septiembre 26, 2017
«De hecho, en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios, la cual es por fe de principio a fin, tal como está escrito: “El justo vivirá por la fe”». Romanos 1:17[1]
Muchas personas piensan que el evangelio de Dios consiste en reconocer que somos pecadores y aceptar a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador, de modo que cuando llegue el momento, vayamos al Cielo. Esa es una verdad extraordinaria; sin embargo, ese no es el evangelio, sino una consecuencia del mismo.
Si consideramos que el principal objetivo del evangelio es el perdón e ir al Cielo, no entenderemos cuál es el objetivo para hoy, mañana y todos los días que le sigan. Pablo escribe a los Romanos y expone de manera detallada el evangelio a los Romanos. Resulta interesante que nunca menciona ir al Cielo. La razón del evangelio es que podamos ser reconciliados con Dios y que volvamos a tener una buena relación con Él, de modo que podamos hacer propia la justicia de Dios, revelada en Su Hijo, y experimentarla en nuestra vida.
La justicia de Dios es el carácter moral de Dios que incluye Su amor, bondad, compasión, paciencia y justicia. Respondemos a todo eso con adoración y admiración; sin embargo, se vuelve mucho más personal, porque el objetivo de la justicia de Dios era que estuviera estrechamente vinculada con la raza humana. Génesis 1:26 (NVI) dice: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza…». Dios nos creó con el propósito de que fuéramos una expresión moral física y visible de cómo es Él. Dios es amor y estamos destinados a ser amorosos. Dios es bondadoso, misericordioso y justo, y fuimos creados para ser de esa manera.
Las verdades proposicionales acerca de la justicia de Dios ya se habían dado en el Antiguo Pacto, y el carácter de Dios ya se había revelado en los Diez Mandamientos. Conforme al Nuevo Pacto, la justicia de Dios ya no está en forma proposicional, sino que ha sido escrita en nuestro corazón por Su Espíritu que llega a nosotros por medio de la fe en Cristo. La fe en Cristo no es una creencia pasiva, sino una experiencia activa de la presencia y obra de Dios en nuestra vida. Pablo escribe: «Dios ha derramado Su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado»[2]. En Romanos 8:16 (NVI) dice: «El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios». Esas son experiencias y nos llevan a una relación de amor y dependencia de Dios.
El Evangelio de Dios es… acerca del aquí y ahora. Se trata de vivir cada día con fe en Cristo y de nuestra reconciliación con Dios, de la experiencia de ver que Él obra en nuestra vida, de manera que reflejemos cada vez más la imagen en la que fuimos creados. Charles Price
«Una cosa he pedido al Señor, y esa buscaré: que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y para meditar en Su templo». Salmo 27:4; NBLH
Los protestantes han visto la doctrina de la justificación (exclusivamente por gracia, solo por medio de la fe, solo sobre la base de la justicia y la sangre de Cristo, solo por la gloria de Dios, solo como se imparte en las Escrituras con autoridad final) como «el corazón del evangelio bíblico». […] ¿Qué significa? […] ¿Qué tiene de bueno ser justificado solo por fe? O dicho de forma más amplia, ¿por qué el evangelio —que tiene como centro la justificación por fe—, es una buena noticia? Pocas veces se hace esa pregunta, porque ser perdonados por nuestros pecados, ser absueltos en un tribunal donde fuimos acusados de delitos punibles con la muerte y que nos consideren justos delante de un Dios santo, evidentemente nos causa tanta alegría que pudiera parecer impertinente preguntar: ¿por qué es una buena noticia?
Sin embargo, creo que debemos hacer esa pregunta con encarecimiento. […] La razón para preguntarlo es que al parecer hay respuestas bíblicas en las que se ignora por completo el don de Dios mismo. Es posible que alguien responda: «Las buenas nuevas es que sea perdonado, porque no quiero ir al infierno». […] Otro puede responder: «Quiero ir al Cielo». […] En ese caso, debemos preguntar por qué quiere ir al Cielo. Es posible que diga: «Porque la alternativa sería algo doloroso». O bien: «Porque mi esposa murió y ella está allí». Otra respuesta: «Porque en ese lugar tendremos un nuevo cielo y una nueva tierra, donde por fin habrá justicia y belleza en todas partes».
¿Qué tienen de malo esas respuestas? Es verdad que nadie debería querer ir al infierno. […] En el Cielo volveremos a ver a seres queridos que murieron en la fe de Cristo, escaparemos del dolor del infierno, y disfrutaremos de la justicia y la belleza de la nueva Tierra. Todo eso es cierto. Así pues, ¿qué tienen de malo esas respuestas? Lo malo de esas respuestas es que no consideran a Dios como el bien más preciado del evangelio. No expresan el deseo supremo de estar con Dios. Ni siquiera mencionan a Dios. Solo se mencionan los dones de Dios. Esos dones son valiosísimos. Sin embargo, no son Dios. Y no constituyen el evangelio si el mismo Dios no se valora como el don supremo del evangelio. Es decir, si no se aprecia a Dios como el don esencial del evangelio, ninguno de los dones que Él entrega será el evangelio, las buenas nuevas. Y si se aprecia a Dios como el don sumamente valioso del evangelio, también se disfrutarán todos los otros dones menores.
La justificación no es un fin por sí sola. No es perdón de pecados ni atribución de rectitud. Tampoco es escapar del infierno, ni la entrada al Cielo, ni librarse de enfermedades, ni liberación de la esclavitud, ni vida eterna, ni justicia, ni misericordia, ni las maravillas de un mundo sin dolor. En el diamante del evangelio, ninguna de esas facetas es el bien supremo, ni el máximo objetivo. El bien supremo, el máximo objetivo, es ver a Dios y disfrutar de Su presencia, transformarse a imagen de Su Hijo; así, cada vez más, disfrutaremos y demostraremos la belleza y la valía infinitas de Dios. John Piper
Publicado en Áncora en septiembre de 2017.
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