mayo 24, 2016
Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro. Romanos 8:37–39[1]
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El triunfo es pasajero. Se esfuma cuando apenas comenzamos a disfrutarlo. Una vez se obtiene queda atrás. Nadie es campeón por siempre. Se requiere una nueva conquista, una nueva victoria. Tal vez a ello obedece la absurdidad de la afirmación de Pablo: «Sin embargo, gracias a Dios que en Cristo siempre nos lleva triunfantes»[2].
El triunfo de Cristo no es temporal. Ser «triunfadores en Cristo» no es un evento o una ocasión. No es algo pasajero. Ser triunfadores en Cristo es una forma de vida… ¡una forma de ser! Triunfar en Cristo no es lo que hacemos, es lo que somos.
Es la gran diferencia entre la victoria en Cristo y la victoria en el mundo: El que obtiene la victoria en el mundo se regocija de algo que logró: atravesar a nado el Canal de la Mancha, escalar el Everest, ganar un millón de dólares. En cambio el creyente se regocija de lo que es: un hijo de Dios, un pecador que ha sido perdonado, un heredero de la eternidad. Como dice el himno: «Heredero de la salvación, comprado por Dios, nacido del Espíritu, limpio por Su sangre».
Nada nos puede separar del triunfo en Cristo. ¡Nada! Nuestro triunfo no se basa en lo que sentimos puesto que es un regalo de Dios. No depende de nuestra perfección sino de Su perdón. ¡Es algo muy valioso! Aunque estemos en apuros, la victoria sigue siendo nuestra. Nada puede alterar la lealtad de Dios hacia nosotros.
Hace poco un amigo perdió a su padre. La fe de este último durante años inspiró a muchos. Durante los momentos que pasó a solas frente el cuerpo de su padre, mi amigo manifestó que al observar su rostro le venía un solo pensamiento: Triunfaste. Triunfaste. ¡Triunfaste!
Es como lo que dijo Juana de Arco viendo que la abandonaban aquellos que debieron haberla apoyado: «Prefiero contar con Dios únicamente. Su amistad jamás me fallará, ni Sus consejos, ni Su amor. Aceptaré el reto una y otra vez hasta la muerte.»
«Triunfadores en Cristo». No es algo que hacemos. Es lo que somos. Max Lucado
¿Qué hace Jesús cuando llegamos al límite de la desesperación? En Marcos 6:48 dice: «En la madrugada, se acercó a ellos caminando sobre el lago»[3]. Fíjense que no les dijo a los discípulos que vinieran hacia Él. Sabía que no podían hacerlo. Él se acercó a ellos. Cuando llegamos al límite de la desesperación, ¡Jesús se nos acerca!
Me parece genial que Jesús no se haya parado en la orilla a dar órdenes a gritos. Cuando estamos en medio de la tormenta no necesitamos consejos. ¡Necesitamos milagros! Necesitamos que aparezca alguien y es justamente lo que hizo Jesús. Intervino en medio de la tormenta.
Es la esencia del evangelio. Dios no nos dice lo que debemos hacer desde la orilla. Se nos acerca y se hace partícipe de nuestro dolor, nuestros temores, nuestra depresión, nuestra tormenta y nuestro desaliento. Viene a nosotros. ¡Qué Dios más maravilloso!
En este momento pueden sentirse abandonados, pero no es así. La Biblia nos promete en Juan 14:18: «No los voy a dejar huérfanos; volveré a ustedes»[4]. ¡Cuenten con ello! Rick Warren
Job evidentemente había llevado una vida piadosa durante muchos años; pero se requirió la implosión del poder de Dios desde afuera que lo presionara mediante las pruebas y aflicciones del Diablo para que la energía contenida en su interior estallase con una potente reacción atómica en cadena, dando origen a una poesía que es de las más bellas de la Biblia, el Cantar del Sufrimiento, que ha resonado a lo largo de las épocas dando aliento a innumerables millones de personas con sus reverberaciones de fe, paciencia y alabanza en medio de la adversidad. Cuando todo marcha mal y parece contrario a la Palabra de Dios y a lo normal, las personas de gran fe pueden decir como Job: «Aunque Él me matare, en Él esperaré»[5]. El oro legítimo pasa por el fuego más ardiente, la prueba más dura o prolongada, y sigue siendo oro, ¡oro aún más refinado!
