abril 24, 2017
La inmutabilidad de Dios —Su constancia— es parte de Su naturaleza divina. Significa que en cuanto a Su ser, Su perfección, Sus objetivos y promesas, Dios no cambia. No altera Su naturaleza ni Su personalidad.
El universo y todo lo que hay en él sufre alteraciones. Se producen transiciones, movimientos de un estado a otro. Las personas —por ejemplo— envejecen; y a medida que eso sucede, cambian. Crecen o disminuyen de tamaño, así como también intelectual y emocionalmente. También se pueden sufrir transformaciones morales, pasar de ser una mala persona a una buena o viceversa. Alguien puede estudiar y practicar cierto oficio y con el tiempo llegar a dominarlo y adquirir pericia en él. Esos son ejemplos de mutabilidad, una característica intrínseca de la vida dentro de la creación.
Sin embargo, Dios trasciende la creación. Él no cambia. Si lo hiciera, mejoraría o empeoraría. Adquiriría o perdería inteligencia y conocimientos. Se volvería más amoroso o menos amoroso, más santo o menos santo. No obstante, por ser Dios, es infinito en todos esos atributos, y por ende no mejora ni empeora en ellos. Si lo hiciera, no sería Dios.
Toda la creación se encuentra en un proceso de transformación, se está transmutando en algo que no es en la actualidad. En cambio Dios es «ser». Es. Siempre es. No cambia[1].
La naturaleza de Dios, Sus atributos o perfecciones, no se alteran. Él siempre es bueno, amoroso, justo, ecuánime, santo, omnisciente, omnipotente y demás. Esas cualidades nunca varían. Él es constante.
Si Su personalidad variara, no podríamos tener la certeza de que el Dios que conocemos como bueno y amoroso seguiría siéndolo. Si Él estuviera sujeto a cambios, en algún momento podría comenzar a pensar que a fin de cuentas el pecado no es tan malo; a la larga podría degenerarse hasta el punto de empezar a obrar malvadamente y llegar a convertirse en un ser perverso y omnipotente. Sin embargo, Su personalidad y atributos no cambian y no pueden cambiar. Son constantes; no sufren variación.
Dios no cambia en cuanto a Sus designios, Su voluntad y Sus planes. Una vez que ha decidido realizar algo, lo hace. Su plan de salvación es algo que determinó desde antes de la fundación del mundo, y lo llevó a cabo tal como había prometido. Las profecías, predicciones y juicios emitidos durante el Antiguo Testamento se cumplieron. Sus planes de salvar almas por medio de Jesús, de que Jesús retorne, de que los creyentes tengan vida eterna, Sus designios en cuanto a juicios y en cuanto al Cielo, no varían; permanecen inalterables[2].
Dios no cambia respecto de Su Palabra y Sus promesas. Si dejara de cumplirlas, si actuara en contra de Su Palabra, no sería digno de confianza. La promesa de salvación, de vida eterna, y Su voluntad de responder a nuestras oraciones quedarían en entredicho. Si Él pudiera cambiar, esos fundamentos inamovibles de nuestra fe estarían sujetos a alteraciones. Pero Sus promesas y Su Palabra permanecen para siempre. «Tu Palabra, Señor, es eterna, y está firme en los cielos»[3].
Cuando se plantea la inmutabilidad de Dios suelen surgir interrogantes acerca de las veces en que dio la impresión de haber cambiado de parecer, como por ejemplo cuando le dijo a Jonás que fuera a la ciudad de Nínive a anunciar que en cuarenta días sería destruida[4]. Otro caso fue aquel en que le otorgó al rey Ezequías —que en aquel momento estaba enfermo— quince años más de vida después de haberle dicho que moriría[5].
Al examinar esos casos en los que da la impresión de que Dios cambió de parecer, debemos recordar que Él es una Persona que interactúa con la humanidad. Como parte de esa interacción, Él responde a las decisiones de los hombres y a las alternativas por las que optan. A Él le disgustan las acciones de las personas que obran mal; pero si tales personas se arrepienten y cambian, la relación de Dios con ellas también cambia. Su amor por ellas permanece inalterable, pero Su reacción varía en función de las decisiones que tomen individualmente o en conjunto. En el caso de Nínive, Dios reaccionó justificadamente ante la impiedad de la gente disponiéndose a destruirla, y le dijo a Jonás que lo anunciara. Después que Jonás procedió a hacerlo, el pueblo se arrepintió, y como consecuencia de ese arrepentimiento, Dios respondió con misericordia.
