julio 27, 2017
Se podría definir «hábito» de esta manera: una acción que se vuelve automática y que es muy difícil de dejar.
Nuestra vida cotidiana se compone de hábitos y rutina, lo que nos ayuda enormemente a ser exitosos y lograr metas, siempre que esos hábitos sean buenos. Los hábitos positivos son una gran ventaja. Sin embargo, los hábitos negativos son como un agujero negro que absorbe lo que en nuestra vida resulta útil, productivo e innovador. Necesitamos aprender a distinguir si un hábito es positivo o negativo, y contar con un proceso para hacer frente a los hábitos negativos y reemplazarlos con hábitos positivos. Esta anécdota divertida hace ver que los hábitos pueden estar tan arraigados que controlan nuestros actos, a veces sin que lo notemos.
Cansado de conducir desde el aeropuerto hasta su casa de campo, un hombre puso pontones a su avión a fin de amarar en el lago, directamente frente a su cabaña.
En el siguiente viaje llegó a la pista como era su costumbre. Su esposa, alarmada, le gritó:
—¿Te has vuelto loco? ¡No puedes aterrizar sin ruedas!
El asombrado esposo de un tirón subió la parte delantera del avión y por un escaso margen evitó el desastre. Seguidamente, amaró sin contratiempos en el lago.
Se quedó un momento sentado, visiblemente afectado, y luego dijo a su esposa:
—¡Eso fue lo más tonto que he hecho!
Seguidamente, abrió la puerta y salió, cayendo al agua. C. Clarke-Johnson
Todos tenemos hábitos, muchos. ¿Son buenos o malos? Alguien dijo que las personas no deciden su futuro; deciden cuáles son sus hábitos, y esos hábitos determinan su futuro.
Cuando se quiere resolver un problema matemático, se sigue una fórmula. Las fórmulas ayudan en el proceso de la resolución de problemas. Imagínate, ¿cómo sería querer resolver problemas matemáticos si no hubiera fórmulas?
Entonces, lo que necesitamos es seguir una fórmula para eliminar los malos hábitos que nos impiden hacer progreso. Esta fórmula es bastante buena. Llamémosla, la «fórmula para el progreso», porque puede ayudarte cuando examines tus hábitos y también a elaborar un plan y adoptar una estrategia para el progreso.
Los elementos de esta fórmula son: desea, cree que puedes, examina lo que te rodea, deja al descubierto tus excusas, elabora un plan y evalúa tu progreso.
¿Deseas algún cambio en tu vida? Si es así, ¿cuánto quieres ese cambio? ¿Lo deseas suficientemente como para que estés dispuesto a cambiar tu vida a fin de acelerar tu éxito? ¿Lo quieres lo suficiente como para dejar hábitos negativos y reemplazarlos por positivos? ¿Lo quieres lo suficiente como para sacrificar lo que sea que impida ese cambio en particular y el progreso que deseas?
Una idea útil es imaginar dónde quieres estar y cómo te sentirías si alcanzaras esa meta. Luego, pregúntate: «¿Cuánto estoy dispuesto a pagar para llegar ahí?»
Muchas personas quieren dejar malos hábitos, pero no tienen suficientes ganas de hacer lo que sea necesario para lograr ese cambio. Por lo tanto, su deseo es superficial e ineficaz.
Cada uno debe preguntarse: «¿Cuánto deseo los resultados del cambio que busco?» Y: «¿Estoy dispuesto a pagar el precio?» Si la respuesta es afirmativa, entonces estaremos en buen camino para llegar a nuestro destino deseado.
Es posible que desees un cambio y te parezca que estás dispuesto a pagar el precio por ese cambio, pero muy en el fondo quizá te preguntes si de verdad puedes hacerlo. Tal vez te parezca que otros sí pueden, pero que tú no puedes, aunque quieras el cambio de todo corazón. O tal vez te parezca que no tienes el talento, el tiempo, la fortaleza física o la tenacidad para hacer el cambio.
