junio 7, 2016
En física, un marco teórico que explica a fondo y vincula todos los aspectos físicos del universo se denomina teoría del todo. También se conoce como teoría maestra, teoría máxima, o teoría final. Mi teoría del todo es la siguiente: Para que toda oración sea respondida, se requiere más del Espíritu Santo.
Medita en ello.
¿Necesitas tomar una decisión crucial? Requieres del espíritu de sabiduría y de revelación. ¿Necesitas saber cómo formular una oferta de negocios o una propuesta de matrimonio? El Espíritu Santo es nuestro apuntador óptico: Nos indica las palabras precisas en el momento oportuno. Acaso, ¿buscas un poco de amor? Pues justamente ese el primer fruto del Espíritu. Por lo tanto, lo que en realidad necesitas es más del Espíritu. Lo mismo se aplica a gozo, paz, paciencia y demás frutos del Espíritu. ¿Necesitas superar una adicción? Requieres del último fruto del Espíritu: dominio propio. Pero ello es obviamente un contrasentido puesto que éste último no proviene de ti. Es producto del Espíritu. En realidad no se denomina dominio propio sino dominio del Espíritu.
Si hay algo que necesitas es el Espíritu Santo. Y que conste, el Espíritu de Dios no desea solamente llenarte. ¡Desea estirarte, para aumentar tu capacidad!
Si consideras que tu vida es caótica, el Espíritu de Dios ronda por encima de ti, así como en el principio de la creación. Se especializa en ordenar el caos, iluminar la oscuridad y producir belleza de la nada.
El Espíritu Santo es la solución a todo problema.
De una cosa estoy seguro: hoy necesito el Espíritu Santo aún más que ayer. Y cuanto más mejor. Mejor dicho, debo someterme al Espíritu tanto como pueda. Cuando lo hacemos, el Espíritu Santo no nos convierte en personas mejores que los demás. ¡Nos hace mejores de lo que somos! Nos concede mayor sabiduría, más poder y más dones. Gracias al Espíritu Santo nos convertimos en mejores personas que lo que somos o pretendemos ser. Nos convertirnos en nuestra mejor versión. Mark Batterson
Es imprescindible tener el Espíritu Santo, que la gente reconoce como algo extraordinario. Uno se sumerge en la representación, se absorbe en ella y se deja llevar hasta alcanzar su apogeo. Pero hay que recordar que no es uno quien lo hace, que se trata de algo divino, del Espíritu Santo, para que la gente reconozca que no lo está viendo a uno mismo sino al Señor.
Él es el factor determinante entre el barro inanimado y el cuerpo vivo, pulsátil y activo de un ser humano. La diferencia estriba en el aliento de Dios, en Su ungimiento y poder. Sin Él no eres nada. Serás un fracaso total.
Uno de los mayores peligros es comenzar a creer que todo se debe a uno mismo. Se debe al ungimiento de Dios. Si te lo retirara, te quedarás tan soso como antes.
¿De qué sirve la estufa si no tiene fuego? Se queda fría, oscura e inútil. Está ahí, pero sin fuego. Deja que la estufa se apague, y toda la casa se enfriará. Es lo que le ha sucedido a algunas iglesias y toda la casa se ha enfriado.
Recuerda que no es la estufa. Es el fuego. Una hoguera hecha con hojas secas, ramitas y basura, en el patio trasero, sirve de más y proporciona más calor, luz y entusiasmo que una estufa —con todo su ingenio mecánico y perfección matemática— que no esté encendida. Es un invento maravilloso, pero sin fuego no es tan útil como una fogata del jardín hecha con basura. ¡Lo que cuenta es el ungimiento! Como solía decir mi abuelo: «Si te enciendes de pasión por Dios, el mundo saldrá a verte arder».
Creo que hasta conduciendo un automóvil puede uno estar ungido y seguir la guía del Espíritu. Pones atención en la conducción, vas orando y pidiéndole a Dios sabiduría. Él te puede inspirar. Cualquier trabajito: lavar la vajilla, cuidar de los bebitos, lo que sea, lo puedes hacer en el Espíritu. Si tienes el ungimiento divino, ¡cada tarea se vuelve maravillosa! Tienes que entregarte en todo lo que hagas, con una gloria eterna que te impulse.
