octubre 4, 2016
Canten a Dios, canten salmos a Su nombre; aclamen a quien cabalga por las estepas, y regocíjense en Su presencia. Su nombre es el Señor. Salmo 68:4[1]
C.S. Lewis observó que alabar a Dios es la consumación del gozo en Dios. De ahí que cuando Dios pretende —incluso exige— nuestra alabanza, lo que busca es la consumación de nuestro gozo. Al principio esto puede parecer paradójico y contra el sentido común, que cuando somos pequeños y nos sentimos insignificantes y, por contraste, Dios es grande y sustancial, en esos momentos alcanzamos nuestra mayor dicha. Sin embargo, no va contra nuestro más profundo sentido del origen de esa dicha.
El gozo no radica en tener un alto concepto de nosotros mismos; el gozo más bien alcanza su punto culminante en momentos en que nos olvidamos de nosotros mismos en presencia de hermosura y grandeza. John Piper
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Piensa en las cosas que realmente aprecias. La alabanza se te escapa de los labios antes que llegues siquiera a pensar en ella. C.S. Lewis dijo: «El mundo resuena con alabanzas».
Piensa en un libro que leíste hace poco y que te fascinó. Las palabras relucían en la página como preciosos brillantes y el relato te atrapó desde la primera hasta la última página. Te mueres de ganas por entonar sus alabanzas. Difícilmente te puedes refrenar de hablar de él y recomendárselo a tus amigos.
«Yo creo que nos encanta ponderar lo que disfrutamos» —prosigue Lewis—, «ya que la ponderación no se limita a expresar el gozo, sino que lo consuma: es su consumación señalada. No es solo por echarse piropos que los amantes insisten en decirse lo hermosos que son; el placer no alcanza su plenitud hasta que no se expresa.» Amanda Hill
¡Canten alegres al Señor, habitantes de toda la tierra! Entremos por Sus puertas y por Sus atrios con alabanzas y con acción de gracias; ¡alabémosle, bendigamos Su nombre! Salmo 100:1,4[2]
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El Señor bendice que vengas a Su presencia con alabanza y acción de gracias. Al Señor le encanta la alabanza; el Altísimo y el Santo mora en las alabanzas de Su pueblo[3]. La fragancia del Señor está en el perfume de las alabanzas de Sus hijos. Le gusta oler nuestras oraciones igual que la fragancia de las flores.
Él hizo todas las cosas para que lo glorificaran, y todas las cosas fueron creadas para alabar al Señor. Como un mar sonoro, la espléndida Creación de Dios vibra y palpita primorosamente con sonidos vivos. «¡Toda la naturaleza canta a Cristo, nuestro Rey!» Las mismas piedras prácticamente le cantan al Señor entonando Sus alabanzas. Aun las criaturitas más viles y feas pueden alabar al Señor y cantar alabanzas a Jesús. Hasta las criaturas más bajas y despreciables pueden levantar la voz en cántico. ¡Toda Su creación lo alaba, todos entonan Sus alabanzas!
Hasta las ranas lo alaban. ¡Cuando se juntan todas emiten un hermoso ruido que es un canto de alegría! Aunque no seas sino una humilde rana, puedes hacer lo mejor posible por el Señor. Aunque te consideres fea, pequeña y despreciable, ¡de todos modos puedes glorificar a Dios!
Por eso, aunque creas que no sabes cantar, ¡puedes levantar la voz y alabar al Señor! Aunque solo sepas croar por Jesús, ¡por lo menos puedes cantar alegre al Señor! «¡Todo lo que respira alabe al Señor! ¡Aleluya!»[4] David Brandt Berg
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La adoración no tiene por qué ser un recitado inerte de cualidades y hechos atribuibles a Dios. Puede ser más bien una deliberada e íntima relación con Dios. Y naturalmente una relación es más atractiva que formalismos obligados.
En una escala menor, puedo compararlo con elogiar a mi esposa. Es bonito hablar de lo estupenda que es. Nos complace prudencialmente a los dos. Sin embargo, es mucho más gratificador expresarle y hasta cantarle alabanzas. ¿Para qué hablar acerca de ella pudiendo hablar con ella? ¿Para qué conformarse con simplemente reconocer la verdad cuando puedo vivirla interactivamente?
La adoración, en su estado más natural, es relacional; debiera consistir en el reconocimiento personal y relacional de la gloria singular de Dios. Y se puede practicar en todo lo debidamente dispuesto para glorificar al Creador. Cada mañana soy testigo de la provisión generosa de Dios al beberme mi jugo de naranja. Soy testigo de Su extraordinario orden creativo cuando mi cuerpo se sana de un corte. Soy testigo de Su magnánimo amor cuando perdono a otras personas como Él me ha perdonado a mí.