La fe es algo asombroso. La Biblia dice: «Cual es su pensamiento en su corazón, tal es él»[1]. Otro versículo dice: «El ánimo del hombre le sostendrá en su enfermedad»[2].
Esos dos versículos revelan que la voluntad humana es una fuerza muy poderosa. Somos una creación admirable y el espíritu humano puede sobrevivir y cambiar hasta en las situaciones más adversas. En muchos casos, el factor decisivo es nuestra voluntad y fe.
Si te cuesta creer que puedes cambiar, adopta una actitud positiva, llena de fe, aunque no te sientas de esa manera. Que tu actitud te lleve a decir: «Sí puedo». Empieza diciéndote frases positivas que refuercen el cambio. Ejemplos: «Por la gracia de Dios, puedo cambiar. Cambiaré. Con Su ayuda, puedo hacerlo».
En muchos casos, el deseo de cambiar no basta para que el proceso de cambio llegue a completarse. Debemos ser sinceros y, desde una perspectiva realista, considerar lo que nos rodea e identificar qué hacemos día a día que obre en contra del progreso que buscamos o que refuerce nuestros hábitos negativos.
Es posible que descubramos que con cada hábito que intentamos adquirir o dejar, hay ciertas cosas en el aspecto físico que obran a favor o en contra nuestra. Debemos descubrir cuáles son esas cosas y cambiarlas, o hacer los cambios que deseamos resultará frustrante y será mucho más lento.
Además, necesitamos vernos con franqueza y también ver las excusas que empleamos. Sé sincero contigo mismo. Fíjate en las excusas que te vienen al pensamiento. Anota todas esas excusas y luego prepara un contraataque. Si tu excusa por no levantarte temprano es que te fuiste a dormir muy tarde, entonces prepara un contraataque; determina una hora razonable en que des por terminadas las actividades nocturnas de modo que puedas irte a la cama más temprano. Si tu excusa es que te gusta quedarte a ver cosas en Internet hasta muy tarde en la noche, prepara un contraataque de modo que te recuerdes a ti mismo lo que te perderás a la mañana siguiente por no irte a dormir a tiempo. Para cada excusa, prepara un contraataque y tenlo a la mano para que lo recuerdes con frecuencia.
Ten en cuenta este concepto: Las personas muy exitosas se fijan metas; las personas que no rinden como podrían, crean excusas.
Es posible que pensemos que eso no se aplica a nosotros, o que estamos en desventaja debido a que nuestra situación es difícil. Sin embargo, incontables personas exitosas triunfaron a pesar de los obstáculos, discapacidades o dificultades.
Este es un ejemplo:
Esta es la historia de una mujer que de verdad entiende lo que significa prepararse para el éxito. Se llama Laura Sloate. Es la socia principal de una empresa de administración de fondos en Nueva York. La empresa supervisa activos de quinientos millones de dólares.
Sloate es enormemente exitosa, dicho sea de paso. En un lapso de cinco años, ¡los rendimientos medios de las cuentas privadas que ella administra fueron del 25 por ciento o más anualmente!
Huelga decir que en el trabajo de Sloate hay un intenso tráfico de información. Debe evaluar constantemente los mercados internacionales. Semanalmente debe analizar innumerables informes financieros. Y debe estar al tanto incluso de las tendencias de compra más pequeñas a nivel global.
El éxito de Sloate no le sorprende a los que la conocen, pues, como dicen sus amigos y familiares, ella se ha preparado para el éxito desde muy pequeña.
Desde su niñez, Sloate escuchaba cintas, asistía a seminarios y consultaba con mentores. Desde los seis años buscó tecnologías nuevas que la ayudaran a prepararse para el éxito. Sorprendentemente, lo único que no hizo fue leer.
En realidad, hasta el día de hoy, Laura Sloate no lee, a pesar de que la información es el elemento vital de su empresa. Eso no significa que Laura Sloate no tenga disciplina o que no esté preparada. Al contrario, Laura Sloate es una mina de información en prácticamente cualquier tema que se nos pueda ocurrir. Aunque parezca improbable, sin embargo, ella no consiguió esa información por medio de la lectura.
