octubre 12, 2016
Afortunadamente no vamos por la vida solos. Todos tenemos una red de personas de quienes dependemos a lo largo de nuestra vida. De bebés dependemos al 100% de nuestros padres. Somos incapaces de hacer nada por nosotros mismos, salvo absorber la información que inunda nuestros sentidos en esta nueva y maravillosa experiencia llamada vida. Al poco tiempo caminamos, comenzamos a hablar, vamos desarrollando una personalidad y todo lo demás.
Cuando nos vamos haciendo un poquito mayores, muchos probablemente recordaremos la vez en que volvimos a casa del colegio con la cabeza en alto y corrimos donde mamá y papá con nuestra libreta de calificaciones en mano, para mostrarles con orgullo nuestras buenas notas. O la vez que hicimos aquel proyecto especial de arte para expresarles nuestro amor. Sentimos una profunda satisfacción cuando lo pusieron en la puerta del refrigerador o en algún otro lugar especial, junto con nuestras demás obras de arte. De esa manera empezábamos a descubrir el gozo que produce ser aceptados y apreciados.
Si bien la edad, la madurez y las experiencias de la vida pueden cambiar nuestro enfoque de la misma o causar que adoptemos una visión más sutil a la búsqueda de aceptación y aprecio que la que tuvimos en la infancia, no obstante, la necesidad universal de un marco de apoyo y aceptación continúa a lo largo de nuestra vida. Cada día la vida nos rodea de aquellos de quienes dependemos.
Es imposible vivir sin esas interdependencias. Cuando somos chicos, dependemos de nuestros padres; luego al hacernos mayores dependemos de nuestros pares, mentores, amigos, enamorados o enamoradas. Y de adultos a menudo dependemos de nuestro cónyuge, jefe y colegas.
Nos esforzamos por complacer a nuestros seres queridos y familiares, así como ganarnos el respeto y admiración de nuestros colegas y mentores. Finalmente, aunque no menos importante, también consideramos a los que nos tienen como ejemplos a seguir y modelan su vida de acuerdo a la nuestra. Como resultado, hacemos lo posible por ser un buen ejemplo para ellos a fin de que nuestra influencia enriquezca sus vidas y sea una buena inversión para su soporte emocional.
Rara vez, si es que alguna, llegamos a un punto en nuestra vida en que no estemos rodeados por un sinnúmero de influencias que nos afectan a nosotros y nuestras decisiones o que haya un momento en que nuestros actos no afecten a los demás. Nos guste o no, nuestras vidas están entrelazadas.
La vida es un deporte de equipo, de manera que todos tenemos influencia. Vamos por la vida como equipo. Es un hecho que las personas más allegadas ejercen una mayor influencia sobre nosotros y viceversa. Se puede encontrar una buena cantidad de artículos que hablan de participar en el juego de la vida en equipo, y esos autores, sin mencionar el puro sentido común, nos dirán que cuanto mejores seamos como jugadores de equipo —hablando en términos generales—, tanto más éxito tendremos.
Con los años aumenta nuestra esfera de influencia. Se añaden más integrantes a nuestro equipo de la vida, se trate de nuestro cónyuge, hijos, amigos o asociados que significan mucho para nosotros. A menudo nuestras decisiones tienen más peso y un mayor impacto. Otros dependen de nosotros para tener buen criterio. Además, a estas alturas muchas decisiones en nuestra vida ya no dependen solo de nosotros; con frecuencia compartimos la responsabilidad de tomar decisiones sabias, cuidadosas y prudentes con otros que se ven afectados por tales decisiones. El deporte en equipo de la vida se ha vuelto más complejo y a menudo sigue creciendo en complejidad en el transcurso de la vida.
Bueno, todo eso tiene sentido, ¿verdad? Pero lo interesante es que si bien la vida es un deporte en equipo, hay un espacio donde ese deporte se juega de manera individual y ese espacio es nuestra relación personal con Dios. Cuando se trata de ser consecuentes con nuestro llamamiento y relación con Dios, no podemos pasarle la pelota a otra persona y pedirle que la lleve por nosotros o dispare a la meta o haga el gol por nosotros.