En el caso de Ezequías, Dios decretó que iba a morir; pero cuando el rey suplicó y lloró, Dios respondió a su oración y lo sanó.
En ambos casos, Dios respondió con amor y misericordia a los cambios de actitud y las oraciones de la gente afectada. En ninguno de ellos modificó Dios Su personalidad o Sus atributos, ni Su designio general y Su plan. Aunque Él no cambió, la gente sí lo hizo, y Él respondió de acuerdo a Su naturaleza divina.
El autor y teólogo Wayne Grudem lo explica de la siguiente forma:
Esos casos deben entenderse como auténticas expresiones de la actitud o intención de Dios respecto de una situación que se dio en cierto momento. Al cambiar la situación, naturalmente que la actitud o la expresión de la intención del Señor también se modifica. No es más que una confirmación de que Dios responde de distinta forma ante situaciones distintas. El caso de la prédica de Jonás ante el pueblo de Nínive es esclarecedor. Dios ve la impiedad de Nínive y envía a Jonás a proclamar: «¡De aquí a cuarenta días Nínive será destruida!» La posibilidad de que Dios revoque ese castigo si la gente se arrepiente no está explícita en la proclamación de Jonás tal como consta en las Escrituras, pero naturalmente está implícita en la advertencia: la finalidad de una advertencia es suscitar el arrepentimiento. Una vez que la gente se arrepintió, la situación varió. Ante esa nueva situación, Dios respondió de otra forma[6].
Otro factor que hay que tener en cuenta con relación a las situaciones detalladas más arriba es que la Biblia emplea descripciones antropomórficas de Dios, tales como la mención de que «se arrepintió» en el relato sobre Jonás. Estas se entienden mejor como lenguaje descriptivo que resulta humanamente comprensible.
Sobre este tema del lenguaje antropomórfico, William Lane Craig señala:
Es vital que entendamos el género o tipo literario de la mayoría de los relatos bíblicos. La Biblia es una obra narrativa. Consta de relatos acerca de Dios contados desde la perspectiva humana. Es lógico que un buen relator procure contar su relato con la vivacidad y el color que él quiere para darle realce. Así pues, se encuentran relatos bíblicos acerca de Dios referidos desde la perspectiva humana en que Dios no solo desconoce lo que ha de suceder a futuro, sino incluso lo que sucede en el presente. Dios desciende y le dice a Abraham: «La gente de Sodoma y Gomorra tiene tan mala fama que ahora voy allá, para ver si en verdad su maldad es tan grande como se me ha dicho»[7]. Eso no solo invalidaría la precognición de Dios, sino Su misma cognición del presente. Hay otros pasajes en los que se hace referencia a Dios en términos antropomórficos, en el sentido de que tiene nariz, ojos, brazos y otras partes del cuerpo, alas, etc., y si tomamos eso a pie juntillas, Dios sería un monstruo que escupe fuego. Esos son antropomorfismos, recursos literarios propios del arte narrativo del cronista, y no deben leerse como una filosofía de la religión o un libro de texto de teología sistemática[8].
En cada una de esas situaciones Dios no mudó Su naturaleza, personalidad, propósito o promesas. De hecho, fue constante en todo ello, mostrándose justo, amoroso, recto y cercano, y actuando dentro de Sus designios generales.
La inmutabilidad de Dios —Su constancia— es parte medular de nuestra fe en Él. Si fuera inconstante, si Su naturaleza o personalidad cambiaran periódicamente, si Él mejorara o empeorara, no podríamos confiar en Él. No podríamos confiar en Su Palabra ni en Sus promesas.
Dios no altera Su Ser, Su naturaleza, Su personalidad, Sus propósitos, Sus promesas ni Su plan. Se puede contar con Él, pues es fiel y verdadero. Es la roca sobre la que podemos edificar, aquel en quien podemos confiar en este cambiante mundo, ya que es el Dios inmutable.
Artículo publicado por primera vez en mayo de 2012. Texto adaptado y publicado de nuevo en abril de 2017. Leído por Gabriel García Valdivieso.
[1] Malaquías 3:6; Santiago 1:17.
[2] Efesios 1:11.
[3] Salmo 119:89 (NVI).
[4] V. Jonás 3:3-10.
[5] Isaías 38:1-5.
[6] Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Vida, 2007.
[7] Génesis 18:20–33 (DHH).
[8] Extracto de la transcripción de la entrevista en video «Can God Change?» del programa de PBS «Closer to Truth».
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