julio 6, 2016
Hace unas noches me fui a dormir rebosante de felicidad. La presencia del Señor era más tangible que nunca. Creer en Sus promesas se hacía fácil y pensé: «Que este estado de ánimo dure para siempre». Me dormí feliz y contento, descansando en los brazos de Jesús.
Sin embargo, cuando me desperté a la mañana siguiente, la felicidad que sentía la noche anterior parecía haberse ido muy lejos. De pronto me agobiaban las cargas que pensé que ya había superado por completo. La presencia del Señor ya no era tan tangible. Me sentía como cuando le arrojas un balón a un niño y se le cae. ¿Sería posible recuperar de alguna forma la fe y la felicidad que sentía la noche anterior, que ahora parecían inalcanzables? ¿Cómo se desvanecieron tan súbitamente?
Luego, el Espíritu Santo me recordó la canción de Steven Curtis Chapman «This Day» (Hoy). La escuché y pensé en la letra:
Ayer el cielo brillaba con claridad,
podía ver el sol y escuchar la canción.
La fe fluía como un río profundo y libre,
y la gracia no era difícil de creer.
Pero eso era ayer,
y lo que podía tocar con mi mano
ahora estaba muy lejano.
¿Qué está pasando hoy?
Hoy Sus misericordias son nuevas.
Todas Sus promesas son ciertas.
Padre, ayúdame a creer.
Dame fe, necesito conocerte
y confiar el día de hoy.
La bruma con la que me había despertado se empezó a aclarar con la luz de la verdad en mi corazón; una verdad que ya conocía pero que estaba permitiéndome olvidar.
Me di cuenta de que estaba utilizando mis inestables emociones como indicador para medir la cercanía de la presencia de Dios en mi vida, cuando Su Palabra es lo que dura para siempre[1]. «La Palabra de nuestro Dios permanece para siempre»[2].
Mis emociones tienden a desestabilizarse a causa de la impaciencia, los temores, las preocupaciones, falta de gratitud, lo que sea. Cambian como las arenas de la costa, y fácilmente son «llevadas de un lado a otro por el viento»[3]. Pero solo hay una roca estable, confiable y que no cambia, la «roca que es más alta que yo»[4]. En Él debo construir mi casa, y en Él debo confiar. Sencillamente no hay otra salida.
La parábola del hombre sabio y el necio; aquella cancioncita que solía cantar de niño de pronto tuvo nuevo sentido[5]. Jesús se vale del relato para comparar a los que escuchan Su Palabra y la obedecen, con los que la escuchan y no la obedecen. Esta parábola es comúnmente utilizada para mostrar la diferencia entre lo que confían en las cosas materiales del mundo y los que confían en Jesús.
En este caso, la aplicación que hice fue que confiar en mis sentimientos en lugar de en el Señor, es en gran manera como construir mi casa en la arena en lugar de sobre la roca. Si bien hay muchos simbolismos de la «arena» en la que el hombre necio construyó su casa, la «roca» es siempre Jesús y Su infalible, inmutable Palabra. Como dice otra estrofa de la canción que escuché esta mañana:
Porque eres el mismo ayer y hoy y por los siglos.
En cada estación Tu verdad y Tu gracia no cambian.
Cada día tengo la elección de construir mi casa en la arena de mis sentimientos o en el cimiento rocoso y sólido de Jesús y Sus promesas. A veces Su mano y Su presencia son obvios en mi vida, y confiar en Él es fácil. En otras ocasiones es una elección «como viendo lo invisible»[6]. Aunque a menudo es una difícil elección, a la larga siempre he visto que es la mejor. Solo debo concentrarme en tomar esa decisión cada día, sin preocuparme si lo podré hacer mañana o en los días siguientes. Si importar cómo me sienta en algún día en particular, puede simplemente pedirle que me dé la fe necesaria para conocerlo y confiar en Él ese día.
[1] V. Isaías 40:8.
[2] Salmo 119:89.
[3] V. Santiago 1:6 (RV 1960).
[4] V. Salmo 61:2.
[5] V. Mateo 7:24–27.
[6] V. Hebreos 11:27.
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