agosto 2, 2016
Ole Hallesby, pastor noruego del siglo XX compara la oración a la actividad minera que conoció en ese país. La demolición para crear pozos de minas requería dos acciones básicas. Escribe que hay largos períodos de tiempo en que «los pozos profundos se perforan con gran esfuerzo entre las duras piedras». Taladrar a fin de hacer los pozos profundos, llegar a los lugares más estratégicos y sacar la masa de roca principal era un trabajo para el que hacía falta paciencia, constancia y mucha pericia. Una vez que los pozos estaban terminados, sin embargo, se colocaba lo que llamaban «el proyectil» unido a una mecha. «Encender la mecha y el proyectil no era solo fácil, sino también muy interesante. […] Se veían resultados, por así decirlo. […] Se escuchaba la explosión y volaban fragmentos en todas direcciones». Llega a la conclusión de que aunque el trabajo más concienzudo requiere pericia, paciencia y fortaleza de carácter, «cualquiera puede encender una mecha».
El pastor Tim Keller comenta: «Ese ejemplo es útil. Nos advierte que no nos limitemos a hacer oraciones que enciendan la mecha, las que pronto se dejan si no tenemos resultados inmediatos. Si creemos en el poder de la oración y en la sabiduría de Dios, tendremos una vida de oración paciente, de las que perforan un pozo. Los creyentes maduros saben que soportar el tedio es parte de lo que hace que las oraciones sean eficaces. Debemos evitar los extremos de no pedir a Dios o pensar que podemos convencerlo para que nos dé lo que queremos. Debemos combinar la importunidad tenaz —una suerte de lucha con Dios— con una gran aceptación de la prudente voluntad de Dios, sea cual sea». Anónimo[1]
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Al reflexionar en lo que ha sido mi vida, muchas experiencias me han formado y han definido lo que soy. Soy uno de los pacientes al que se le ha diagnosticado cáncer de próstata. Nunca pensé que hablar de cáncer podría ser algo que tuviera que ver conmigo. Soy relativamente joven, con excelente salud y energías de sobra. Sin embargo, así fue.
Me operaron y todo salió bien. Sin embargo, quedé prácticamente hecho polvo en la recuperación. Estaba agotado. Tenía miedo. Estaba abatido. Débil. ¿Algún día estaría mejor? ¿Mis mejores días habían quedado atrás?
Por muchos meses oré para que Dios me ayudara. También oré por curación y esperanza. Semana tras semana, logré llegar al púlpito para dar la charla que había preparado, solo con el apoyo de la oración persistente que conectaba mi corazón al de Dios.
Aunque me encontraba frágil y herido en casi todos los aspectos, mientras más buscaba la relación con mi Padre, más fuerza divina sentía. Mientras más tocaba a las puertas del Cielo, pidiéndole a Dios descanso en mis agotados días, más descubría que Dios estaba listo y dispuesto a llevar mi carga.
Sí, es posible que mis nudillos hayan quedado con moretones por haber tocado tanto la puerta, pero mi alma se renovó, revivió y se sanó. Me curé del abatimiento… me curé de la ansiedad… me curé del sufrimiento… me curé de la profunda pena. Toda la curación que necesitaba con afán la encontré por medio de la oración ferviente.
Siempre me intrigó una parábola que contó Jesús. Se encuentra en Lucas 11 y tiene que ver con la idea de persistir en la oración. En esa parábola Jesús prepara el terreno para que Sus seguidores presenten sus peticiones a Dios.
En el relato, un hombre tiene la desfachatez de presentarse en la casa de su amigo sin avisar —y para colmo, es medianoche— a fin de pedir prestado no solo un poco de comida, sino tres barras de pan grandes (en aquella época, eso equivalía a las comidas de todo un día). El amigo casi no le hace caso: «¡Vete al cuerno! ¡Quiero dormir!» Sin embargo, el hombre no se deja convencer, quiere que se escuche su petición desesperada. A fin de cuentas, en su casa tiene vacía la despensa y un invitado con hambre que lo espera. ¿Qué debería hacer? ¿Volver con las manos vacías? Y el hombre sigue tocando. Al final, consigue los panes.
