No hay margen para la jactancia

mayo 10, 2016

Recopilación

[No Room for Boasting]

¿Podemos, entonces, jactarnos de haber hecho algo para que Dios nos acepte? No, porque nuestra libertad de culpa y cargo no se basa en la obediencia a la ley. Está basada en la fe.  Romanos 3:27[1]

De lo que alardeamos es lo que no da confianza para salir y enfrentar el día. Es algo de lo que dices: Yo soy alguien porque tengo eso. Puedo derrotar lo que sea que venga contra mí hoy porque soy eso. De lo que alardeamos es lo que fundamentalmente nos define; de ahí proviene nuestra identidad y autoestima.

Ahora bien, en el evangelio, alardear está excluido. ¿Por qué? Una excelente manera de entender lo que Pablo quiere decir es ver su experiencia. En Filipenses 3:5-11, Pablo nos dice en qué tenía confianza antes de ser cristiano, de lo que alardeaba: «Circuncidado al octavo día, del pueblo de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de pura cepa; en cuanto a la interpretación de la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que la ley exige, intachable». ¡Vaya lista! Incluye linaje, origen racial, nivel de educación y profesional, así como religiosidad y moralidad. Luego añade: «¡Lo considero basura!»[2] No confía en esas cosas; no se jacta de ellas. Todo lo contrario. Dice: «No necesito nada de eso. ¡Nada de eso me ayuda en absoluto!» ¿Por qué renunció a esas cosas? «A fin de ganar a Cristo». Pablo dice que jactarse y creer son opuestos; no se puede hacer las dos cosas. El principio de la fe excluye la jactancia[3], porque la fe entiende que no hay nada que podamos hacer para justificarnos.

Si vamos a recibir a Jesús, debemos renunciar a la jactancia. […] ¡Solo excluimos la jactancia cuando nos damos cuenta de que nuestros mejores logros no han hecho nada para justificarnos! Jactarnos de esas cosas es como si un hombre estuviera ahogándose y se aferrara a un puñado de billetes de cien dólares y gritara: «¡Estoy bien! ¡Tengo dinero!»

Si entiendes el evangelio de rectitud que has recibido, jamás te jactarás. O más bien, jamás vas a alardear sobre ti mismo; solo te jactarás sobre otra persona y únicamente de algo que no has hecho: Cristo y que fue crucificado. Pablo dice: «Jamás se me ocurra jactarme de otra cosa sino de la cruz de nuestro Señor Jesucristo»[4]. Los cristianos saben que son salvos única y totalmente por obra de Cristo, no de ellos. No se atribuyen el mérito por la posición que tengan con Dios, ni por las bendiciones de parte de Dios. La jactancia de ellos se transfiere de sí mismos a su Salvador, porque todos siempre se jactarán —extraerán confianza y esperanza— del objeto de su fe. Si sabes que te has salvado únicamente por obra de Cristo, tienes gran confianza, pero no es confianza en tus propias obras; más bien, es confianza en Cristo, en Su muerte. Enfrentas el día, incluso el día de tu muerte, diciéndole al mundo: «Tengo a Cristo. Su muerte significa que cuando Dios me mira, ve a Su hermoso hijo. Mundo, no necesito nada de ti y no puedes quitarme nada. Tengo a Cristo».  Timothy Keller

 

No por obras de justicia

«Ni es resultado de las obras, para que nadie se vanaglorie».  Efesios 2:9[5]

Para la gente, es alentador saber que no eres perfecto, que ni sus líderes son perfectos, que son humanos. Fíjate en Moisés. Fíjate en el rey David. Fíjate en José. Hay toda una retahíla de casos así en la Biblia, y en la historia de la iglesia. Todos eran hombres. Hombres de fe, pero todos tenían los pies de barro, y todos cometieron errores y el Señor les tenía que mostrar que eran hombres de carne y hueso, tan débiles como nosotros, y que se equivocaban lo mismo que nosotros, y que todo lo bueno que se lograba se debía al Señor.

