junio 26, 2017
A veces las batallas que libramos en el mundo pueden hacérsenos muy penosas y descomunales. Es más, hay casos en que en efecto son penosas y descomunales. ¡La vida desde luego no es fácil para ninguno de nosotros! De todos modos, hay que tener presente que si se comparan con las angustias, la abrumadora soledad y desánimo, la desesperación y falta de amor y de una razón para vivir que afrontan muchas personas que no conocen al Señor, que no se aferran a la promesa de una eternidad con Dios, ¡nuestros problemas parecen menos graves!
Como somos hijos de Dios, disfrutamos la bendición de la compañía constante de Su Espíritu y de la cercanía de amigos y seres queridos que comparten nuestra fe. Confiamos en el amor incondicional del Señor y sabemos que aunque cometamos muchos errores, siempre podemos contar con Su perdón en tanto que acudamos a Él y se lo pidamos. Muchos no hemos aprendido todavía a no sucumbir a los sentimientos de culpabilidad, remordimiento y condenación, a pesar de nuestro conocimiento del perdón y amor incondicional del Señor, pero estamos aprendiendo, y por fe, sabemos que no debemos estar abrumados por sentimientos de culpa, rencores, remordimientos y condenación. «Ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de Él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte»[1].
De modo que si están cansados de los padecimientos y tribulaciones que afrontan en la vida terrenal, si tienen la tentación de quejarse de su suerte, recuerden que en comparación con la pobre gente perdida del mundo que no conoce al Señor, y que a veces no tiene nada que comer ni un techo sobre su cabeza, ¡nosotros Sus hijos somos bendecidos! Jesús murió para salvarnos y para que así lo ayudáramos a salvar a otros. Se nos pide que amemos y consolemos a los demás con el mismo consuelo y amor que Dios nos da[2].
Cada hijo de Dios tiene una vocación particular. El Señor tiene un plan y un propósito para cada uno. Si ponemos en duda o tenemos resentimiento acerca del plan que Él tiene para la vida de cada uno, eso puede enturbiar y entorpecer los momentos preciosos que nos ha dado en esta Tierra para vivir por Él.
Como discípulos del Señor, se nos pide ir al mar de la humanidad, a buscar a los perdidos, a los que se hunden y se ahogan a fin de ofrecerles vida, esperanza y verdad. Tenemos las inmensas riquezas del Señor para compartir con la gente del mundo que se encuentra perdida y agonizante. Contamos con el maravilloso consuelo que Él brinda, con el poder de Su Palabra. Sabemos cuál es el futuro que Él ha prometido a todos Sus hijos. Se nos pide que compartamos lo que hemos recibido con la gente agonizante y desesperada de este mundo que ha perdido esperanza de encontrar consuelo, o que no sabe que Dios la ama o que no sabe que el Cielo la espera. Todas esas personas que mueren mil veces antes de que su cuerpo físico por fin encuentre descanso en la tumba necesitan con urgencia el amor y la verdad de Dios. ¿Harán ustedes todo lo posible por compartir con ellos la alegría duradera, la paz interior y tranquilidad y la vida eterna que tienen en Jesús?
El Señor nos ha encargado a cada uno la tarea que Él quiere que llevemos a cabo en la Tierra. La Palabra de Dios dice que Jesús vino «a buscar y a salvar lo que se había perdido»[3]. Jesús dijo: «Como me envió el Padre, así también Yo los envío»[4]. Su Padre lo envió a la Tierra a morir para que nosotros pudiéramos vivir. Nuestra misión es que estemos dispuestos a «dejar morir» nuestro yo, entregándonos a diario a fin de que otras personas encuentren vida eterna en Jesús.
Pablo dijo: «Imítenme a mí, como yo imito a Cristo»[5]. Si examinan la vida que llevó Jesús y la que llevó Pablo, comprobarán que no fueron fáciles. Jesús nunca nos prometió una vida fácil; lo que sí dijo es que esta vida es momentánea y que si sufrimos por Él también reinaremos con Él[6]. Sin embargo, ¡dice también que nos dará en esta Tierra cosas que harán que nos sintamos satisfechos y felices![7]
El Señor quiere valerse incluso de la tristeza que sentimos cuando perdemos a alguien a fin de que lleguemos a comprender la tristeza que siente Él por Sus seres queridos que están separados de Él. Nos dice que lloremos con los que lloran y que dejemos que se desgarre nuestro corazón por los que todavía no lo conocen. Es gente que muere cada día espiritualmente sin Su Amor. Así como nosotros sentimos pesadumbre y nos embarga la tristeza y la nostalgia por quienes ya no tenemos a nuestro lado, así añora el Señor a Sus hijos perdidos. Ustedes saben cómo se siente uno cuando tiene el corazón partido, cuando alguna experiencia o pérdida trágica lo deja destrozado. Esas cosas lo afectan físicamente a uno. A veces te entran náuseas o hasta duele el corazón.
