septiembre 6, 2016
En el principio, creó Dios los cielos y la tierra. Génesis 1:1
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La creación nos habla; cada día, todo el tiempo, evidencia verdades de manera contundente y constante sobre las realidades espirituales. ¿La escuchaste esta mañana cuando te levantaste? ¿Sentiste alguna verdad sobre Dios esta mañana cuando te bañaste con agua caliente? ¿Saboreaste alguna verdad mientras te deleitabas con el café matutino? ¿Escuchaste alguna realidad divina al escuchar el canto de un pájaro? ¿Viste alguna verdad cuando presenciaste el azul del cielo? ¿Qué has podido sentir, saborear, tocar, ver o escuchar hoy? Toda la Tierra está llena de Su gloria. Cada día la creación nos grita: ¡Dios es glorioso! ¡Dios es creador! ¡Dios es proveedor! ¡Dios es amor! ¡Dios está ahí! Dónde sea que mire, todo lo que siento, escucho, huelo y saboreo transmite la belleza de Dios por medio de la belleza de la creación. Él es la belleza detrás de toda belleza. Steve DeWitt[1]
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«Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de Sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría.»[2] Alabado sea el Señor por Su creación. Toda ella nos habla del Señor.
Con qué lentitud y quietud hace el Señor cosas majestuosas como un atardecer. Cuando el Señor nos presenta un espectáculo de luz, como cuando exhibe un atardecer, la salida de la luna, un arcoíris, las nubes o cualquiera de Sus magníficas y bellas obras de arte… debemos parar a mirarlo, deberíamos prestar atención. Una mariposa, una flor, un árbol, una tormenta… tantas cosas demuestran la belleza y el poder del Señor.
Deberíamos poner atención cuando Él hace esas cosas. Él crea toda esa belleza para bien nuestro. Por eso deberíamos manifestar cierto aprecio, cierta gratitud y alabanza; si no, el Señor termina siendo como un actor sin público. ¡Cuánta belleza! ¡Qué hermoso cielo! Me hace pensar: ¿cuántas personas lo estarán contemplando, disfrutando, apreciando y agradeciéndoselo a Dios?
Es bellísimo poder contemplar las obras pictóricas del Señor a pesar de toda la contaminación y confusión. Deberíamos detenernos a admirar la obra de las manos de Dios en el momento en que Él presenta semejante espectáculo. Deberíamos detenernos a contemplar Sus preciosos atardeceres y primorosos amaneceres. Admiramos las obras de arte de los hombres, pero no hay hombre que haya creado algo tan hermoso. Alabado sea el Señor. Me fascina sentarme aquí a contemplar el atardecer.
Aunque el sol se haya escondido, el cielo sigue iluminado. ¡Mira lo bello que es! Podría compararse con lo que sucedió con el Señor: Se fue de la tierra, pero dejó atrás la Luz de Su Palabra para demostrar que Él todavía existe. Es una maravilla contemplar la hermosa creación de Dios. Le transmite a uno una magnífica sensación de serenidad, paz y calma, y es reflejo del poder del Señor y de la armonía y belleza de Su creación, pues uno se da cuenta de que Dios vive aún y sigue dirigiéndolo todo. David Brandt Berg.
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Un Dios que es tan sabio como para crearme a mí y al mundo, es igual de sabio para cuidarme. Phillip Yancey
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¿Dios te ama? Eso es algo que puedes ver y sentir en el hermoso mundo que Él te ha dado. Con solo mirar a tu alrededor y ver la belleza de la creación puedes sentir el amor de Dios. Observa el mundo y sabrás que Dios te ama. Su amor se hace evidente en todo lo que ha hecho para tu deleite[3].
Considera la paciencia y misericordia de Dios. Él ha enviado Su luz en algún momento para iluminar con el amor de Dios las tinieblas del corazón de cada persona que ha nacido para demostrarles Su amor[4]. No solo derrama tanta belleza y bendición sobre los justos, sino también sobre los injustos, quienes en realidad no merecen Su amor ni Su misericordia. Pero aun así Él hace salir el sol sobre ellos casi todos los días y les envía la lluvia para hacer crecer las flores, los hermosos árboles y la hierba. Les ha dado el cielo, las nubes, el sol, la luna, las estrellas… la maravillosa creación de Dios[5].
Si no crees que Dios te ama, mira a tu alrededor y observa Sus bendiciones. Esta preciosa vida, este maravilloso mundo en que vivimos, y la magnífica y espléndida creación que hay a tu alrededor. ¿Qué más podría decirte? Él no tenía por qué hacer el mundo tan hermoso. ¡Lo hizo así por ti! David Brandt Berg.
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Hace unos 35 años, estaba en un campamento en las montañas. A solas en un cuarto recé: «Dios, si hay un Dios, estoy abierto. Si de verdad existes, quiero saber que eres real. Y, Jesucristo, si puedes cambiar mi vida, si hay un objetivo para mi vida, quiero conocerlo.»
¿Saben lo que pasó? No se me puso la piel de gallina. No lloré. No se me aparecieron luces resplandecientes. Nada de eso.
Pero aun así, ese fue el momento decisivo de mi vida, porque dejé de tener prejuicios contra Dios. Quería saber la verdad, aun si era inconveniente.
La verdad se puede descubrir, pero primero debemos tener una actitud abierta que dice: «Quiero la verdad más que ninguna otra cosa». Cuando decides adoptar esa actitud, puedes descubrir la verdad. ¿Cómo?
Primero, a través de la creación. Aprendemos mucho sobre Dios, mucho sobre la verdad, simplemente observando la naturaleza. Por eso la ciencia es tan importante. Nos ayuda a entender a Dios y Su universo.
Por ejemplo, al saber que existen 60.000 variedades de escarabajos, aprendemos que a Dios la gusta la variedad. Al ver un volcán, un maremoto o un terremoto, aprendemos que Dios es poderoso. Del delicado equilibrio del ecosistema, podemos observar que Dios es increíblemente ordenado.
La Biblia dice: «Lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente […]. Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que Él creó.»[6]
Dios también nos lleva a la verdad por medio de la conciencia, la reflexión, los mandamientos de Dios y a través de Jesucristo. Rick Warren
Publicado en Áncora en septiembre de 2016.
[1] Steve DeWitt, Eyes Wide Open: Enjoying God in Everything (Credo House Pub., 2012).
[2] Salmo 19:1–2 (RV1960).
[3] Romanos 1:20.
[4] Juan 1:9.
[5] Mateo 5:45.
[6] Romanos 1:19–20 (NVI).
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