Todo se tenía que deber al Señor, porque se convirtieron en unos ejemplos magníficos, no de su propia grandeza, sino de que dependían enteramente del Señor. Dios fue glorificado, porque a veces dieron un ejemplo terrible y eso demostró que únicamente el Señor los pudo sacar adelante. Fue el Señor el que los salvó. Fue el Señor el que les dio la victoria al final. No fueron ellos mismos, sino el Señor.

Es como la salvación: «No de vosotros, pues es don de Dios»[6]. «La fe es por el oír la Palabra de Dios»[7], aunque nos salvamos por medio de la fe. Y no es de nosotros, para que nadie se gloríe; es don de Dios. A veces, puede que muchísimas predicaciones y enseñanzas nuestras den a entender que nosotros tuvimos éxito y lo conseguimos, y que ustedes también lo tendrían que hacer. Debemos recordarnos continuamente a nosotros y a ellos (y si nosotros no lo hacemos, Dios se encargará de ello) que todo se debía al Señor y que Él fue quien lo hizo, y que sin Él no somos nada ni podemos hacer nada[8]David Brandt Berg

 

Grados de gloria

Por eso, todos nosotros, ya sin el velo que nos cubría la cara, somos como un espejo que refleja la gloria del Señor, y vamos transformándonos en Su imagen misma, porque cada vez tenemos más de Su gloria.  2 Corintios 3:18[9]

Temo que a veces esa doctrina que es popular en la iglesia —acerca de los grados de gloria—, no está del todo desvinculada de nuestra propia rectitud que se resiste a morir. «Una estrella es diferente a otra en cuanto a su gloria»; esa es una gran verdad; sin embargo, esa diferencia no tiene que ser en grados. Una estrella puede tener un resplandor y otra estrella el suyo propio. Es más, ¡los astrónomos nos dicen que hay muchas variedades de color entre las estrellas de la misma magnitud!

Un hombre puede ser distinto de otro, sin que sea una diferencia de rango, honor o grado. No veo nada en las Escrituras acerca de grados de gloria y no creo en esa doctrina. Por lo menos, si existen grados, presta atención a esto, no pueden ser conforme a las obras, ¡sino que debe ser solo la gracia divina! No puedo pensar en que debido a que un cristiano ha sido más devoto a Cristo que otra persona, habrá por ello una diferencia eterna, porque eso es introducir las obras. […] Hermanos y hermanas, ¡creo que podemos servir a Dios con otro motivo que el de tratar de ser mayores que nuestros hermanos en el Cielo!

Si voy a llegar al Cielo, no me interesa quién sea mayor que yo, pues si en el Cielo hay alguien que tenga más felicidad que yo, entonces yo también tendré más felicidad; pues la afinidad entre un alma y otra será tan intensa y tan grande que todos los cielos de los justos serán mi cielo y, por lo tanto, lo que tengas lo tendré yo, porque todos seremos uno en hermandad, mucho más perfectamente que en la Tierra. El miembro individual será absorbido en el cuerpo común. Por supuesto, hermanos y hermanas, si algunos de ustedes tienen lugares más destacados en el cielo y más felicidad y alegría que yo, me alegrará saberlo. Esa posibilidad ahora no despierta envidia en mí. Y si ahora ese fuera el caso, con toda certeza no sería así allá, pues debería pensar que mientras más tuvieran ustedes, ¡más tendría yo!

La comunión perfecta en todas las cosas buenas no es compatible con el enriquecimiento individual de uno por encima de otro. Incluso en la Tierra, los santos tenían todo en común cuando estaban en un estado celestial, y estoy  convencido de que en la gloria tendrán todo en común. No creo que en el Cielo habrá rangos de nobleza, ni que los cristianos pobres estarán detrás de la puerta. Creo que la unión entre nosotros será tan grande que las distinciones se perderán del todo, y que nuestra comunión, interés y convivencia serán de tal manera que no habrá posesiones privadas, rangos ni honores particulares, porque allí seremos, en la máxima medida, ¡uno en Cristo!  Charles Spurgeon

Publicado en Áncora en mayo de 2016.


[1] NTV.

[2] Filipenses 3:8 NTV.

[3] Romanos 3:27.

[4] Gálatas 6:14 NVI.

[5] RVC.

[6] Efesios 2:8–9.

[7] Romanos 10:17.

[8] Juan 15:5.

[9] DHH.

 

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