Predicar el Evangelio

junio 16, 2016

Peter Amsterdam

[Preaching the Gospel]

Con Sus últimas palabras antes de ascender al Cielo, Jesús entre otras cosas encomendó a Sus discípulos una misión: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura»[1].

Había muerto en la cruz cuarenta y tres días antes, y resucitado tres días después. Todo con la finalidad de darle a la humanidad la oportunidad de obtener el perdón de sus pecados, reconciliarse con Dios y acceder a la vida eterna. Jesús había cumplido Su misión en la Tierra. Su muerte y Su resurrección hicieron viable la salvación. Con lo que hizo posibilitó que viviéramos eternamente con Él.

En los últimos años de Su vida aplicó una doble estrategia: anunciar el mensaje del reino y la salvación, y juntar un núcleo de personas que abrazaran Sus enseñanzas y ayudaran a diseminar Su mensaje, a ganar discípulos. Habiendo impartido a Sus discípulos todo lo que hacía falta, ya podía irse y dejar que el Espíritu Santo viniera y les confiriera poder para llevar el mensaje por todo el mundo.

Jesús dedicó Sus años de vida pública a predicar, enseñar y capacitar. Después que Juan el Bautista lo bautizó en el río Jordán, y tras ayunar por 40 días y 40 noches, Jesús se fue a vivir a Capernaúm, en la región de Galilea. A partir de ese momento, como dice el Evangelio de Marcos, comenzó a anunciar las buenas nuevas de Dios. «Se ha cumplido el tiempo —decía—. El reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!»[2]

Jesús dejó bien claro que anunciar el Evangelio era uno de los motivos por los que estaba en la tierra cuando dijo: «Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios, porque para esto he sido enviado»[3].

Jesús fue enviado a predicar el Evangelio y enseñó a Sus discípulos a hacer lo mismo: «Los envió a predicar el reino de Dios y a sanar a los enfermos»[4]. Con Su ejemplo enseñó a Sus discípulos a hacer lo mismo, y les dio oportunidades de predicar ellos también.

Después de Su muerte y resurrección, Jesús les dijo: «Como me envió el Padre, así también Yo os envío»[5]. Y justo antes de ascender al Cielo declaró: «Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra»[6]. A los pocos días descendió el Espíritu Santo, y los primeros discípulos se pusieron a predicar dinámicamente el Evangelio en Jerusalén, y con el tiempo por todo Israel, fuera de Israel y por todo el mundo.

El cristianismo se extiende mediante la prédica del Evangelio. El regalo de la salvación, que Jesús nos hizo con Su muerte, se comunica mediante la testificación. Si los primeros discípulos no hubieran anunciado el Evangelio y enseñado a otros a hacer lo mismo, el Evangelio habría caído en el olvido. Dios nos ha confiado algo tan magnífico, capaz de transformar vidas eternamente, que es nuestro deber, como discípulos, comunicarlo, dar a otros la misma oportunidad.

El evangelio es predicado mediante las palabras que dicen los discípulos, la vida que llevan y la manifestación en ellos del Espíritu de Dios.

Un aspecto de anunciar el Evangelio consiste en vivir de tal manera que la gente vea en ti la luz de Dios, por cómo te interesas por los demás, por tu alegría, tu integridad, las manifestaciones que hay en ti de Dios y Su amor, la presencia de Su Espíritu en tu interior. Tienes en ti la luz de la vida —Jesús—, y si vives tu fe, la gente se dará cuenta de que tu vida emite luz. Cuando la gente te vea y observe lo que haces, verá y sentirá el Espíritu de Dios.

El Señor nos pide que vivamos de tal forma que lo demos a conocer no solo de palabra, sino también con acciones y en verdad. Por supuesto que las palabras son importantes; con ellas explicamos la salvación y hablamos del amor de Jesús. Pero tus acciones, tus buenas obras, tu ejemplo, el amor y la amabilidad con que tratas a los demás, tu interés por ellos, todo eso demostrará que las palabras que dices sobre Jesús son ciertas, pues tus interlocutores sentirán que irradias a Jesús.

