noviembre 16, 2017
Lo que hizo Jesús cuando estuvo en la Tierra dejó horrorizados a muchos líderes religiosos de Su época. Se debió a la indiferencia de Jesús por los prejuicios tan comunes en la sociedad y religión de aquellos tiempos. Sus acusadores lo condenaron tildándolo así: «Este es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores»[1].
Recordemos la parábola del buen samaritano, la salvación de los publicanos, que Jesús invitó a Mateo —un recaudador de impuestos— a ser Su discípulo, y que fue amigo de María Magdalena. En todas las circunstancias, Jesús ofreció la salvación a todos por igual. Jesús dio el mismo respeto e hizo el mismo ofrecimiento de vida eterna a un delincuente despreciado y a un gobernante piadoso del pueblo judío.
Aunque esos relatos de la Biblia son conocidos, pensemos en el gran respeto que manifestaba Jesús por la dignidad humana. Cuando Jesús apacentó a la samaritana que conoció junto a un pozo, no fue algo que sucedía habitualmente. Los habitantes del pueblo en el que Jesús nació se consideraban a sí mismos tan superiores a los samaritanos que debían pasar por un largo período de limpieza después de haber tenido contacto con un samaritano, o si habían estado bajo el mismo techo con un samaritano en una casa, ¡y ni pensar en beber agua de un cántaro «contaminado» por uno de ellos! Actualmente eso parece increíble, pero era una realidad en esa época. Sin embargo, para manifestar el amor de Dios y respeto a todo ser humano, Jesús estuvo dispuesto a no seguir el código de conducta aceptado. Así de importante era para Jesús hacer ver a todas las personas que eran valiosas a los ojos de Dios.
Basta decir que había fuertes tensiones religiosas entre esas dos culturas. Era evidente que por lo general los judíos despreciaban a los samaritanos; probablemente se trataba de un sentimiento mutuo. Al tener eso presente, vemos que lo que hizo Jesús fue muy importante al llevar a Samaria el mensaje del amor de Dios y Su verdad.
Primero, eligió ir a Samaria con Sus seguidores, y sentarse junto al pozo en las afueras de la ciudad para descansar mientras Sus discípulos fueron a buscar alimentos. Cuando una samaritana se acercó al pozo para sacar agua, Él le pidió un poco de agua. La mujer quedó asombrada y preguntó: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí».[2]
Jesús aprovechó la oportunidad para testificar de manera contundente acerca de Su misión en la Tierra y para explicarle cómo son las cosas del Cielo. Le dijo que no importaba dónde rindiera culto a Dios, ¡siempre que adorara al Padre en espíritu y en verdad!
Cuando volvieron los discípulos, dice la Biblia, «se asombraron de que hablara con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: “¿Qué preguntas?” o “¿qué hablas con ella?”»[3]
Resulta evidente que no sabían qué pasaba, pero entendieron que sucedía algo importante. Nos imaginamos que aquel día los discípulos se quedaron con una excelente enseñanza después de ser testigos del gran amor y respeto que tuvo Jesús por alguien a quien a ellos les habían enseñado a tratar de forma diferente.
Esto es algo que ocurrió en la época moderna:
Todos hemos oído hablar de Desmond Tutu, pero pocos sabemos quién es Trevor Huddleston. No obstante, sin Trevor Huddleston es posible que Tutu no hubiera sido un líder en el movimiento contra el apartheid.
En una entrevista que le hizo la BBC le pidieron que identificara el momento decisivo en su vida. Desmond Tutu habló del día en que su madre y él caminaban por la calle. Tutu tenía nueve años. Un hombre blanco, alto, con traje negro se acercó caminando hacia ellos. En la época del apartheid, cuando una persona de raza negra y una de raza blanca se cruzaban al caminar por una acera, se esperaba que la persona negra se hiciera a un lado, colocándose donde estaba la alcantarilla para dejar pasar a la persona blanca, y que saludara con la cabeza en señal de respeto. Ese día, sin embargo, antes de que el joven Tutu y su madre se quitaran de la acera, el hombre blanco se apartó de la acera y «mientras pasábamos mi madre y yo, ¡saludó levantándose el sombrero en señal de respeto a ella!»
El hombre blanco era Trevor Huddleston, un sacerdote de la Iglesia Anglicana que se oponía firmemente al apartheid. Eso cambió la vida de Tutu. Cuando su madre le dijo que en la acera Trevor Huddleston se había hecho a un lado porque era un hombre de Dios, Tutu encontró su vocación. Tutu contó: «Cuando ella me dijo que era un clérigo de la Iglesia Anglicana, en ese momento también quise serlo. Y lo que es más importante, quise ser un hombre de Dios».
Más adelante, Huddleston fue mentor de Desmond Tutu, y su entrega a la igualdad de todos los seres humanos debido a que son creados a imagen de Dios fue el factor fundamental en la oposición de Tutu al apartheid[4]. Tomado de storiesforpreaching.com
En la primera parte de este tema hablamos de apreciar a los demás. Hasta ahora, es posible que las ideas presentadas las hayas aplicado a personas que no conoces muy bien, o a personas a las que apacientes, o si eres extranjero, a los ciudadanos del país donde vives. Sin embargo, los mismos principios para tener éxito se deben aplicar a todos, no solo a los conocidos, a los compañeros de trabajo y a personas que asesoremos espiritualmente, sino también a los que están más cerca de nosotros y que conocemos mejor: los miembros de nuestra familia, amigos, hermanos o hermanas, cónyuge, entre otros.
