junio 13, 2017
Ciertas cosas han sido una constante a lo largo de la Historia. Por ejemplo, la pregunta: «¿Quién soy?» La búsqueda de la propia identidad es una experiencia universal, dispuesta por Dios. Lo que sí ha cambiado en las últimas dos generaciones es el referente al que acude la gente en busca de la respuesta. Para muchos ya no se trata de encontrar valores y un propósito sobre los que edificar su vida, sino en descubrir su perfil, la imagen que desean proyectar, con un fuerte componente de individualismo.
Nunca se ha dado tanta importancia a la expresión de la propia individualidad como en el mundo actual regido por el comercio y los medios de comunicación. Una búsqueda rápida en Internet arrojó más de 153.000 sitios en los que me decían cómo expresar mi individualidad. En la mayoría pretendían venderme algo. Dentro de ese impresionante abanico de opciones figuraban los medios más conocidos —vestuario, corte de pelo, música, dieta, auto— y también los más extremos —tatuajes y piercings—. Hoy en día sirve cualquier cosa que sea susceptible de comercializarse. La publicidad presenta cosas tan diversas como los tonos personalizados de telefonía móvil, las urnas de metal artesanales, la percusión con las manos y las obras de caridad como formas de expresar la individualidad. Lo que muchos consumidores pasan por alto es que en su búsqueda de la tan mentada individualidad acaban por convertirse en modelos de conformismo, avisos publicitarios ambulantes que promueven ideas, gustos, creaciones e iniciativas ajenas.
Lo que en otra época era un rito propio de la adolescencia, ahora nos persigue de la cuna hasta la tumba. ¡Y no lo digo en sentido figurado! El aviso de una empresa de tarjetas reza: «El anuncio de tu nacimiento debería expresar tu individualidad de un modo bien original». Y el de una funeraria: «Un servicio fúnebre concertado de antemano será una expresión de su individualidad».
Pero un momento: ¿Será que esas manifestaciones superficiales reflejan fielmente nuestra esencia? ¿O más bien el verdadero yo está determinado por nuestro ser interior, nuestro espíritu y los valores que nos mueven y que orientan nuestros actos? ¿Por qué quieres que se te conozca y se te recuerde? ¿Por la imagen que proyectas, o por la influencia positiva que ejerces en los demás? ¿Quién eres en realidad? Keith Phillips
Todos queremos saber quiénes somos en realidad. Procuramos encontrarnos a nosotros mismos, por así decirlo. Muchos hemos hecho tests psicotécnicos o de personalidad, además de someternos a otras evaluaciones. En los tests nos dicen, por ejemplo, que nuestra personalidad es como la de un león, un castor, ENFP, activista, activador, competidor, con mucho dominio, mucha influencia.
Aunque esos tests pueden ser útiles, te has detenido a hacerte esta pregunta: «¿Qué piensa Dios de mí? ¿Quién dice que soy?»
He sido cristiano por muchos años y hasta hace poco me hice esa pregunta. Y lo que descubrí es que Dios tiene mucho que decir de lo que piensa de nosotros. En la Biblia abunda esa información. No obstante, si pudiéramos resumirlo en poco espacio, sería algo parecido a esto.
Soy el Creador, eres creación mía. Puse en tu nariz el aliento de vida[1]. Te creé a Mi imagen[2]. Mis ojos vieron tu cuerpo en gestación[3]. Te formé en el vientre de tu madre[4]. Tengo contados los cabellos de tu cabeza, antes de que digas algo, Yo ya lo sé[5]. Eres una creación admirable[6]. […]
Sin embargo, desde el principio, cambiaste Mi verdad por una mentira. Adoraste y serviste a criaturas en vez de a Mí, el Creador[7]. Has pecado y quedaste lejos de Mi gloria[8]. […]
Sin embargo, tan grande es Mi amor que di a Mi único Hijo para que todos los que crean en Él no perezcan, sino que tengan vida eterna[9]. Cuando todavía eran pecadores, Cristo murió por ustedes. Cuando eran todavía hostiles hacia Mí, fueron reconciliados conmigo mediante la muerte de Mi Hijo[10]. El pecado no tiene la última palabra. La gracia sí la tiene[11].