La gente no puede evitar verte a ti, pero tiene que ver a Jesús manifestarse en ti. Si no hay nada aparte de ti, seguirá su camino y pensará que perdió el tiempo. «No con (tu) ejército, ni con (tu) fuerza, sino con Mi Espíritu», ha dicho el Señor[1]. «Las palabras que Yo os he hablado son Espíritu y son vida»[2],dijo Jesús.
Hagas lo que hagas, ha de ser con el Espíritu. El cuerpo sin espíritu está muerto[3]. Y lo mismo sucede con toda canción, sermón, testimonio, libro o dibujo. Cualquier tarea, sea cual sea, realizada sin el Espíritu está muerta. Pero el Espíritu, puede hacer que cualquier cosa sea magnífica.
¡Debes entregarte de lleno a todo lo que hagas! El Espíritu puede animar y dar perfección, inspiración y vida a lo que sea y a quien sea. Belleza, alegría, luz, calor y todo lo demás. Todo lo que quieras. La diferencia está en el Espíritu. David Brandt Berg
La superación personal es un tema que está de moda actualmente, aunque el término no tiene el mismo significado para todo el mundo. Para algunos tiene que ver con ser más saludables, tener un empleo mejor remunerado, u obtener un título universitario.
En cambio, para los cristianos, la meta siempre es llegar a ser como Cristo, aunque no siempre acertemos en la forma de lograrla. Memorizar versículos, tomar clases bíblicas y servir a los demás son maneras estupendas de crecer en la fe, pero si realmente queremos ser mejores personas, es necesario recurrir al Espíritu Santo.
La presencia íntima del Espíritu Santo es esencial para que se produzcan transformaciones interiores, y apartados de Él jamás podremos ser piadosos ni comportarnos piadosamente. Nuestra perenne carnalidad está predispuesta hacia el egoísmo y el pecado. Debemos someternos al Espíritu para que se pueda manifestar la vida de Cristo a través nuestro.
En lugar de embarcarnos en un programa de superación personal, ¿por qué más bien no nos concentramos en descubrir qué persona quiere Dios que seamos? Podemos contar con que el Espíritu nos ayudará en el proceso de cambio. No obstante, no debemos olvidar que no lo impondrá. La única forma de desarrollar todo nuestro potencial en Cristo es cooperando con el Espíritu.
…La razón por la que muchos cristianos se sienten derrotados es porque no entienden cómo obra el Espíritu dentro de ellos y por medio de ellos. En lugar de depender del Espíritu, tratan de vivir como cristianos apoyados en su propia fortaleza. Sin embargo, depender de uno mismo solo conduce a una vida infructuosa.
No olvidemos que lo que busca el Señor son frutos producto del Espíritu y no logros producto de la autosuficiencia. Los seres humanos podemos lograr cosas asombrosas. Podemos predicar sermones, impartir clases bíblicas los domingos, dar de comer a los pobres y ayudar a los que sufren apoyados en nuestras propias fuerzas. De hecho, hay iglesias que operan sin ayuda alguna del Espíritu. Pero no es lo que Dios quiere. La obra que nos ha encomendado es sobrenatural y requiere de poder para llevarla a cabo. Ninguno de nosotros está a la altura de la tarea a menos que contemos con el poder del Espíritu Santo que obra a través nuestro. Lo mismo sucedió con los discípulos de Cristo: no fue sino hasta que descendió sobre ellos el Espíritu en Pentecostés, que estuvieron listos para la tarea de predicar el evangelio[4].
…Necesitamos el poder del Espíritu en todo aspecto de nuestra vida. Cualquiera puede llevar una «vida normal», no obstante, Jesús nos llama a vivir de forma sobrenatural para que manifestemos Su esencia en todos los aspectos. Sin el poder divino no podemos ser padres o esposos piadosos, ni perdonar a quienes nos ofenden gravemente, ni soportar el sufrimiento sin resentirnos, ni ser modelos de Cristo en el trabajo, ni ser pacientes y amables con las personas gruñonas. El fruto del Espíritu no se obtiene a base de esfuerzo[5]. Por mucho que nos esforcemos y luchemos por ser mejores cristianos jamás viviremos piadosamente. La única manera de lograrlo es mediante el poder del Espíritu Santo. Charles Stanley
Publicado en Áncora en junio de 2016.
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