Reflexiones sobre la misericordia, del Salmo 51:1

mayo 19, 2016

David Brandt Berg

[Reflection on Mercy from Psalm 51:1]

«Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a Tu misericordia; conforme a la multitud de Tus piedades borra mis rebeliones»[1].

¿Qué es la piedad? Empleamos palabras que sabemos lo que significan, pero a veces es difícil explicarlo.

Un ejemplo de tener piedad es cuando Dios tiene misericordia y nos perdona, no nos aplica el castigo que nos merecemos. Él nos ama y nos perdona en vez de castigarnos. Como lo lamentamos, nos arrepentimos y le pedimos al Señor que nos perdone y que nos ayude a no hacerlo más, Él nos da otra oportunidad. En cierto sentido, la piedad o misericordia es como dar otra oportunidad. Dios te concede otra oportunidad al no darte el castigo que te mereces. Eso pide David aquí en oración y eso deberíamos orar todos: «Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a Tu misericordia».

De modo que la misericordia tiene que ver con la piedad. En realidad, la misericordia es amor y bondad. Si eres amoroso, tienes mucha bondad.

¿Qué son transgresiones? Pecados. A veces en algunas estancias y haciendas tienen colocados letreros que dicen: «Prohibido el paso». Pasar sin permiso es una transgresión. Quiere decir que uno está donde no le corresponde, que está quebrantando una ley. En el Padrenuestro decimos: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores». En otro Evangelio se emplea la palabra pecados[2].

Cierta vez hablaba de esto con el hermano Brown, el que me ayudó a construir aquella iglesia en Arizona. Él se creía incapaz de pecar, pues era partidario de la doctrina de la santidad. Creía que había sido santificado totalmente y que no podía pecar, ya que había recibido el Espíritu Santo. Pensaba que eso lo había vuelto perfecto y que le era imposible cometer pecados.

Afirmaba que tenía lo que llamaba la segunda obra de la gracia que había erradicado toda su naturaleza pecaminosa. La parte mala de su yo se había desintegrado y desde entonces era inmaculado y no podía cometer ningún mal. Le dije: «Pero de vez en cuando, aun trabajando aquí en la construcción, hermano Brown, usted se ha equivocado, ha hecho algunas cosas mal, aunque solo fuera accidentalmente». Él respondió: «Ah, pero eso no es pecado; fueron errores nada más». Yo le dije: «En el Padrenuestro, Jesús dijo: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”». Insistió: «Una deuda es solo un error; no es un pecado». Yo respondí: «Pero entonces ¿por qué en el otro Evangelio dice “perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben”?»[3] No supo qué responder.

Las transgresiones son pecados, como deudas que se contraen con las personas, cosas malas que se hacen. En cambio, el Señor es muy misericordioso, y si estamos arrepentidos y le pedimos sinceramente que nos perdone y procuramos no volver a hacerlo, nos perdonará.

El Señor se apiada de nosotros como los padres nos apiadamos de nuestros hijos. La justicia es darle a uno su merecido. Si uno se merece un castigo y lo recibe, eso es justicia; se recibe juicio.

David implora misericordia. Merecía ser castigado; hasta merecía morir según la Ley Mosaica. Merecía morir apedreado por robar la mujer de alguien y encima matar al hombre[4]. Sin embargo, él imploró perdón al Señor. En este pasaje, suplica misericordia. El Señor sí lo castigó, pero no lo mató. Eso es misericordia. David se merecía la muerte, pero el Señor lo perdonó porque se arrepintió. Mi madre decía que David había cometido un gran pecado, pero que luego tuvo un gran arrepentimiento, por lo cual recibió gran perdón. Recibió misericordia porque se arrepintió, oró y pidió al Señor que lo perdonara.

Cuando de veras nos arrepentimos de lo que hemos hecho y pedimos perdón al Señor y procuramos no hacerlo más, el Señor se apiada. Hay un tiempo para la misericordia y el perdón. Es más, ¿qué dijo el mismo Señor? Sus discípulos le preguntaron: «¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano? ¿Siete veces, o cuántas?» Y les respondió: «Hasta setenta veces siete»[5]. Equivale a 490 veces.

El Señor es tan misericordioso con nosotros que nos perdona todos nuestros pecados, muchos más que 490. Tiene gran misericordia y compasión de nosotros. Esa es la misericordia. Tomó el castigo por nosotros para que pudiéramos salvarnos. No porque seamos perfectos, ni porque nunca hayamos hecho nada malo, sino porque nos ama. Eso es lo que se llama verdadera misericordia, perdón y compasión.

No podemos salvarnos por nuestras obras o bondad, ni siquiera por nuestros esfuerzos por guardar las leyes de Dios y amarlo. Por muy buenos y perfectos que fuéramos,  ¡no podríamos hacer méritos para alcanzar algo perfectamente celestial como es la salvación por Su gracia, amor y misericordia! Es imposible que alguien se salve sin el poder milagroso de Dios.

Aceptar la salvación por medio de Su Palabra es obra de la gracia de Dios. Es gratis; solo puede recibirse. Dios nos la obsequia. No se consigue a base de obras. Un regalo no se puede merecer; de lo contrario no sería un regalo. No tienes más justicia que la de Cristo, y Él es el único que puede hacerte partícipe de ella.

Dios no puede ayudarte a salvarte a ti mismo, pues no ayuda a los que creen que pueden salvarse a sí mismos, sino solo a los que saben que no pueden hacerlo. La idea de bondad que tiene Dios es la piedad; un pecador que reconoce su necesidad de Dios y que depende de Él para salvarse. Según la óptica divina, la santidad no es la perfección inmaculada, pretensiones de superioridad moral. Para Él son santos los pecadores salvados por gracia, carentes de perfección, que no son buenos por sí mismos, sino que dependen totalmente de la gracia, el amor y la misericordia de Dios por fe. Esos son los únicos santos que hay; ¡no hay otros!

Artículo publicado por primera vez en julio de 1986. Texto adaptado y publicado de nuevo en mayo de 2016.


[1] Salmo 51:1.

[2] Lucas 11:4.

[3] Lucas 11:4.

[4] Véase 2 Samuel 11.

[5] Mateo 18:21-22.

 

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