diciembre 1, 2016
El Señor no nos juzga por nuestros logros. No nos juzga conforme a nuestro ministerio o posición. No ama a uno más porque ejerza un ministerio, trabajo o testimonio aparentemente más exaltado, y a otro menos porque realice una tarea aparentemente de poca monta. Su amor por nosotros no tiene nada que ver con la labor o trabajo que desempeñemos, ni con nuestros logros. Nos ama a cada uno por ser quienes somos en particular, independientemente de nuestros logros, o el concepto que tengan los demás de nosotros. Nos ama por ser nosotros mismos, porque nos creó para Su deleite, y se fija en nuestro amor y fidelidad a Él, no en nuestros logros. No nos compara a unos con otros.
Si el Señor no nos compara a unos con otros, ¿por qué lo vamos a hacer nosotros? No tenemos que competir con nadie para obtener el amor y el favor del Señor. Somos llamados a examinar nuestra vida y discipulado conforme a nuestra fidelidad en seguir Su dirección en nuestra vida: «Cada cual examine su propia conducta; y si tiene algo de qué presumir, que no se compare con nadie»[1].
Podemos sentir la tentación de compararnos con otros muchas veces; consideramos que otros tienen más talentos que nosotros, o que tienen más belleza o atractivo, son más fuertes, más inteligentes, mejores testigos o maestros, o que ejercitan mejor sus dones… ¡o mil y una cosas más! Pero sabemos que nada de eso importa a la larga cuando hablamos de nuestra relación con el Señor.
Puede que alguno tenga realmente más talentos, que sea más dotado y tenga un ministerio más vistoso o más logros, pero a los ojos de Dios eso no importa. Él nos juzga a cada uno por los talentos que nos ha dado, no por los que le ha dado a otro. Ama a cada uno en particular. Lo que cuenta es que amemos a Dios y al prójimo y pongamos todo nuestro empeño en amarlo y seguirlo, y ser fieles en lo que nos haya pedido. Así que no caigan en la tentación de compararse con los demás.
Claro que cuando nos comparamos con otros no solo nos preocupa lo que piense el Señor de nosotros; nos preocupa también la opinión de otras personas y la de nuestros compañeros. Queremos quedar bien cuando se nos compare con otros. Pero compararnos con otros puede ser causa de descontento y de hondo desaliento. Esa es una razón por la que nos advierte el Señor en la Biblia que compararnos unos con otros no es sensato[2]. No debemos fijarnos en las bendiciones, posición, talento y demás de los otros. De verdad que es un callejón sin salida que solo conseguirá hundirnos.
La manera de evitar las batallas de la comparación —léase envidia— es sentir gratitud por lo que te ha dado el Señor, procurar contentarte cualquiera que sea tu situación, sabiendo que Él te ama y tiene un propósito específico para tu vida que es solo para ti. La única forma de encontrar alegría perdurable y satisfacción verdadera es poner todo el corazón en lo que Él quiere que hagas y no perder el tiempo deseando ser diferente o ser otra persona, estar en otro lugar o hacer otra cosa.
El Señor nos premiará por nuestro amor al prójimo, nuestra obediencia a Él y nuestra fidelidad. Nos recompensará ampliamente por nuestra fidelidad en cualquier ámbito en que nos coloque. Imagínate, tu fidelidad y perseverancia ahora, a pesar de los pesares que enfrentas, serán recordadas en el cielo para siempre, como dice la siguiente profecía. Yo creo que esto nos debe motivar enormemente.
Qué alegría y satisfacción se puede encontrar en saber que a cada uno lo amo en particular. Cada uno es muy valioso a Mis ojos, especial. Di la vida por cada uno, redimí a cada uno, y por tanto cada uno tiene un valor especial para Mí.
El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Yo miro el corazón. Soy un Dios de amor, misericordia, justicia, ternura, perdón y compasión. Mis juicios son verdad, todos justos. Mis galardones son equitativos al ciento por ciento. Mi evaluación es infaliblemente justa. Mi recompensa es perfecta.
Yo no juzgo a todos los hombres por igual, con el mismo contrapeso. Juzgo a cada uno como creación única. Cada uno es diferente y lo amo de modo individual. Juzgo y retribuyo a cada uno según Mi amor, según Mi sabiduría, según Mi justicia.
Dije en otros tiempos a aquellos que me seguían: «¿Qué a ti? Sígueme tú.»[3] Da igual lo que haga éste o lo que haga el otro. Lo que importa es que tú me sigas, que tú hagas lo que te pida, que tú cumplas las tareas que te he confiado, que tú seas fiel en cuanto te he encomendado, fiel a Mi llamamiento para ti.
Cuanto hagas por Mí en esta vida será galardonado con largueza en la vida venidera, ¡muy por encima de lo que alcances a imaginar! Recibirás el ciento por uno en pago a tu amor y esfuerzo invertidos en Mi reino.
Ningún sacrificio quedará sin recompensa, ninguno me pasará inadvertido, pues he aquí que estoy atento a cada una de tus acciones y conozco cada uno de tus pensamientos. Observo tus lágrimas y oigo tus ruegos. Percibo tu interés, y cuando atraviesas dificultades, cuando eres tentado, cuando estás cansado y débil, me apiado de ti.
Existe un archivo eterno de tu amor y servicio a Mí y de los sacrificios que has hecho. Será un registro duradero de cómo creíste sin haberme visto, me entregaste tu vida, creíste y me serviste. Se te contará por gran fe. Por esa razón habrás de recibir gran galardón, inmensa alegría y satisfacción. Jesús hablando en profecía.
Publicado por primera vez en febrero de 1996. Texto adaptado y publicado de nuevo en diciembre de 2016.
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