Ahora todo el que invoque el nombre de Jesús será salvo[12]. Los que han creído han nacido de nuevo[13]. Los he adoptado[14]. Son hijos de Dios, herederos de Dios[15]. […]
Un día serás transformado, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al toque final de la trompeta[16]. […] Serás librado de tu cuerpo mortal por medio de Jesucristo y habitarás conmigo[17]. Enjugaré toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor[18]. […] Tendrán Mi reposo, heredarán el reino que he preparado para ustedes, los llenaré de alegría y delicias para siempre[19].
Lo más importante es que verán Mi rostro y estarán conmigo[20]. John Rinehart[21]
Además de en Cristo, ¿dónde buscas identidad? ¿Te aferras a algo por temor a que sin ello estarás perdido? A veces, por la gracia de Dios, el Señor permite que se nos quite aquello que más tememos perder a fin de revelar que hemos buscado nuestra identidad en algo aparte de Él. A medida que hace que entendamos mejor que nuestra verdadera identidad está en Él, somos entonces libres de disfrutar y glorificarlo en la forma extraordinaria en que nos ha creado.
En mi carne, tengo dones que están plagados de orgullo e imperfección, a menudo en mis deseos busco lo mío más que lo de Dios, y tengo tendencia a aferrarme a mis bendiciones más que a utilizarlas para la gloria de Dios. Sin embargo, esa ya no es mi identidad. Soy una persona recta, santa, amada, y capaz de dar la gloria a Cristo por medio de los dones y bendiciones que Él me ha dado. No por algo que yo haga, sino por la gracia de Jesucristo.
Alabo a Dios porque Él nos ama lo bastante como para tomar nuestro corazón quebrantado, rebelde, y gracias al sacrificio de Su hijo, nos ofrece una nueva identidad en Cristo. No nos conformemos con menos que eso. Sarah Walton[22]
En nuestra nueva identidad en Cristo, ya no somos esclavos del pecado[23], sino que hemos sido reconciliados con Dios[24]. Esta nueva identidad cambia completamente nuestra relación con Dios y nuestras familias, al igual que cambia la manera en que vemos el mundo. Nuestra nueva identidad en Cristo significa que tenemos la misma relación con Dios que tiene Cristo, que somos Sus hijos. Dios nos adoptó, nos recibió como hijos. Podemos llamarlo «¡Abba, Padre!»[25] Somos coherederos[26] y amigos[27] de Cristo. Y esta relación es más estrecha que la que tenemos con nuestros parientes terrenales[28]. En vez de temer a Dios como juez, tenemos el gran privilegio de acercarnos a Él como nuestro Padre. Podemos acercarnos a Él con confianza y pedirle lo que necesitamos[29]. Podemos pedirle que nos guíe y nos dé sabiduría[30] y saber que nada nos apartará de Él[31]. […]
Ya no somos ciudadanos del mundo, sino que estamos apartados de él[32]. Entendemos que somos parte de un reino celestial, gobernado por Dios. Las cosas de la tierra ya no nos atraen[33]. No tenemos temor ni ponemos demasiado énfasis en el sufrimiento terrenal ni en los padecimientos que enfrentamos[34], ni damos importancia a las cosas que valora el mundo[35]. Incluso nuestro cuerpo y actos reflejan que nuestra mente ya no se conforma al mundo[36] sino que ahora somos para Dios instrumentos de justicia[37]. Y nuestra nueva perspectiva del reino significa que entendemos que nuestro enemigo no es la gente que nos rodea sino las fuerzas espirituales que procuran por todos los medios evitar que las personas lleguen a conocer a Dios[38]. […]
Una de las mayores bendiciones de nuestra identidad en Cristo es la gracia que nos es dada a fin de que lleguemos a la madurez espiritual que de verdad refleja nuestra nueva identidad[39]. En nuestra vida a la luz de nuestra identidad en Cristo está muy presente un Padre celestial, una familia grande y amorosa y el entendimiento de que somos ciudadanos de otro reino y no de esta Tierra. Tomado de gotquestions.org[40]
Sé que no es así, sin embargo, a veces me parece que Dios me ama más cuando controlo mis emociones crudas y menos cuando estoy un poco descontrolada. ¿Te has sentido así alguna vez? Pues bien, Dios hizo una afirmación contundente acerca de Jesús que me anima al respecto: «Este es Mi Hijo amado; estoy muy complacido con Él»[41]. En este versículo encontré una nueva perspectiva al darme cuenta de que en aquel momento Jesús todavía no había llevado la cruz, no había hecho milagros ni había guiado a las masas. Dios amaba a Su Hijo y estaba complacido con Él; y eso no se basaba en el rendimiento de Jesús, sino sencillamente porque era Su Hijo. La identidad de Jesús fue establecida y afirmada por Su Padre antes de que Jesús iniciara Su ministerio. Jesús oyó a Dios, creyó a Dios y se mantuvo lleno.
