La decisión de creer

noviembre 28, 2017

Recopilación

[Choosing to Believe]

«“Si Tú eres el Cristo (el Mesías), dínoslo.” Pero Él les dijo: “Si se lo digo, no creerán”».  Lucas 22:67[1]

No se puede obligar a nadie a creer algo. Nosotros decidimos si vamos a creer algo, basándonos en la evaluación de las pruebas que nos presentan. En el idioma español, es posible que haya diferencias entre lo que significa la fe y creer. Sin embargo, en el Nuevo Testamento son diferentes formas del mismo vocablo griego. Creer es el verbo y fe es el sustantivo de la misma palabra. (Como pensar y pensamiento).

Juan 20:25: «Los otros discípulos le decían: “¡Hemos visto al Señor!” Pero él les dijo: “Si no veo en Sus manos la señal de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en Su costado, no creeré”»[2].

Notemos que Tomás dijo: «NO creeré».

Muchos piensan que ver milagros haría que las personas tuvieran fe. Sin embargo, los que creen como consecuencia de ver milagros son los que optan por aceptar el milagro como prueba suficiente para creer. De todos modos es una decisión. «A pesar de que Jesús había hecho tan grandes señales milagrosas delante de ellos, no creían en Él»[3].

Antes pensaba que era difícil definir con exactitud la fe; que era como un sentimiento o un estado de ánimo. Pero ahora entiendo que una vez que tomamos la decisión de creer, tenemos fe, independientemente de cómo nos sintamos. En su esencia, la fe siempre es una decisión. Nadie puede obligarnos a creer en algo. La decisión es nuestra.

Sin embargo, no podemos creer ni tener fe en algo sin pruebas. Debemos tener prueba que nos convenza antes de que podamos creer en algo. La prueba principal que Dios nos ha dado para que tengamos fe en Él es Su Palabra. Dios no es un mentiroso; se puede confiar en Él. Lo que Dios dice siempre se cumple. Así pues, si alguien dice que no tiene mucha fe, la solución para esa persona es que vea las pruebas de la Palabra de Dios sobre ese tema, y que luego decida aceptar como cierto lo que dijo Dios. Entonces tendrá fe. En ese momento, es posible que no sienta nada, pero tiene fe.

La acción principal de la fe en Dios es hablar en consonancia con la Palabra de Dios. Jesús dijo que si tuviéramos fe, podríamos decir. Así pues, con nuestras palabras expresamos lo que creemos. Y entonces mantenemos esa postura de fe, independientemente de los sentimientos o de las circunstancias.  Tomado de aDevotion.org[4]

Culto con base en la razón

En la Biblia, «corazón» no equivale simplemente a las emociones, como se emplea por lo general en el lenguaje de hoy en día. En el pensamiento bíblico, el corazón es el centro de la personalidad humana y a menudo se emplea de manera que se pone énfasis en el intelecto más que en las emociones. Así, la súplica en proverbios 23:26: «Dame, hijo mío, tu corazón» a menudo se ha entendido como un ruego por nuestro amor y devoción. Sin embargo, en realidad es una orden de escuchar, de poner atención, de sentarse derecho y tomar nota, un llamamiento a la concentración más que a la consagración. Eso queda claro particularmente en el libro de Proverbios, donde leemos que el corazón debe poner atención a la inteligencia y ser sabio[5].

En el Nuevo Testamento también hay pasajes en que el corazón significa sobre todo la mente. Por ejemplo, la conversión de Lidia, la vendedora de artículos de púrpura que comerciaba en Filipos. Lucas la describe así: «el Señor le abrió el corazón para que respondiera al mensaje de Pablo»[6]. En otras palabras, el Señor le abrió el entendimiento para que captara y recibiera el evangelio.

Claro, el corazón es más que la mente. Sin embargo no es menos. Así que alabar con el corazón es alabar de manera racional. Amar a Dios de todo corazón supone amarlo con toda nuestra mente.

Eso nos lleva a exponer el primer principio básico de la adoración cristiana, que es que debemos conocer a Dios antes de que podamos adorarlo. Es verdad que en Atenas Pablo encontró un altar con esta inscripción: A UN DIOS DESCONOCIDO. Sin embargo, reconoció que era una contradicción de términos. Es imposible adorar a un dios desconocido puesto que, si es desconocido, la adoración que desea será igualmente desconocida. Por eso Pablo dijo a los filósofos que lo que ellos desconocían era lo que él les anunciaba[7].