Al igual que decir que el amor empieza en casa, a menudo en el hogar también empieza el respeto. Y si no tenemos respeto por los que amamos, los que conocemos bien y con los que trabajamos estrechamente, entonces, ¿cómo podemos respetar a quienes apenas conocemos?
No es posible ponerse literalmente en el lugar de alguien que es diferente de nosotros. No podemos chasquear los dedos y probar cómo es ser mayor, vivir con una enfermedad física o mental, ser más delgado o más pesado, cambiar de apariencia, hablar otro idioma, tener otra piel, el cabello o los ojos de otro color, ni vivir en otro país o tener otra posición social. Sin embargo, para acercarnos tanto como se pueda, podemos probar lo siguiente:
—Aunque sea por poco tiempo, ponernos en un entorno distinto al que estamos acostumbrados. Por ejemplo, ir a otro país, desempeñar un trabajo de media jornada, o hacer una labor voluntaria. Luego, observa, escucha y reflexiona.
—Imaginemos que estamos en el lugar de la persona que acostumbrábamos a juzgar, y pensemos en cómo seríamos en esa situación. Es posible que aprendamos mucho a ponernos en el lugar del otro. Tal vez descubramos que tenemos más en común de lo que esperábamos.
Aquí tienen un poema que ilustra ese principio sencillo, pero importante:
Si yo te conociera y tú a mí…
si los dos viéramos con rigor
—y con vista divina, interior—
tu corazón y el mío, sinceros,
los dos discreparíamos menos.
Nos daríamos las manos en amistad.
Las ideas se acercarían con más facilidad
…si yo te conociera y tú a mí.
Si yo te conociera y tú a mí,
—como cada uno se conoce totalmente—,
nos veríamos frente a frente,
y hallaríamos una gracia asombrosa.
La vida tiene escondida tanta congoja,
tantas espinas por cada rosa.
Entenderíamos la razón de las cosas
…si yo te conociera y tú a mí.
Nixon Waterman
El siguiente mensaje se dio en profecía. El amor de Dios se describe de una manera muy cercana y personal. Revela el corazón de Dios con respecto a cada persona que Él ha creado. También nos enseña la actitud que deberíamos tener hacia los seres humanos, no solo hacia los que conocemos bien, sino hacia todos a los que esperamos llevar Su mensaje de salvación.
Soy el buen jardinero, el jardinero fiel. He plantado un hermoso, amplio y grandioso vergel. En Mi jardín cada flor es diferente, singular, hermosa a Mis ojos, especial. Cada flor tiene un color único, un tamaño peculiar, cumple un fin específico y ocupa un lugar particular en el jardín, así como en el corazón del Jardinero.
No los veo como «las masas», o «el grupo», sino que miro a cada uno como un ser único y especial, un hijo o una hija Míos. Amo tanto a cada uno que entregué a Mi Hijo Jesús por él y por ella. ¡Por ti en particular!
Para que te hagas una idea de ese amor, imagínate una balanza. Tiene dos platillos. En uno de ellos puse a Mi propio Hijo, al Ser que más quiero, Mi Hijo único. ¡Entonces la balanza se inclinó por completo hacia el lado en que estaba Él! Seguidamente, te tomé a ti, con todas tus flaquezas, defectos e idiosincrasias, con todas esas características tuyas que te molestan y te hacen sentir inferior, difícil de amar e indigno de Mi amor. Te coloqué en el otro platillo, y quedaron perfectamente equilibrados los dos.
Vi que era una transacción provechosa poner a Mi Hijo en un platillo y a ti en el otro. Vi que salía a cuenta cambiar la vida de Mi Hijo por tu redención, a fin de tenerte para siempre. Así de grande es el amor que siento por ti. Jesús, hablando en profecía
Dios es amor, y ama a cada una de Sus criaturas. Asimismo, nos ha pedido que amemos a nuestro prójimo tanto como nos amamos a nosotros mismos; ese amor empieza con el respeto por las personas que Él creó, a Su imagen y para Su propósito. Dios creó a cada persona con rasgos, características y talentos únicos; y a nosotros nos toca apreciar lo bueno de distintas culturas, nacionalidades y religiones. Debemos pedir a Dios que nos dé el mismo sincero interés y respeto por el prójimo que tuvo Jesús con la samaritana junto al pozo; Él la amó sin prejuicios ni ideas preconcebidas.
Celebremos las diferencias que hay en la gente. ¡Busquemos la belleza en vez de los defectos! Aprovechemos las fortalezas y cualidades que tienen otros y que a nosotros nos faltan. Podemos escuchar, establecer lazos de empatía, entender e interesarnos. Podemos aprender a respetar y apreciar a las personas por su valía, y sobre todo, por el valor que tienen para el que nos creó y ama a cada uno de nosotros por igual.
Roadmap fue una serie de videos de LFI creada para adultos jóvenes. Se publicó por primera vez en 2010. Texto adaptado y publicado de nuevo en Áncora en noviembre de 2017.
[1] Lucas 7:34 (RVR 1995).
[2] Juan 4:9 (RVR 1960).
[3] V. el capítulo 4 del libro de Juan.
[4] Esta anécdota es bastante conocida. Se difundió, por ejemplo, cuando Tutu fue galardonado con el premio Nobel y en una entrevista que dio a la BBC en 2003. V. también http://desmondtutu.org/.
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