Dios tiene un propósito en todo lo que permite que suceda, aunque solo sea para obligarnos a ejercitar nuestra fe... y a demostrarla para alentar a otros... a fin de inspirar la fe de otros y animarles a confiar en el Señor. ¿Cómo podemos ser más que vencedores cuando todo va mal y parece contrario a la Palabra y a lo normal? ¡Siendo buenos perdedores!, y aun alabando a Dios en medio de nuestras pérdidas. Dios a menudo obtiene Sus mayores victorias de aparentes derrotas, y a menudo las trae por el descuidado sendero de la alabanza. ¡La alabanza es la voz de la fe! David Brandt Berg
David afirmó que debemos estar agradecidos porque «el Señor es bueno y Su gran amor es eterno; Su fidelidad permanece para siempre»[6]. El Señor es bueno. Qué declaración tan importante. El mundo con frecuencia es maligno, pero Dios es bueno. Su amor nunca flaquea. Nuestro amor por Él puede flaquear, pero Su amor por nosotros jamás. Max Lucado escribió:
¿Qué tan extenso es el amor de Dios? Tan extenso que abarca a todo el mundo. ¿Eres parte del mundo? Entonces el amor de Dios te incluye.
Es agradable sentirse incluido. No siempre lo somos. Las universidades nos excluyen si no somos suficientemente inteligentes. Las empresas nos excluyen cuando no estamos cualificados, y tristemente, algunas iglesias nos excluyen cuando no somos suficientemente buenos.
Pero aunque nos excluyan, Cristo nos incluye. Para describir la extensión de Su amor, estiró una mano hacia la derecha y la otra hacia la izquierda e hizo que las clavaran en dicha posición para que supiéramos que murió amándonos.
¿Pero, acaso no hay un límite? Su amor debe de tener límites. Sería de esperarse, ¿no lo creen? No obstante, David el adúltero nunca lo encontró. Pablo, el asesino nunca lo encontró. Pedro el mentiroso tampoco lo encontró. En la vida tocaron fondo, pero en cuanto al amor de Dios, no fue así. Ellos al igual que todos nosotros encontraron que sus nombres estaban inscritos en la lista del amor de Dios.
David nos dice que la fidelidad de Dios se extiende a todas las generaciones. Cuando los demás nos fallan, Dios no. Cuando los demás nos abandonan, Él se coloca a nuestro lado. Cuando declaramos nuestro enojo, Él nos sigue declarando Su amor. Dios es consecuente. Es bueno. Es amoroso. Incluso cuando no comprendemos las circunstancias de la vida, deberíamos agradecer a Dios cuya naturaleza es incuestionable. De ella dependemos por completo.
Damos gracias porque tenemos una esperanza segura que va más allá de la tumba. ¿Cómo harán para sobrevivir aquellos que consideran que esta vida es todo lo que hay? La Biblia enseña que al morir nos vamos con el Señor. Tenemos un hogar que Dios nos ha preparado con Sus amorosas manos. Tendremos cuerpos que nunca se descompondrán, fallarán o nos causarán vergüenza. Volveremos a ver a los seres queridos que murieron antes de nosotros. Y estaremos con Jesús. El cielo se puede describir en términos de aquello a lo que le concedemos mayor valor en esta vida: el oro, la plata, las piedras preciosas… los cuales pasan a ser comunes y corrientes. Nos recuerda que esta vida no es nada en comparación al esplendor del mundo venidero. El cielo se describe como un sitio de gozo, canciones y celebraciones. Un lugar donde se corrija la maldad y se recompense el bien.
Damos gracias al Salvador por convertir dicha esperanza en realidad… Damos gracias a Jesús en toda circunstancia puesto que Él es nuestra esperanza. Lo que nos ha renovado es la fe que tenemos en Él. Bruce Goettsche[7]
Publicado en Áncora en mayo de 2016.
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