Verán, ¡es que Laura Sloate ha sido ciega desde los seis años! Burke Hedges[3]
Lo siguiente es elaborar un plan. Tal vez conozcas esta frase: «Planea el trabajo y trabaja de acuerdo al plan». Necesitamos documentar nuestros objetivos y la manera en que vamos a lograrlos. Un plan no es un plan a menos que esté por escrito. Y un plan no es eficaz a menos que se revise con frecuencia. Tal vez tengamos el plan más organizado del mundo, pero si está guardado, si nunca se ve de nuevo, entonces no habrá sido más que una pérdida de tiempo.
A menudo ponemos la excusa de que no tenemos tiempo para detenernos y escribir nuestro plan, o para revisar nuestro plan y hacer un seguimiento de nuestro progreso. Sin embargo, si no lo escribimos, entonces en realidad no estamos planificando; solo pensamos que estamos planeando. Es muy fácil olvidar un plan o hacer concesiones mentalmente cuando el plan no está formulado bien por escrito. O peor aún, cuando no escribimos nuestro plan, no dedicamos el tiempo y el análisis necesario para elaborar un buen plan, lo más probable será que nuestro plan sea mediocre, y el seguimiento aún peor.
Cuando hagas tu plan, recuerda ser realista, porque si no lo eres, al poco tiempo te desanimarás y luego es posible que te rindas o que nunca alcances tu meta. Es mejor ser realista y gradualmente alcanzar tu meta que nunca llegar a hacerlo.
Y por último, no permitas la entrada al desánimo. A veces todos damos traspiés o tenemos un mal día. Ese no es un problema grave; es más, es necesario que esperemos que haya algunos reveses y preverlos, de modo que cuando ocurran no sea abrumador.
Por último, aunque no menos importante, evalúa tu progreso. Con regularidad evalúa tu plan para ver si funciona para ti; si no, ¡cámbialo! Tu plan es un instrumento para el progreso. Si descubres que tu plan original era poco realista, haz las modificaciones que hagan falta. Si eras poco severo, haz el plan más estricto.
Con cada plan que hacemos, es útil que lo dividamos en tres categorías:
Pongamos el ejemplo de alguien que quiere mejorar su estado físico. Las metas específicas podrían ser de esta manera:
Al dividir cada plan en objetivos a largo y corto plazo, y también en metas inmediatas, se aporta estructura a nuestro plan y a nuestra vida. Asimismo, nos da un instrumento para medir nuestro progreso. Si nuestros planes son imprecisos, no sabremos cómo evaluar adecuadamente nuestro progreso. En cambio, si dividimos los objetivos en tres segmentos, el progreso será más perceptible y más fácil de supervisar.
Podemos hacer que se vuelva un hábito revisar nuestros planes cada mes. Podemos medir nuestro progreso según los objetivos inmediatos del mes anterior, adaptar nuestro plan, elaborar nuevas metas inmediatas y luego seguir adelante.
Si lo hacemos con diligencia mensualmente, veremos un enorme progreso. Si dedicamos tiempo a poner en práctica la fórmula del progreso, sabremos qué hacer cada vez que se presente en el día algún espacio no productivo, ¡y sabremos cómo llenarlo y con qué llenarlo porque tenemos un plan!
Sé muy bien lo que tengo planeado para ustedes, dice el SEÑOR, son planes para su bienestar, no para su mal. Son planes de darles un futuro y una esperanza. Jeremías 29:11[4]
Roadmap fue una serie de videos de LFI creada para adultos jóvenes. Se publicó por primera vez en 2010. Texto adaptado y publicado de nuevo en Áncora en julio de 2017.
[1] Proverbios 23:7 (RVR 1960).
[2] Proverbios 18:14 (RVR 1995).
[3] Burke Hedges, You, Inc. (QFORD, 1996).
[4] PDT.
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