abril 10, 2017
Algo de valor tan incalculable, como el que Jesús ofreciera Su vida en pago por nuestros pecados, requirió que Él tuviera una inmensa fortaleza espiritual, profundidad de carácter y cercanía con Su Padre para lograr una enorme misión: Su máximo objetivo.
Incluso entonces, en medio de lo que tuvo que enfrentar para la salvación del género humano, Jesús pidió que, si fuera posible, el Padre permitiera que pasara de Él esa copa[1]. ¿Qué era la copa? La gran agonía y el sufrimiento que debió soportar. ¡Es posible que nos imaginemos Su copa llena de las consecuencias de los pecados del mundo! Todo lo que la justicia de Dios había decretado que se debía a los pecados cometidos en el pasado, presente y futuro. Parafraseo 2 a los Corintios 5:21: «Dios tomó al Cristo sin pecado y vertió sobre Él el costo de nuestros pecados. Luego, a cambio, vertió el regalo puro de la bondad de Dios en nosotros». El que no tenía pecado llevó el peso del castigo de las transgresiones del mundo entero, a fin de librarnos de ellas.
Motivado por Su amor por nosotros, el que no había pecado sufrió el precio del pecado y se convirtió en una maldición por nosotros, de modo que con Su muerte destruyera el poder del pecado en quienes acudieran a Él[2].
Nuestro intelecto humano, sin importar lo inteligente que sea, jamás logra entender en toda su profundidad estas verdades espirituales. Sin embargo, los ejemplos físicos de estos conceptos, aunque sean insuficientes en el mejor de los casos y veamos «por espejo, oscuramente», por lo menos nos ayudan a entender de manera parcial, muy limitada. El que Jesús tome para Sí mismo nuestros pecados y maldad podría compararse simbólicamente a una enfermedad incurable que se propaga en el organismo y penetra en las células. El que Jesús se convirtiera en pecado fue como si Él aceptara para Sí la consecuente muerte.
La Biblia dice que Jesús derramó Su vida hasta la muerte, y que nos libró por Su sangre[3]. La copa ahora simboliza la nueva vida a través de Su sangre que vertió por nosotros[4]. El pecado, la muerte, la impiedad, y todo el mal son sorbidos en una victoria[5]. Toda la maldad de la humanidad, y se hizo el acuerdo con respecto a todo pecado. Las Escrituras dicen: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí»[6].
El que fue vida y verdad y el Verbo hecho carne fue destruido en la carne, pero Su espíritu no podía ser destruido[7]. Lo que fue destruido para todo aquel que se dirija a Jesús fue el poder del pecado y de la muerte, el espíritu del mundo, y las fuerzas espirituales unidas a ellos. Su poder se destruyó y fue conquistado por Cristo para quien reciba Su sacrificio y regalo de amor. Las fuerzas de Satanás ya no tienen poder ni autoridad sobre Sus hijos más allá de lo que Jesús permite para que cumpla un propósito: enseñarnos y fortalecernos, hacer que nuestro testimonio resplandezca aún más, y acercarnos más a Él.
Lo que Jesús hizo por medio de Su muerte y resurrección a fin de darnos salvación es algo muy misterioso y va más allá de nuestro entendimiento humano; y no lograremos entenderlo a cabalidad hasta que nos hayamos liberado del mundo de la carne y estemos en el espiritual; y tal vez ni siquiera entonces. Sin embargo, cuando reflexionamos en lo que Jesús hizo por cada uno de nosotros —por todos nosotros— se renueva nuestra veneración y asombro.
En términos prácticos, para nosotros los cristianos ¿qué significa ese amor sin límites? ¿Qué nos dice? ¿Cuál es el significado? ¿Qué significa para nosotros en lo personal?
Con el correr de los años, los escritores cristianos han intentado explicar de diversas formas la esencia de la Pascua de Resurrección:
La Pascua de Resurrección representa todo lo que es nuestra salvación[8], ¡y eso vale la pena celebrarlo! La Pascua representa todo lo que ha sido y para siempre será posible en nuestra vida de resurrección. Representa:
Todas las imposibilidades descritas en el apartado anterior se volvieron posibles —se desató todo el potencial del universo— cuando Cristo venció la muerte.
Vale la pena que se examine la resurrección y sus resultados repetidamente, ya que en ella —uno de los momentos más asombrosos de la historia— continuamos encontrando las maravillas de la Pascua.
El padre de una niñita le preguntó: «¿Sabes lo que significa la Pascua, hijita?» La niñita de tres años, se arrojó a sus brazos y gritó con todas sus fuerzas: «¡Sorpresa!» Sí, es verdad. ¡La muerte se sorprendió! ¡El pecado se sorprendió! ¡Los discípulos se sorprendieron! ¡El hombre moderno se sorprendió! Jesús vive, ¡y en el mundo abundan Sus milagros de resurrección!
Artículo publicado por primera vez en marzo de 2010. Texto adaptado y publicado de nuevo en abril de 2017.
[1] Mateo 26:39.
[2] 2 Corintios 5:21; Hebreos 2:14; Gálatas 3:13; 1 Pedro 2:24.
[3] Isaías 53:12.
[4] 1 Corintios 11:25.
[5] 1 Corintios 15:54.
[6] Gálatas 2:20; Romanos 5:8–11, 6:6–11.
[7] Lucas 23:46; 1 Pedro 3:18.
[8] Juan 11:25–26.
[9] Romanos 8:1.
[10] Hebreos 2:14–15.
[11] Juan 14:2–3.
[12] Juan 16:33.
[13] 1 Pedro 2:9; Juan 9:25.
[14] Apocalipsis 5:9–10.
[15] Zacarías 3:2.
[16] Isaías 61:1, 3.
[17] Mateo 11:5.
[18] 1 Juan 2:17.
[19] Isaías 1:18.
[20] Romanos 8:2.
[21] Juan 1:17.
[22] 1 Corintios 15:55.
[23] Apocalipsis 21:4.
[24] Hechos 16:31.
[25] Lucas 1:37.
[26] Marcos 16:17–18.
[27] Juan 10:10.
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