Jesús nos enseñó en Mateo 7 que cuando pedimos, se nos dará. Cuando buscamos, encontraremos. Cuando tocamos, la puerta se abrirá. Esa fue la tentadora oferta —en que se gana tres veces— que hizo Jesús a Sus discípulos. Y es la misma oferta que nos hace a nosotros. Deja que la verdad de esas palabras llegue a lo profundo de tu ser, ¡porque las promesas de Dios dicen que es así!
Así pues, que tus oraciones no sean efímeras, infrecuentes, sino apasionadas y constantes. A medida que toques la puerta diligentemente, descubrirás que la provisión que necesitas está ahí mismo en tus manos. Jack Graham[2]
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Un día, George Müller empezó a orar por cinco de sus amigos. Luego de muchos meses, uno de ellos se acercó al Señor. Diez años más tarde, otros dos se convirtieron. Pasaron 25 años antes de que el cuarto se salvara. Hasta su muerte, Müller no dejó de orar por su quinto amigo. En esos 52 años, nunca se rindió. ¡Esperaba que su amigo aceptara a Cristo! Su fe fue premiada, pues poco después del funeral de Müller, el último amigo se salvó. Anónimo[3]
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Se supone que debemos ser persistentes en nuestra vida de oración. Eso significa ser tenaces, resueltos a orar y hacerlo con regularidad, a perseverar en la oración con fe aunque Dios no nos responda con prontitud. […] Debemos acudir con denuedo ante el Señor en oración.
«Os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá»[4]. El pedir, buscar y llamar en estos versículos se puede interpretar como ser empeñoso en esas cosas. Los invocantes son fieles en presentar con regularidad sus peticiones delante de Dios.
Al mismo tiempo, Jesús advirtió a Sus discípulos que no fueran como los gentiles que «usan repeticiones sin sentido» y «se imaginan que serán oídos por su palabrería»[5], ni como los escribas que «por las apariencias hacen largas oraciones»[6]. Jesús no pide extensas oraciones ni rezos repetitivos. Lo importante es que nuestras plegarias sean una comunicación sincera con nuestro Padre que nos ama.
La idea de persistencia en la oración no quiere decir que debamos empeñarnos en agotar a Dios con nuestras incesantes súplicas. Nos corresponde más bien presentar nuestras peticiones ante Él con fe y confianza, y con la certeza de que nos ama como un padre ama a su hijo y que nos otorgará lo que le solicitemos siempre que sea bueno para nosotros y esté dentro de Sus designios. Dicho esto, hay que tener en cuenta que ser perseverantes en oración no siempre supone que Dios nos responderá a la medida exacta de nuestro deseo.
No debemos perder fe si nuestras oraciones no obtienen respuesta inmediata. Se nos insta a no desanimarnos. Jesús nos instruye a seguir adelante con fe y confianza, sabiendo que Dios es un juez ecuánime y generoso, un padre amoroso, que nos responderá según Su voluntad y cuando lo considere conveniente.
Y quizá lo más importante de todo es recordar que Dios nos ama a cada uno como hijo Suyo. Vela por nosotros. Íntimamente desea lo mejor para nosotros. Podemos y debemos recurrir a Él en oración armados de fe, confianza, humildad y amor por aquel que nos amó con Su eterno amor. Peter Amsterdam
Publicado en Áncora en agosto de 2016.
[1] http://www.preachingtoday.com/illustrations/2015/july/8072015.html.
[2] http://www.oneplace.com/ministries/powerpoint/read/articles/the-promise-of-persistent-prayer-14917.html.
[3] http://www.sermonillustrations.com/a-z/p/perseverance.htm.
[4] Lucas 11:9-10.
[5] Mateo 6:7.
[6] Marcos 12:40.
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