Positivamente agradecido

agosto 31, 2016

Curtis Peter van Gorder

[Positively Grateful]

Hace poco leí un libro fascinante con el que me topé en una librería. Me encanta la forma en que algunos libros parecieran decir: ¡léeme! The Secret Life of Water (la vida secreta del agua) de Masaru Emoto, hizo exactamente eso. Me hizo pensar en la maravilla que es este elemento vital para la vida.

Su premisa es que el agua refleja la fuerza positiva o negativa con la que entra en contacto. Expuso agua destilada a influencias positivas y negativas por medio del habla, música, fotografías y escritos. Luego congeló el agua y le tomó fotos a los cristales. Las fotografías que aparecen en su libro sugieren que las influencias positivas tales como oraciones, música edificante y palabras positivas hicieron que el agua formara hermosos cristales, mientras que las influencias negativas causaron que el agua no cristalizara en absoluto o diera forma a figuras desagradables.

¿Inverosímil? Tal vez, pero puede que sus ideas hayan causado que muchos se pregunten qué clase de energía y vibra generan en los demás.

Habiendo vivido en 14 países a lo largo de un período de cuarenta y cinco años, aprendí el valor de ser positivamente agradecido. Cuando la gente me preguntaba qué país me había gustado más, tenía que decirles que era el país en el que vivía en ese momento. Cada país tiene sus propias bendiciones y retos, y descubrí que era necesario apreciar lo bueno del país donde residía a fin de disfrutar más plenamente la experiencia que la vida me estaba dando en ese momento en el tiempo.

Una técnica de supervivencia muy útil que aprendí mientras viví en el Oriente Medio fue la de estar agradecido por todo lo que me sucede. Ello se ve reflejado en el lenguaje que usa la gente de esta región cuando continuamente le dan gracias a Dios por lo que les está sucediendo en el momento, ya fuere una bendición evidente o una bendición encubierta en forma de un quebranto o decepción.

Un ejemplo de ello es un relato de Juha, un famoso cuentacuentos de la región, que nuestro grupo teatral presentaba con regularidad.

Juha cuenta cómo cierto día las dificultades ocasionadas por la muerte de su burro, una larga sequía y la subida de los precios en el mercado, hicieron que se propusiera dar gracias a Dios pasara lo que pasara. La prueba no tardó en llegar mientras labraba su jardín y una espina le atravesó el zapato. Mientras saltaba en un pie gritando de dolor, se acordó. Gracias, Dios mío, que fueron mis zapatos viejos los que se estropearon y no los nuevos.

Al continuar cavando en su jardín, se levantó una tormenta de arena que lo lanzó al suelo. Cuando cesó, pensó: Doy gracias a Dios que normalmente hay buen clima. ¡Rara vez hay tormentas de arena!

Antes de reanudar la faena en el jardín, puso a un costado un bolso que contenía las monedas que había ahorrado para comprarse un nuevo burro. Un ladrón que pasaba por allí le robó el bolso y, a pesar de perseguirlo tenazmente, Juha no lo pudo alcanzar. Jadeando fuertemente, se preguntó: ¿Y ahora por qué puedo estar agradecido? No halló respuesta, así que volvió a su trabajo en el jardín.

Al poco rato un marinero se le acercó y le dijo: Yo fui estudiante suyo hasta que me uní a la tripulación de un barco. Cuando estuvimos en grave peligro con olas inmensas que amenazaban con hundir nuestra nave, recordaba lo que usted nos enseñó acerca de dar gracias en toda situación. Lo hice y me siento sumamente agradecido de haber salvado mi vida. Ahora quiero darle un regalo como pequeña muestra de mi gratitud.

Al abrir el regalo, Juha descubrió que dentro había la cantidad exacta de dinero que le habían robado. ¡Pierdo dinero en una hora y lo recupero el mismo día! ¡Qué maravilla! ¡Dios es bueno!

Luego de labrar un poco más el jardín, Juho estaba muy cansado. Descansó a la sombra de un gran roble. Antes de caer dormido notó un campo de sandías y dijo en voz baja: Me pregunto cómo es que las grandes sandías crecen en matas tan pequeñas y a los grandes robles les brotan pequeñas bellotas. ¿No debería ser al revés? Grandes frutos, grandes árboles; pequeñas nueces, pequeñas matas… Sus pensamientos se vieron interrumpidos por una bellota que le cayó en la cabeza. ¡Entonces comprendió! Te doy gracias, Dios, porque Tú eres mucho más sabio que yo. Si las sandías brotaran de grandes árboles, yo ahora estaría muerto si una de ellas cayera sobre mi cabeza.

Al final del día, tenía mucho por lo que estar agradecido.

Cuando yo vivía en Jordania, tuve la ocasión de aplicar este principio en mi propia vida cuando me hospitalizaron durante diez días con una enfermedad de vida o muerte. Fue una época muy positiva y especial, con mucho tiempo para reflexionar. Fue como si los brazos de Dios me hubiesen levantado y llevado a un apacible jardín para meditar acerca de mi vida. He sido muy afortunado de haber gozado de buena salud la mayor parte de mi vida, de modo que aquella situación fue única.

Por lo general soy una persona orientada al trabajo, así que tener que aminorar la marcha y concentrarme en sobrevivir fue una experiencia nueva para mí, y sin duda me dio una nueva perspectiva en torno a la bendición que es la salud. Tomé la resolución de que cuando estuviera mejor iba a tratar de cooperar un poco más con mi cuerpo llevando una vida más sana en mis hábitos alimenticios y de ejercicio. Estar con un pie en este mundo y otro en el otro me hizo comprender lo que de veras cuenta: amar a Dios y a los demás. No es que no lo supiera antes, pero hay una gran diferencia entre saber algo y convertirlo en parte integral de tu vida.

He procurado pasar esta actitud de gratitud a mis hijos y nietos mediante un pequeño juego a la hora de la cena de Michelle Obama llamado rosas y espinas. Cada persona cuenta algo bueno que le haya pasado en el día —una rosa— y luego una experiencia difícil, desagradable o que supusiese un reto: una espina. Descubrí que este juego iniciaba una conversación de sobremesa mucho más fácilmente que preguntando simplemente ¿cómo fue tu día? y como consecuencia recibir una respuesta de una palabra tipo bien, okey, etc.

Creo que mostrarse agradecido no significa que ignoremos nuestros problemas. El rey David de la antigüedad clamó al Señor, como se ve registrado en el libro de los salmos, preguntando: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?»[1] Pese al lamento de David, más adelante en el mismo salmo verán que David termina su lamento en una nota positiva:«Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió Su rostro; sino que cuando clamó a Él, le oyó. Comerán los humildes y serán saciados; alabarán al Señor los que le buscan; ¡vivará vuestro corazón para siempre! Se acordarán y se volverán al Señor todos los confines de la tierra.»[2] David superó su desaliento alabando a Dios a pesar de cómo se sentía.

Gracias, Señor, por todo lo que Tú haces. Las cosas que no entiendo, las envuelvo en  un paquetito de fe y te las entrego para que Tú me las reveles en Tu buen tiempo. Te amo por Tu bondad, aun cuando no entiendo, pues Tú eres el Altísimo. ¡Te alabaré, pues sin duda Tú todo lo haces bien!


[1] Salmo 22:1.

[2] Salmo 22:24, 26–27.

 

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