El mismo principio surge claramente en la conversación de Cristo con la samaritana junto al pozo de Jacob. […] Los samaritanos aceptaban el pentateuco, pero rechazaban la posterior revelación que Dios había dado de Sí mismo por medio de los profetas. Al tener la ley sin los profetas, era incompleto el conocimiento de Dios que tenían los samaritanos. Jesús hizo referencia a eso en su conversación con la mujer junto al pozo: «Ahora ustedes adoran lo que no conocen; nosotros [es decir, los judíos] adoramos lo que conocemos, porque la salvación [es decir, el Mesías prometido] proviene de los judíos». Y luego Jesús continuó: «Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre… en verdad»[8]. Así pues, la verdadera adoración es «en verdad». Es adorar a Dios el Padre como Él ha revelado completa y finalmente en Jesucristo, Su Hijo.  John Stott[9]

Confianza, aceptación y entrega

Creer en Dios no es lo mismo que creer que Dios existe o que hay un Dios. Creer que Dios existe es simplemente aceptar una especie de proposición, una proposición para referirse a un ser personal que, digamos, ha existido desde la eternidad, que es todopoderoso, perfectamente sabio, perfectamente justo, que ha creado el mundo y que ama a Sus criaturas. Creer en Dios, sin embargo, es algo muy distinto. Por lo tanto, el Credo de los apóstoles empieza así: «Creo en Dios, Padre Todopoderoso, creador del Cielo y de la Tierra». El que repite esas palabras y lo dice en serio no se limita a anunciar que acepta que determinada proposición es verdadera; hay mucho más que eso. Creer en Dios significa confiar en Dios, aceptarlo, poner tu vida en Sus manos.

Para el creyente, todo el mundo se ve distinto. El cielo azul, los bosques verdes, las grandes montañas, el océano con sus olas, amigos y familia, el amor en sus muchas formas y diversas manifestaciones: el creyente ve todo eso como regalos de Dios. Todo el universo tiene para él una forma personal; la verdad fundamental acerca de la realidad es verdad acerca de una Persona. Así pues, creer en Dios es más que aceptar la proposición de que Dios existe. De todos modos, por lo menos es eso. Una persona no puede creer prudentemente en Dios y darle gracias por las montañas sin creer que existe una persona así para darle las gracias, y que Él ha creado las montañas. Tampoco nadie puede confiar en Dios y entregarse a Él sin creer que existe: «Para acercarse a Dios, uno tiene que creer que existe y que recompensa a los que lo buscan»[10]Alvin Plantinga

Fe que va creciendo

La fe viene, va creciendo, al oír la Palabra de Dios. No surge de golpe. «La fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios»[11]. Esa es la ley de la fe.

¡Muchas veces la falta de fe se debe a la ignorancia! La fe se funda en la Palabra; léela en oración y pídele a Dios que fortalezca tu fe. Él siempre responde al corazón anhelante. Su Palabra te infundirá fe.

Dios no solo es capaz de curarnos, ¡sino que quiere hacerlo! Cuando un pobre leproso se acercó a Jesús y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme», dice la Escritura que «Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: “Quiero; sé limpio”. Y al instante su lepra desapareció»[12]. Él está más deseoso de dar que nosotros de recibir.

Lo único que Él nos pide es que le honremos con nuestra fe, creyendo en Su Palabra y Sus promesas. «Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan»[13]. Confía en el Señor. «Él no ha faltado nunca a ninguna de todas Sus buenas promesas»[14]David Brandt Berg

Publicado en Áncora en noviembre de 2017.


[1] NBLH.

[2] NBLH.

[3] Juan 12:37 (DHH).

[4] http://adevotion.org/archive/faith-is-a-choice.

[5] Por ejemplo, Proverbios 2:2; 23:15 (NVI).

[6] Hechos 16:14 (NVI).

[7] Hechos 17:23 (NVI).

[8] Juan 4:22-23 (NVI).

[9] John Stott, Christ in Conflict: Lessons from Jesus and His Controversies (InterVarsity Press, 2013).

[10] Hebreos 11:6 (DHH).

[11] Romanos 10:17.

[12] Mateo 8:2-3.

[13] Hebreos 11:6.

[14] 1 Reyes 8:56.

 

Copyright © 2024 The Family International