Cuando suene el pito al final del partido, yo me tendré que presentar solo y tendré que rendir cuentas por mí mismo y por mis actos delante del Dios del cielo. Ese momento será únicamente entre Dios y yo. Papá y mamá no estarán allí para defenderme, mi cónyuge no estará allí para explicar al Todopoderoso por qué hice lo que hice ni tendré la asistencia de mis amigos o colegas cercanos. Me presentaré solo delante del Señor como un individuo; le rendiré cuentas de mi vida, de mis decisiones y de mis actos.
Como dijo Peter Amsterdam: Independientemente de lo que otros hagan o dejen de hacer, lo importante es que cada uno haga lo que sabe en su corazón que es lo correcto delante del Señor, que lo está complaciendo, amándole y amando a los demás, viviendo a la altura de su fe y valores y haciendo lo posible por llevar a otros al conocimiento de Dios y a una relación con Él, y llevar fruto.
A veces es difícil hacer lo que está bien y ser consecuentes con nuestras convicciones. Aunque en ocasiones esto puede constituir un reto, lo maravilloso es que Dios no solo nos ha dado la habilidad de ganar en este juego al otorgarnos el don del libre albedrio, ¡también quiere que ganemos! Dios no juega contra nosotros, estamos en el mismo equipo. Siempre podemos depender de Dios para que nos ayude a tomar buenas decisiones.
Cuando suene el silbato, cuando al final de nuestra vida nos presentemos delante del Señor, habrá un momento de un cuidadoso repaso a nuestras decisiones, obras y actos, las que importaron y las que no. Cuando llegue ese momento, no nos presentaremos ante el Señor como equipo, como grupo o como parte de una iglesia o movimiento religioso, cada uno estará por su cuenta. Es la línea de llegada que siempre debemos tener presente mientras corremos la carrera de la vida.
Al principio puede parecer una paradoja confusa que por una parte, la vida sea un juego de equipo y que al final del mismo comparezcamos solos delante del Señor. Pero esa es la verdad. Cada uno es evaluado no conforme a lo que los demás hicieron o por las decisiones que tomaron, ni siquiera por los goles que hizo nuestro equipo, sino por nuestras decisiones individuales y por lo que cada uno hizo o dejó de hacer.
El Señor tiene a Su cargo el marcador. Él ve todas las decisiones que tomamos y cómo afecta cada una de ellas nuestra vida, así como la vida de los que nos rodean, y cómo enriquecemos la vida de los demás. El Señor también ve nuestra fe en Él, nuestro deseo de agradarle y obedecerle, así como nuestra convicción para hablar a los demás acerca de Él y mostrarles un amor y desvelo desinteresados.
Tal vez piensen: «Si la vida es un juego de equipo y al final me voy a presentar solo ante el Señor, solos Él y yo, entonces, ¿qué debo hacer para ser un buen jugador de equipo y también hacer goles cuando juego uno contra uno?»
Al final, el plan para ganar el juego es este: tomar decisiones en la vida que pasen la prueba del tiempo.
A veces enfrentamos una elección o tomamos una decisión que resulta fácil de tomar y nuestra familia y amigos se muestran de acuerdo. Sin embargo, en la vida también hay ocasiones cuando nos vemos frente a decisiones o a lo que sentimos que es un llamado de Dios para nuestra vida, cuando sabemos que nos está pidiendo que hagamos algo para Él que será de mucho valor a la hora que termine el partido, pero que puede ser una decisión muy difícil de tomar.
En momentos así ayuda recordar que es entonces cuando estamos en un encuentro a solas con Dios. Es solo entre Él y yo en esa cancha, y las decisiones que tome por Él y Su voluntad para mi vida serán las mismas decisiones que serán aplaudidas y recompensadas a la hora del trofeo, y todo el cielo se gloriará en mi recompensa por haber tomado buenas decisiones basadas en la Palabra de Dios y en Su guía. Entonces tendré la aprobación de Dios, y esa es la aprobación máxima que uno podría desear.
Él es a quien querremos entregar nuestra humilde obra de arte y ver que Él la publique para que todo el cielo la vea en Su exposición de obras de arte, las cuales son eternas y duran para siempre. Ese es el salón de la fama más grandioso que pueda haber.
Roadmap fue una serie de videos creada para adultos jóvenes. Publicado por primera vez en 2010. Texto adaptado y publicado de nuevo en Áncora en octubre de 2016.
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