Un discípulo debe estar preparado para testificar, ofrecer una oración y atender a cualquier persona que Dios ponga en su camino. 2 Timoteo 4:2 expresa bastante bien este concepto diciendo: «[Te suplico] que prediques la palabra y que instes a tiempo y fuera de tiempo». En otras versiones de la Biblia la expresión«que instes a tiempo y fuera de tiempo» aparece traducida así: «insiste con ocasión o sin ella», «persiste en hacerlo, sea o no sea oportuno», «ocúpate en ello urgentemente en tiempo favorable, en tiempo dificultoso». Nunca se sabe cuándo te vas a cruzar con alguien que necesita el mensaje de Dios; y cuando llegue ese momento, como discípulo, debes estar preparado para transmitir la verdad de Dios.

Jesús estaba listo para responder a la necesidad cualesquiera que fueran las circunstancias. Se encontró en multitud de situaciones en las que tuvo que actuar inmediatamente: testificar, amar, convencer, curar, perdonar, hacer un milagro. En todos los casos, estuvo a la altura de las circunstancias.

Algunos ejemplos: el encuentro con la samaritana[7]; las bodas de Caná[8]; la mujer sorprendida en adulterio[9]; el joven rico[10]; Zaqueo[11], Pilato[12] y el ladrón crucificado[13]. Jesús estaba preparado a tiempo y a destiempo, para cualquier persona que el Padre pusiera en Su camino.

Jesús fue en busca de las personas que se había propuesto ayudar: los pecadores que necesitaban salvación. No siempre se encontraba y comía con los que se consideraban justos, con los que llevaban una vida de bien. Estuvo dispuesto a atender a los rechazados: los odiados recaudadores de impuestos, los pecadores, los impuros e indignos. Se le criticó por relacionarse con los marginados de la sociedad; pero Él dejó bien claro lo importante que es cada alma, cualquiera que sea la situación en que se encuentre.

Para Dios, cada persona tiene mucho valor. Él desea que todos obtengan la salvación, y se alegra cada vez que alguien lo hace. Dios no hace acepción de personas. Para Él, todos son pecadores y necesitan Su amor y redención, sea cual sea su posición social. Un cristiano debe anunciar el Evangelio a todos, y en particular a las personas que Dios pone en nuestro camino.

Estar preparado para compartir el Evangelio con las personas con las que nos cruzamos significano limitarnos a testificar, enseñar o convertir en discípulos a las personas con las que estamos acostumbrados a relacionarnos o con las que nos sentimos cómodos. Para el Señor es importante que llevemos el mensaje a los más desfavorecidos económicamente y a las clases media y alta. Él puede convertir en discípulo a cualquiera que tenga un nuevo corazón, que aprenda a amarlo y que quiera servirlo. Debemos testificar y atender a quien sea que Dios ponga en nuestro camino, a quien sea que Dios nos pida que demos el mensaje. Debemos insistir a tiempo y a destiempo.

Jesús enseñó a Sus discípulos a predicar; ese fue el encargo, la misión que les dejó. Los discípulos hoy en día tenemos la misma misión que cumplir. Debemos dejar brillar nuestra luz y atender a las personas que Dios pone en nuestro camino.

Publicado por primera vez en enero de 2012. Texto adaptado y publicado de nuevo en junio de 2016.


[1] Marcos 16:15.

[2] Marcos 1:14–15 (NVI).

[3] Lucas 4:43.

[4] Lucas 9:2.

[5] Juan 20:21–22.

[6] Hechos 1:8.

[7] Juan 4:7.

[8] Juan 2:1-11.

[9] Juan 8:3-11.

[10] Mateo 19:16-22.

[11] Lucas 19:1-10.

[12] Lucas 23:1-4.

[13] Lucas 23:39-43.

 

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