El atardecer de nuestra vida

agosto 23, 2016

Recopilación

[The Sunset of Our Lives]

Los amigos que me aguardan
en el reino celestial
a que siga sus pisadas
me animan sin cesar.
Se han quitado la armadura.
Su carrera ya acabó.
Con paciencia fueron fieles
y obtuvieron galardón.
Me convocan suavemente
desde donde ahora están,
y yo busco entre las sombras
esas luces de mi hogar.

Fanny Crosby

*

Creo que el Señor quiere que pasemos más tiempo a solas preparándonos para dejar esta tierra e ir al cielo. Más ratos en comunión con Él, meditando sobre nuestra vida, sopesando lo que hemos logrado, pensando y orando bastante para determinar si estamos haciendo todo lo posible por el Señor, y orando para ver si podríamos hacer más.

Contemplamos el anochecer y pensamos en el ocaso de nuestra vida; contemplamos el amanecer y pensamos en la alborada del mañana. A veces nos ponemos a pensar cuál será nuestro último amanecer, y si hemos hecho todo lo posible, y si Él nos dirá: «Bien hecho, hijo mío».

Cuando uno ve el atardecer se pone a pensar si ese día hizo todo lo que podía. Y a medida que observa el sol nacer se pregunta si ese día hará todo lo posible.

Mañana, el alba. Mañana, el alba.
En la gloria el alba clareará.
Mañana, el alba. Mañana, el alba.
El alba con Cristo por la eternidad.

Slim Whitman

Ya no habrá más tristeza entonces —gracias a Dios—, ni enfermedad, penas, dolor o muerte. Para nosotros, en el cielo, ya no habrá más atardeceres, solo amaneceres.

Eso lo ayuda mucho a uno a definir su escala de prioridades y determinar lo que tiene importancia y lo que no. Creo que es una manera que el Señor tiene de prepararnos para la muerte, porque eso es algo que todos tenemos que enfrentar, en cierto sentido, a solas con el Señor o con uno de Sus emisarios. Gracias al Señor, nosotros no enfrentamos la muerte solos. Solían cantar una antigua canción:

No debo yo a solas cruzar el Jordán.
Jesús mis pecados con Él llevará.
Si no veo la luz,
ahí me espera Jesús.
No debo yo a solas cruzar el Jordán.

Thomas Ramsey

Es bueno que el ocaso de una vida pueda ser tan bello como los atardeceres de la Creación de Dios. Sería espléndido morir tan hermosamente como el día, tan hermosa, sublime y tranquilamente, con unas cuantas despedidas cariñosas y unas últimas palabras.  David Brandt Berg

*

El general William Nelson, un general de la Unión durante la guerra civil, estaba consumido por las batallas en Kentucky y un disparo mortal en su pecho durante una reyerta acabó con él. Había enfrentado muchas batallas, pero el golpe fatal llegó mientras se relajaba con sus hombres. Y por eso, lo sorprendió y no estaba preparado.

Mientras unos hombres subían corriendo para ayudarlo, el general solo repetía una frase: «Traigan a un clérigo; quiero ser bautizado.» Nunca había tenido tiempo como adolescente o de joven. Nunca tuvo tiempo como soldado raso o como general. Y su herida no detuvo ni disminuyó la intensidad de la guerra. Todo a su alrededor quedó prácticamente sin cambiar a excepción de las prioridades del general. Solo minutos antes de entrar a la eternidad, lo que más le importaba era prepararse para la eternidad. Quería ser bautizado. A los treinta minutos estaba muerto[1].

*

Cuando Corrie ten Boom, que llegó a la fama con El refugio secreto, era una niña pequeña en Holanda, su primer contacto con la muerte fue después de visitar la casa de un vecino que había muerto. La hizo pensar que un día sus padres también morirían. Su papá la consoló con unas palabras de sabiduría:

—Corrie, cuando vamos juntos a Amsterdam, ¿cuándo te doy tu boleto?

—Pues justo antes de entrar al tren —replicó ella.

—Exacto —dijo su padre—, y nuestro Padre prudente en el cielo también sabe cuándo necesitamos algo. No te le adelantes, Corrie. Cuando llegue el momento en que tengamos que morir algunos de nosotros, acudirás a tu corazón y allí encontrarás la fuerza necesaria, justo a tiempo[2].

*

Un amigo visitó Portugal hace unos años en una gira evangelista. Estaba encantado de encontrar muchos creyentes que eran «gigantes espirituales», entre ellos un misionero británico llamado Eric Barker. Había pasado más de 50 años en Portugal predicando en Evangelio, a menudo en condiciones adversas.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la situación se puso tan mal que le aconsejaron a Barker que enviara a su esposa y a sus ocho hijos a Inglaterra para estuvieran a salvo. Su hermana y sus tres hijos fueron también evacuadas en el mismo barco. Aunque su querida familia se vio forzada a salir, él se quedó para continuar con la obra. En el día del Señor después de su salida se presentó frente a la congregación y dijo: «Acabo de escuchar que mi familia ha llegado a casa sana y salva». Y continuó con el servicio como de costumbre.

Más tarde, su gente entendió el sentido completo de sus palabras. Justo antes de la reunión, se enteró de que un submarino había enviado torpedos contra el barco, y todos los que iban a bordo se habían ahogado. Sabía que como todos eran creyentes habían llegado «al puerto que deseaban»[3]. Aunque abrumado por el dolor, pudo superar las circunstancias por la gracia de Dios y seguir trabajando para el Señor. Saber que su familia estaba disfrutando la dicha del cielo consoló su corazón.  Henry G. Bosh

*

«Algún día», solía decir D. L. Moody, «leerán en los periódicos que D. L. Moody del este de Northfield murió. No se lo crean. En ese momento estaré más vivo que ahora.»[4]

Publicado en Áncora en agosto de 2016.


[1] Christianity Today (Cristianismo hoy), 1994.

[2] Today in the Word (Hoy en el mundo).

[3] Salmo 107:30.

[4] The Wycliffe Handbook of Preaching and Preachers.

 

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