agosto 28, 2017
En el Antiguo Testamento, todavía no había sido revelado el concepto de tres personas en un Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Solo comenzó a ser revelado en el curso y después del ministerio, la muerte, la resurrección y la ascensión al Cielo de Jesús, y el envío del Espíritu Santo en Pentecostés. Aunque los autores del Antiguo Testamento desconocían el concepto de la Trinidad y no veían el Espíritu Santo como miembro de la Trinidad, en sus escritos hablaron del Espíritu del Señor y el Espíritu de Dios. En ese sentido, concibieron el Espíritu como parte de Dios, como Su poder o facultad de actuar[1].
El Antiguo Testamento suele referirse al Espíritu de Dios empleando posesivos —«Mi Espíritu», «Tu Espíritu», «Tu Santo Espíritu», «Tu Espíritu Santo»—, lo cual confirma que los autores del mismo concebían el Espíritu de Dios como parte de Dios. No me eches de delante de Ti y no quites de mí Tu Santo Espíritu[2]. ¿A dónde me iré de Tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de Tu presencia?[3]
Se menciona que el Espíritu de Dios intervino en la creación del mundo y en la infusión de vida a los seres vivos. «La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Su Espíritu hizo hermosos los cielos. El Espíritu de Dios me hizo y el soplo del Omnipotente me dio vida»[4].
Además de la participación del Espíritu de Dios en la creación, se lo ve obrar a lo largo de todo el Antiguo Testamento. Durante los 40 años en que Moisés guió a los hijos de Israel en el desierto, el Espíritu de Dios estuvo en él. Cuando la carga de conducir al pueblo se volvió excesiva para él, la Biblia dice que Dios puso Su Espíritu en setenta ancianos del pueblo[5]. Dice que Josué tenía en su interior el Espíritu. También descendió el Espíritu de Dios sobre los jueces que condujeron al pueblo después de la muerte de Josué[6]. En los casos anteriores, el Espíritu del Señor vino sobre algunos en ciertos momentos, pero no permaneció en ellos todo el tiempo.
Después de la época de los jueces comenzó el linaje de los reyes de Israel. La Biblia señala que el Espíritu vino sobre los dos primeros, Saúl y David. Cuando Samuel ungió a Saúl como rey de Israel, le indicó varias cosas que iban a suceder y le explicó que, una vez que sucedieran, el Espíritu de Dios descendería sobre él. Todo ocurrió tal como Samuel predijo, y el Espíritu de Dios vino sobre Saúl en aquella ocasión y en otras posteriores[7]. En el caso de Saúl, a causa de su desobediencia, el Espíritu de Dios posteriormente se retiró de él[8].
A David le fue dado el Espíritu años antes de que ascendiera al trono. La Biblia dice: «Samuel tomó el cuerno del aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. A partir de aquel día vino sobre David el Espíritu del Señor»[9].
En el Antiguo Testamento también se habla del Espíritu de Dios con relación al don de profecía. «El Señor descendió en la nube y le habló a Moisés. Entonces les dio a los setenta ancianos del mismo Espíritu que estaba sobre Moisés; y cuando el Espíritu se posó sobre ellos, los ancianos profetizaron; pero esto nunca volvió a suceder»[10].
Cuando Dios dio a Moisés instrucciones para construir el arca de la alianza y el tabernáculo, el altar, las vestiduras sacerdotales y las muchas vasijas que hacían falta en el tabernáculo y para los sacrificios, le mencionó ciertos artesanos a los que había llenado de Su Espíritu y conferido habilidad, talento, conocimientos y capacidad creativa: «Habló el Señor a Moisés y le dijo: «Mira, Yo he llamado por su nombre a Bezaleel […], y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte […][11]
El Espíritu del Señor vino también sobre los profetas del Antiguo Testamento. En 2 Pedro, al hablar de las profecías contenidas en las Escrituras (es decir, en el Antiguo Testamento), dice que los profetas fueron impulsados por el Espíritu Santo: «Entended que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo»[12].
En el Antiguo Testamento, claramente el Espíritu de Dios actuaba de diversas maneras. Da la impresión de que, cuando descendía sobre alguien o daba poder a alguien, era con un propósito definido o por un tiempo limitado. El escritor J. Rodman Williams lo expresa de la siguiente manera: «El Espíritu podía «vestir» a una persona; pero al igual que la ropa, no se trataba de algo permanente. La concesión del Espíritu era por lo general transitoria: para un hecho en particular, para una tarea o para una profecía. No se trataba de una realidad constante»[13].
«Después de esto derramaré Mi Espíritu sobre todo ser humano, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. También sobre los siervos y las siervas derramaré Mi Espíritu en aquellos días». Joel 2:28-29
No obstante, Dios habló de que llegaría el momento (ahora sabemos que eso ocurrió en Pentecostés) en que Su Espíritu moraría en Su pueblo, no solo en algunos, sino en todos, incluidas las mujeres y los criados. En aquel tiempo y en aquella cultura esa era una forma categórica de indicar que sería para todos. Desde que se escribieron los últimos textos del Antiguo Testamento hasta justo antes del nacimiento de Jesús transcurrieron 400 años. Hay pocas pruebas de intervenciones del Espíritu de Dios en ese período, en particular en lo que se refiere a profecías u orientación recibida directamente del Señor. Sin embargo, en los albores de la época neotestamentaria se ve nuevamente al Espíritu Santo interviniendo y actuando entre el pueblo de Dios con relación al nacimiento de Dios Hijo, Jesús. Elisabet y Zacarías, padres de Juan el Bautista, estaban llenos del Espíritu[14]. Su hijo, Juan, fue lleno mientras aún estaba en el vientre de su madre[15]. El Espíritu Santo vino sobre María y la envolvió para que concibiera a Jesús[16].
Si bien en todos los textos del Antiguo Testamento se mencionan manifestaciones del Espíritu de Dios, es en la vida y el ministerio de Jesús y en el envío del Espíritu Santo en Pentecostés donde se ve un derramamiento más amplio y generalizado del poder y la unción del Espíritu.
Artículo publicado por primera vez en abril de 2013. Texto adaptado y publicado de nuevo en agosto de 2017.
[1] V. 1 Samuel 10:10 (RVC); 1 Samuel 16:13 (NTV).
[2] Salmo 51:11.
[3] Salmo 139:7.
[4] Génesis 1:2; Job 26:13 (NTV); Job 33:4.
[5] Números 11:16–17.
[6] V. Jueces 3:9-10, 6:34; 11:29.
[7] 1 Samuel 10:6, 10.
[8] 1 Samuel 16:14.
[9] 1 Samuel 16:13.
[10] Números 11:25.
[11] Éxodo 31:1–6.
[12] 2 Pedro 1:20–21.
[13] Williams, J. Rodman: Renewal Theology, Systematic Theology from a Charismatic Perspective, Vol. 2, Zondervan, Grand Rapids, 1996, p. 160.
[14] Lucas 1:41-42, 67.
[15] Lucas 1:14-15.
[16] Lucas 1:31, 34-35.
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