agosto 22, 2017
En la ley del Señor está su delicia y en Su ley medita de día y de noche. Será como un árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto a su tiempo y su hoja no cae, y todo lo que hace prosperará. Salmo 1:2–3[1]
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La clave para acercarse a Dios está en la oración y en la comunión con Él por medio de la meditación en Su Palabra. Pero no se trata de abrir rápidamente la Biblia. Estoy convencida de que si muchos cristianos son incapaces de sacarle suficiente provecho a la meditación no es porque cierren enseguida la Biblia, sino porque la abren muy rápido.
Cuando abras la Biblia, pídele a Dios que te revele las riquezas contenidas en el texto que estás por leer[2]. Tu oración puede ser muy sencilla, por el estilo de: «Espíritu Santo, ayúdame a entablar comunicación con Dios». Pero debe ser un clamor sincero del alma, que manifieste verdaderas ansia y sed[3].
No se puede sobrevivir —espiritualmente hablando— a punta de sorbitos de la Palabra el domingo por la mañana o de algún mordisquito ocasional a un par de versículos de la Biblia. Para crecer moral y espiritualmente son precisas comidas sustanciosas. Hay que masticar y asimilar el alimento sólido de la Palabra de Dios[4]. Así es como se llega a conocer el gozo, los beneficios, el consuelo, la paz y el reposo que da Jesús. Y cuanto más estrecha sea nuestra relación con Él, mayores serán las revelaciones de Su poder y gloria que recibamos.
Jesús quiere que tengamos lo que Él nos ofrece[5]. Desea darnos lo mejor y anhela que tengamos paz, reposo y alegría. Dice: «Mi paz os doy»[6], y: «Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido»[7]. Desea incluso que prosperemos en todo lo que emprendamos[8].
Quiere que tengamos todo eso porque nos ama. Quiere que nos acerquemos a Él para que conozcamos la vida que Él vino a ofrecernos: una vida por encima de lo común, por encima de la mediocridad, extraordinaria. «La roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre»[9]. Virginia Brandt Berg
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Todo gran hombre o mujer de Dios a lo largo de la historia ha pasado mucho tiempo a solas con Dios. Cualquiera persona de la que el Señor se haya servido portentosamente alguna vez fue un hombre o mujer con devoción por Su Palabra y la oración. Todos pasaban regularmente momentos en silencio con Él. El denominador común entre Moisés, David, Daniel, Pablo, Calvino, Wesley, Finney, Moody, Spurgeon, Billy Graham y todos los grandes santos de la historia es que dedicaron mucho tiempo a Dios en comunión personal. Sus escritos y ministerios lo demuestran claramente.
Alguien afirmó: «Si quieres realmente conocer a una persona, averigua cómo es cuando está a solas con Dios.» Lutero, el padre de la Reforma, dijo una vez: «Hoy tengo tanto que hacer que tengo que pasar al menos tres horas en oración». Cuanto más ocupado estaba, más tiempo con Dios necesitaba. Si estás demasiado ocupado para pasar un rato tranquilo, estás demasiado ocupado.
«Pero es que no tengo tiempo», es una excusa que oímos muy a menudo. Todo el mundo, cada persona, tiene exactamente la misma cantidad de tiempo cada semana —168 horas— y ocupará algunas de esas horas en las cosas que considera más importantes. No tienes tiempo para todo; debes hacer tiempo para las cosas realmente trascendentales. No es cuestión de tiempo, sino una cuestión de prioridades. ¿Qué es lo más importante para ti?
La clave para encontrar tiempo para dedicarlo a estar en calma, es tu compromiso con Cristo y el Reino de Dios. Jesús declaró: «Busquen primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas»[10]. Dale a Dios el primer lugar en tu vida y tendrás más tiempo. No permitas que nada te impida dedicar tiempo a comulgar con el Señor. Preserva ese tesoro a toda costa. Si Jesucristo es lo primero en tu vida, debes darle la primera parte de cada día. Esos momentos tranquilos debieran ser el principal compromiso prioritario de tu vida. Rick Warren[11]
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Los momentos a solas con Dios no son momentos desperdiciados. Nos transforman; transforman nuestro entorno; y cada cristiano que quiera vivir una vida con sentido, y que quiera la fuerza para servir debe dedicarle tiempo a la oración. M. E. Andross
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Si quieres aprender lo que el Señor desea enseñarte, tienes que parar, mirar y escuchar. De lo contrario, te verás arrollado por todos los afanes de esta vida en vez de irradiar Su verdad, Su amor y Su gozo. Si te exiges demasiado y te impones mucha presión, ¡tus esfuerzos pueden acabar en frustración! Perderás tu conexión con Jesús y con la central celestial. Me recuerda lo que dijo una niña de su gatito: «Mami, el minino se durmió y dejó el motor encendido». Es posible que andes de un lado para otro y que aun así estés dormido espiritualmente, que hagas mucho y no logres nada, «como quien golpea el aire»[12].
Sin las fuerzas del Maestro no puedes llevar a cabo Su obra. Y para obtener esas fuerzas debes dedicarle tiempo. Jesús dijo que solo una cosa es necesaria: sentarse a Sus pies y aprender de Él. Quienes hacen eso han escogido la mejor parte, la cual nunca les será quitada[13]. Si llevas un ritmo de vida de tanto ajetreo que no puedes dedicar unos momentos a orar y comulgar con Jesús, andas demasiado atareado.
Tómate un tiempo para consagrarte al Señor. «Estad quietos y conoced que Yo soy Dios. En la quietud y en confianza estará vuestra fortaleza»[14]. David Brandt Berg
Publicado en Áncora en agosto de 2017.
[1] RV 1995.
[2] 1 Corintios 2:10.
[3] Mateo 5:6.
[4] Hebreos 5:12.
[5] Juan 10:10.
[6] Juan 14:27.
[7] Juan 16:24.
[8] Salmo 1:3.
[9] Salmo 73:26.
[10] Mateo 6:33.
[11] Rick Warren, 12 Dynamic Bible Study Methods (Victor Books, 1987).
[12] 1 Corintios 9:26.
[13] Lucas 10:39 42.
[14] Salmo 46:10; Isaías 30:15.
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