Shalom de Navidad

diciembre 15, 2016

Peter Amsterdam

[Christmas Shalom]

Una de las partes del relato de la Natividad que encuentro más bella, fascinante y cargada de significado es el episodio en que el ángel se aparece a los pastores y les anuncia el nacimiento de Jesús, tras lo cual emerge una multitud de las huestes celestiales que alaban a Dios. Un preludio digno del nacimiento del Hijo de Dios. Lucas nos narra así lo acontecido:

Había pastores en la misma región que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor[1].

El ángel anunció el nacimiento del Salvador, pero ahí no acabó todo. Lucas prosigue su relato:

De repente apareció una multitud de ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de Su buena voluntad[2].

Esa misma conexión entre el Salvador y la paz se hace presente en las profecías del Antiguo Testamento; por ejemplo, en el libro de Isaías donde se nos dice: «Un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre Su hombro; y se llamará Su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz»[3]. «Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre Él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a Sus heridas fuimos sanados»[4].

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el Mesías —el Salvador— está vinculado a la paz. Así y todo, si observamos el mundo actual o prácticamente cualquier otra época de la Historia, la paz muchas veces nos elude y no es nada fácil de encontrar. Las guerras y los conflictos civiles son endémicos a la humanidad. Desgraciadamente, no se ha producido en la tierra una paz duradera y desde luego no se da hoy en día. ¿Por qué entonces Jesús se llama el Príncipe de Paz? ¿Por qué los ángeles, cuando alabaron a Dios la noche de la Natividad de Jesús, aludieron a la paz?

El vocablo de uso más extensivo en el Antiguo Testamento es shalom. Si bien la palabra shalom se emplea a veces en la Escritura para definir la paz como ausencia de conflicto, encierra también otros significados. El significado etimológico alude a gozar de bienestar o de salud. Expresa plenitud, vitalidad, seguridad, sanidad y prosperidad; contentamiento, tranquilidad, armonía, paz interior, falta de ansiedad y estrés. Se refiere igualmente a la amistad entre personas así como a la paz y la amistad entre las personas y Dios.

El vocablo griego de uso más difundido en el Nuevo Testamento para expresar la paz era eirene, que a veces denotaba un estado de tranquilidad nacional y conllevaba una exención de los estragos de la guerra. No obstante, la palabra se empleaba con mayor frecuencia para expresar seguridad, ausencia de peligro, prosperidad, armonía y buena voluntad entre individuos. Se refiere además al estado tranquilo del alma que reposa en la certeza de su salvación por medio de Cristo.

Aunque el mundo algún día, después de la segunda venida de Jesús, conocerá la paz en el sentido de ausencia de guerra, la paz a la que se suele aludir en la Palabra de Dios tiene que ver con el bienestar integral de las personas, tanto física como espiritualmente. La Escritura manifiesta reiteradamente que ese bienestar integral, esa tranquilidad y ese shalom provienen de una relación sana con Dios, la cual se gesta por medio del Salvador anunciado a los pastores dos mil años atrás aquella noche por intermedio de los ángeles.

La humanidad siempre ha tenido necesidad de reconciliarse con Dios. Nuestro pecado nos ha separado de Él y no hemos podido salvar la brecha. El apóstol Pablo estableció la analogía de nuestra enemistad con Dios. La vida, muerte y resurrección de Cristo propiciaron la reconciliación entre Dios y el hombre. Mediante la fe en Jesús, el Príncipe de Paz, podemos vivir en paz con Dios. «Pero Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Porque, si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por Su vida»[5].

Por medio del Príncipe de Paz se puede restablecer la armonía y la relación entre Dios y todos los que acogen a Jesús como su Salvador. La salvación nos justifica delante de Dios, puesto que se nos perdonan nuestros pecados. De ahí que la justicia derivada de la salvación nos proporciona paz y gozo. Podemos entonces poseer la plenitud del shalom: cabalidad, vitalidad, seguridad, contentamiento, tranquilidad, armonía y paz interior, que es la fuente de serenidad en medio de las tormentas y los apremios que todos enfrentamos a lo largo de la vida. Es precisamente esa justicia, producto de la salvación obtenida mediante el sacrificio de Jesús, que nos brinda paz con Dios y que a su vez constituye la base de la paz verdadera que gozamos en nuestro interior.

Jesús —el Señor de la paz— nos ofrece una paz que sobrepasa todo nuestro entendimiento. Nos ha entregado Su paz, y en la medida en que fijamos nuestros pensamientos y nuestra confianza en Él, nos concede perfecta paz, o como reza el texto original hebreo, shalom shalom. Repetir una palabra en hebreo era un modo de otorgarle un grado mayor de significación. En este caso, no se trata de paz a secas, sino de perfecta paz. Encontramos paz en el Salvador, paz cuando amamos la Palabra de Dios, paz cuando nuestros caminos complacen al Señor, paz por medio de la presencia del Espíritu Santo, paz en la fe y paz cuando Cristo reina en nuestro corazón.

Los ángeles que alababan a Dios la noche de la natividad de Jesús pregonaban la paz que desde ese momento Dios ponía a nuestra disposición con el nacimiento del Salvador. La paz con Dios que obtenemos mediante la salvación, la paz interior derivada de nuestra conexión con Dios, la paz que emana de saber que Dios nos ama y ha propiciado que vivamos con Él para siempre. Es la misma paz que se nos ha encomendado transmitir a otros difundiendo el mensaje del amor de Dios. Es la paz que brindamos cuando damos a conocer el mensaje de reconciliación con Dios, que es el mensaje de salvación, el mensaje de eterna paz.

Ojalá todos hagamos lo posible por sembrar la paz de Dios en la vida de quienes no conocen la paz verdadera, la paz que solo Dios es capaz de proporcionar. Ojalá todos demos a conocer el mayor regalo de todos, el Príncipe de Paz, y comuniquemos este mensaje a muchos esta temporada navideña.

Cuando el canto de los ángeles se aplaque,
cuando la estrella desaparezca de los cielos,
cuando reyes y príncipes vuelvan a casa,
cuando los pastores retornen a sus rebaños,
entonces comienza la labor de Navidad:
encontrar a los perdidos,
sanar a los quebrantados de espíritu,
dar de comer a los hambrientos,
liberar a los oprimidos,
reconstruir las naciones,
fomentar la paz entre los pueblos,
hacer algo de música con el corazón…
y emitir la luz de Cristo,
cada día, por todos los medios, en todo lo que hacemos y decimos.
Entonces comienza la labor de Navidad.

Howard Thurman

Publicado por primera vez en diciembre de 2013. Pasajes seleccionados y publicados de nuevo en diciembre de 2016.


[1] Lucas 2:8–11.

[2] Lucas 2:13–14.

[3] Isaías 9:6.

[4] Isaías 53:5.

[5] Romanos 5:8, 10.

 

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