Entendida así, la adoración a Dios tiene pleno sentido. ¿Por qué adorar a Dios! ¿Por qué no! John Ferrer
No fue su brazo lo que les dio la victoria. Fue Tu poder y Tu fuerza. Fue el resplandor de Tu presencia, porque Tú los amabas. Salmo 44:3[5]
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Se discute que Dios es vano porque desea nuestra alabanza. Lo paradójico es que si la alabanza tiene algo de racionalidad, prácticamente toda ella está como corresponde adjudicada a Dios. Eso abarca las cosas por las que quisiéramos atribuirnos el mérito, ya que Él es la fuente, parafraseando a Santiago 1:17, «Él es la fuente de toda buena dádiva y todo don perfecto».
Si la alabanza es debidamente merecida, entonces [...] es debidamente obligatoria. Dicho de otra manera, no solo es apropiado que Dios reciba elogios; se los debemos. Es más, le debemos alabanza a Dios por las cosas por las que consideramos que se nos debiera alabar. En realidad lo que estamos haciendo es usurparle el reconocimiento que Él se merece y atribuírnoslo a nosotros mismos [...].
No es de extrañarse, pues, que cuando reflexionamos sobre esto el salmista escribe en el Salmo 150:2: «Alabadlo por Sus proezas; alabadlo conforme a la muchedumbre de Su grandeza». Ensalzamos a Dios por lo que hace. Lo alabamos por lo que es. Le atribuimos valía. Greg Koukl
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¿Es Dios un megalómano [...], el trascendente ególatra? Por supuesto que no. En su estricto sentido la pregunta es irresponsable y arrogante. ¿Cómo puede Dios, en Su perfección, ser algo que no es? En otro sentido, sin embargo, la pregunta es útil, pues dirige nuestro pensamiento a la esencia de la gloria de Dios y reconfigura nuestro esquema teológico. Dios nos demuestra el amor que profesa por nosotros en el despliegue de Su gloria y en Su celo por Su propio nombre y reputación. Nuestro mayor gozo se halla contemplando Su gloria y glorificando al Dios trino por la eternidad.
Nosotros, criaturas caídas, cegadas por el pecado, no concebimos que robar a Dios de Su gloria es privarnos nosotros mismos de la verdadera dicha. Para hacernos comprender eso hace falta la gracia de Dios y, por increíble que parezca, Dios se glorifica a sí mismo dándose a conocer a pecadores y salvándolos mediante la perfecta expiación del pecado en la persona de Cristo. Por lo pronto, vemos la gloria de Dios desplegada más perfectamente en la cruz de Cristo. R. Albert Mohler, Jr.
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Tú eres santo, Tú que habitas entre las alabanzas de Israel. Salmo 22:3
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Esta obra es de Dios; y siendo así, ningún hombre puede detenerla. No depende de ningún hombre ni de ningún grupo de nosotros. Ni por un instante se atribuyan el mérito de alguna cosita que hayan hecho. No digan: «¡Miren cuántos somos y cómo nos estamos multiplicando!» Quien hace todo esto es Dios. Nosotros no tenemos más que seguir a Jesús. ¿Amén? Alabado sea el Señor.
Él no puede fallar, no puede negarse a Sí mismo. Aunque seamos infieles, Él permanece fiel[6]. No puede faltar a Su Palabra, sino que verá que se cumpla. Dios nos sacará adelante. Ha comenzado en nosotros una buena obra y la llevará a buen fin[7]. [...] No crean que ustedes tienen que terminarla. No piensen: «Sé que Dios inició esto, pero ahora nosotros tenemos que terminarlo».
Dios quiere adjudicarse Él la gloria y Él es el único que puede hacerlo. Luego quiere que nosotros lo alabemos, le demos las gracias y lo glorifiquemos por lo que hizo. Es que si pudiéramos hacerlo nosotros podríamos felicitarnos y decir: «Fíjense en lo que hemos logrado nosotros. Vean lo fabulosos que somos nosotros. Miren lo maravillosamente bien que nos estamos desempeñando nosotros». Tengan cuidado cuando se pongan a decir esas cosas: se van a meter en líos. Más vale que no se cansen de repetir: «¡Caramba, miren lo que ha hecho Dios! Fíjense en lo que está haciendo el Señor. Miren lo maravillosamente que está obrando Él».
Reconózcanle a Dios todo el mérito, en todo momento, en cada oportunidad, por cada detalle, y Él sin falta continuará prosperándolos, dotándolos de poder y protegiéndolos. Los guardará, los multiplicará y hará de todo por ustedes tal como lo hizo por la iglesia primitiva. David Brandt Berg
Publicado en Áncora en octubre de 2016.
[1] NVI.
[2] RVC.
[3] Salmo 22:3.
[4] Salmo 150:6 (NBLH).
[5] DHH.
[6] 2 Timoteo 2:13.
[7] Filipenses 1:6 (DHH).
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