En Cristo, Dios nos ha dado una nueva identidad[42]. Sin embargo, a diferencia de Cristo, tenemos tendencia a olvidar quiénes somos. Buscamos llenar nuestra vida y nuestros días con actividades y rendimiento, con la esperanza de complacer a otros e incluso a Dios. Nuestra humanidad nos hace vulnerables y necesitamos que a diario nos tranquilicen. Se podría comparar al fenómeno de estar satisfechos con una cena abundante, y que al despertar a la mañana siguiente tengamos mucha hambre. La verdad llega y nos llena. Sin embargo, nuestras rajaduras, grietas y circunstancias permiten que la verdad se escurra, dejándonos con un vacío que puede atormentar.
Por lo tanto, debemos apoyarnos momento a momento en la realidad de nuestra identidad antes de lanzarnos a cualquier actividad. Toma la verdad y frota bien. Deja que penetre rápidamente y resiste el agotamiento del desempeño del día. Escucha a Dios decir: «Eres Mi hija amada; estoy muy complacido contigo». Muy complacido porque eres tú, no por lo que haces. Muy complacido por un amor inconmensurable, incondicional, que no se gana, sino que simplemente se da. Lysa TerKeurst[43]
Su amor perfecto no se basa en nuestra perfección ni en ninguna otra cosa, solo en sí mismo[45]. […] Dice que eres una creación admirable[46]. Dice que nada puede separarte de Su amor[47]. No dejes que el enemigo robe tu identidad. Eres la obra maestra de Dios. ¡Créelo! Joyce Meyer[48]
Publicado en Áncora en junio de 2017.
[1] Génesis 2:7.
[2] Génesis 1:27.
[3] Salmo 139:16.
[4] Salmo 139:13.
[5] Mateo 10:30; Salmo 139:4.
[6] Salmo 139:14.
[7] Romanos 1:25.
[8] Romanos 3:23.
[9] Juan 3:16.
[10] Romanos 5:8, 10.
[11] Romanos 5:20.
[12] Romanos 10:13.
[13] 1 Pedro 1:3.
[14] Efesios 1:5.
[15] 1 Juan 3:2; Romanos 8:16–17.
[16] 1 Corintios 15:52.
[17] Romanos 7:24–25; Juan 14:3.
[18] Apocalipsis 21:3–4.
[19] Hebreos 4:9–11; Mateo 25:34; Salmo 16:11.
[20] Apocalipsis 22:4; Juan 14:3.
[21] http://www.desiringgod.org/articles/what-god-thinks-about-you.
[22] http://unlockingthebible.org/four-ways-our-identity-in-christ-changes-our-lives.
[23] Romanos 6:6.
[24] Romanos 5:10.
[25] Romanos 8:15–16.
[26] Gálatas 3:29.
[27] Juan 15:15.
[28] Mateo 10:35–37.
[29] Hebreos 4:16.
[30] Santiago 1:5.
[31] Romanos 8:38–39.
[32] 2 Corintios 6:14–7:1.
[33] Colosenses 3:2.
[34] Colosenses 1:24; 1 Pedro 3:14; 4:12–14.
[35] 1 Timoteo 6:9–11.
[36] Romanos 12:1–2.
[37] Romanos 6:13.
[38] Efesios 6:12.
[39] Filipenses 1:6.
[40] https://gotquestions.org/identity-in-Christ.html.
[41] Mateo 3:17 (NVI).
[42] Romanos 6:4.
[43] Lysa TerKeurst, Unglued Devotional: 60 Days of Imperfect Progress (Thomas Nelson, 2012).
[44] Efesios 2:10.
[45] V. 1 Juan 4:8.
[46] Salmo 139:14.
[47] Romanos 8:35.
[48] https://www.joycemeyer.org/articles/ea.aspx?article=finding_my_identity_in_christ.
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