Del mismo modo en que los padres echamos de menos a nuestros hijos cuando no estamos con ellos y del mismo modo que deseamos intensamente saber que están bien, contentos y fuera de peligro, el Señor se desvela por Sus hijos. Los quiere tener en Sus brazos, cerca de Su seno y a salvo en Su casa, lo mismo que deseamos nosotros con nuestros hijos.
¿Recuerdan cómo se sentían antes de haber encontrado al Señor, cuando creían que todo estaba perdido, cuando estaban totalmente desesperanzados y pensaban que la vida no tenía ningún sentido, que parecía vacía y absurda? ¿Se acuerdan de lo infelices y desesperados que se sentían? El Señor oyó su súplica, en la hora de su necesidad Él se acercó a ustedes, los tomó en Sus brazos. Y probablemente lo hizo por medio de alguien, un testigo fiel que rebosaba de gratitud y alegría por el espléndido amor del Señor que tenía en el corazón.
Incluso si ustedes se han criado con el conocimiento del Señor desde pequeños, es probable que también sean fruto de la fidelidad de alguien que testificó a sus padres, o a los padres de ellos. ¡Cuando pensamos en lo que ha hecho el Señor por nosotros y en que para ello se valió de un mensajero fiel, de alguien como cualquiera de ustedes, nos dan ganas de hacer nuestra parte y no fallar! Él nos implora que hagamos lo mismo por otras personas, por los que están perdidos y solitarios a la intemperie, en las tinieblas, que sigamos Su ejemplo de entregar Su amor, Palabra y verdad a los demás.
¿Les gustaría vivir sin un propósito, sin esperanza para el futuro, sin nadie a quien acudir cuando tuvieran miedo, nadie que los consolara cuando se sintieran tristes, nadie que se ofreciera a ayudarlos cuando se sintieran confusos, ninguna forma de librarse de la carga de la condenación, sin saber cómo superar la muerte de un ser querido, sin tener ninguna idea del lugar adonde fue ni de si lo volverán a ver alguna vez, sin saber cómo afrontar una pérdida, una lesión o un daño físico, una enfermedad, una catástrofe, sin nadie que los ayudara cuando estuvieran solos? Si alguien nos ayudó a encontrar a Jesús y Su salvación, ¿cómo podemos dejar de hacer lo mismo por los demás? Jesús los amó tanto a ustedes que dio la vida por salvarlos, pero también los amó a ellos y dio la vida por ellos. Gracias a alguien cada uno de nosotros conocimos a Jesús, ¡y ahora tenemos el deber de transmitir el mensaje a otros!
El Señor quiere que nos interesemos sincera y profundamente por los demás, que seamos conscientes de que viven en medio de un torbellino de confusión, sin amor, y que en Jesús y Su Palabra tenemos las respuestas que ellos buscan. El Señor nos promete que si damos a los demás obtendremos grandes ganancias. «Recuerden que el Señor los recompensará con una herencia y que el Amo a quien sirven es Cristo»[8].
¡Qué ciclo tan hermoso! ¡A medida que demos a los demás, el Señor promete darnos a nosotros fuerzas, fe y alegría! La consecuencia será que muchas personas nos verán y sabrán que hemos estado con Jesús y también desearán estar con Él. Y así se perpetuará el ciclo. ¡Alabado sea el Señor!
Artículo publicado por primera vez en julio de 1995. Texto adaptado y publicado de nuevo en junio de 2017.
[1] Romanos 8:1-2 (NVI).
[2] 2 Corintios 1:4.
[3] Lucas 19:10.
[4] Juan 20:21.
[5] 1 Corintios 11:1 (NVI).
[6] 2 Corintios 4:17; 2 Timoteo 2:12.
[7] 1 Pedro 1:8; Juan 15:11.
[8] Colosenses 3:24 (NTV).
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