a José y se les dio la bienvenida con amor y aceptación.

¿Por qué Dios eligió a los pastores? ¿Por qué ofrecería aquel inestimable privilegio a quienes no eran dignos a los ojos de los hombres? Es posible que se debiera a que Él sabía que ellos creerían, que tendrían una fe pura y sencilla. Ellos corrieron para estar junto al recién nacido Hijo de Dios, sin tratar de analizarlo ni entenderlo. Ellos divulgarían la noticia a todos los que prestaran atención.

Los pastores no solo recibieron honor de parte de Dios, también se les dio la misión —además de la tarea privilegiada— de comunicar a otros la buena noticia. En cierto sentido, Dios comenzó el proceso de ganar discípulos por medio de los pastores, a medida que contaban a otros que había llegado el Salvador.

Podemos imitar el ejemplo de testificación que nos dio el Señor si damos con libertad el mensaje de Jesús, independientemente de la apariencia de las personas o de su condición social, o de su educación, o de sus circunstancias[2]. Algunas personas que Dios pone en nuestro camino quedan muy agradecidas y emocionadas al oír las buenas nuevas, como lo hicieron los pastores, a tal grado que contarán a otros lo que Él ha hecho por ellas al permitirles ser parte de Su reino. Dejen que el Señor les conmueva el corazón de modo que comuniquen Su amor a los que lo necesitan.

Artículo publicado por primera vez en diciembre de 2013. Publicado de nuevo en Áncora en diciembre de 2017.


[1] Lucas 2:15-18. 

[2] Juan 7:24.

 

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