abril 7, 2016
Oswald Chambers acuñó uno de mis mantras favoritos: «Deja que Dios lo haga». Esas cinco palabras describen su gran confianza en la inacabable soberanía de Dios. Y esa clase de confianza es la que produce en nosotros una confianza sagrada.
La mayoría de nuestros problemas emocionales son síntomas de un arraigado problema espiritual: falta de confianza en la soberanía de Dios. Es nuestra poca confianza en Él lo que nos produce culpabilidad por el pasado, estrés por el presente y ansiedad por el futuro. Y si lo permitimos, ese monstruo de tres cabezas extinguirá cada gota de confianza sagrada que poseemos hasta perder la vista de nuestro destino.
Muchos buscamos confianza en las cosas que podemos controlar. Pero ese es un falso sentido de confianza. La confianza sagrada no depende de las circunstancias. Es providencial. Con demasiada frecuencia permitimos que las circunstancias se interpongan entre nosotros y Dios, pero la confianza sagrada pone a Dios entre nosotros y las circunstancias. Y al hacerlo, el Todopoderoso hace que los gigantes en nuestra vida se vean diminutos.
Encarémoslo: somos fanáticos del control. Ansiamos controlar lo que nos rodea. Queremos controlar a otros. Incluso queremos ejercer control sobre Dios. Lo hacemos en nombre de la santificación, pero no es más que pseudo santificación. No es nada más —o debería decir nada menos— que un fútil intento de autoayuda. La falta de confianza es mucho más que despreciar la ayuda de Dios. Es un presuntuoso intento de ayudar a Dios haciéndole Su trabajo. Intentamos ponernos en los zapatos de Dios para controlar a otros y dirigirlo todo. Pero Dios no nos ha llamado a interpretar Su papel, sino a ser nosotros mismos. Nuestro problema de control es en realidad un problema de confianza. Cuanto menos confiamos en Dios, más queremos controlar.
No hay nada más agotador espiritual, emocional o en el curso de una relación que intentar mantener orden en el cosmos. Y la otra cara de la moneda también es cierta. La mayor libertad en el mundo se encuentra al dejar de controlar nuestra vida y entregarla por entero al Gran Soberano. Mark Batterson
Venid en pos de Mí. Marcos 1:17
Uno de los mayores impedimentos para acercarse a Jesús es la excusa del temperamento. Convertimos nuestro temperamento y nuestras afinidades naturales en barreras entre nosotros y Jesús. Lo primero que advertimos cuando nos acercamos a Jesús es que a Él no le importan nada nuestras afinidades naturales. Tenemos la noción de que podemos consagrar nuestros dones a Dios. Pero no podemos consagrar lo que no es nuestro. Solo hay una cosa que podemos consagrar a Dios, y ese es el derecho a uno mismo[1]. Si le entregamos a Dios nuestro derecho a nosotros mismos, Él nos convertirá en un experimento sagrado. Y sobra decir que los experimentos de Dios siempre tienen éxito.
La marca de todo santo es la originalidad moral que produce abandonarse a Jesucristo. En la vida de un santo hay siempre un asombroso manantial de vida original. Eso porque el Espíritu de Dios es un manantial de agua que siempre permanece fresca. El santo comprende que solo Dios puede ordenar las circunstancias, por lo que no se queja, sino que se abandona por entero a Jesús. Nunca se debe crear principios de experiencias, sino permitir a Dios ser tan original con otros como lo es con uno.
Si se entregan por entero a Jesús y se acercan a Él cuando dice «Ven», Él continuará invitando a otros a acercarse por medio de ustedes; crecerán en la fe reproduciendo el eco del «Ven» de Cristo. Ese es el resultado en cada alma que se ha abandonado a sí misma para acercarse a Jesús. Oswald Chambers
Cuando Dios toma una pieza del tablero de ajedrez y la hace avanzar hasta otra casilla, la pieza no pone reparos. No protesta ni trata de evitar que el Maestro de Ajedrez la mueva. No dice: «No quiero ir a esa casilla, me gustaría quedarme aquí. Tampoco quiero ir a esa otra. Soy un caballo y no quiero saltar por encima de esta pieza. Quiero saltar por encima de esa otra».
Las piezas no discuten con el que las ha hecho o creado ni con quien juega con ellas; solo van adonde las colocan. ¿Lo creen? Entonces, ¿de qué se preocupan? Están en manos de Dios. Piensen en ello cuando se sienten tentados a preocuparse y sentir ansiedad por el futuro. ¿Para qué preocuparse? Están en manos del Maestro del Ajedrez. Si se lo permiten, Él los pondrá dondequiera que Él quiera que estén, y deben confiar en que su Padre celestial vela por sus intereses de la mejor manera. Lo único que Dios tiene que hacer es moverlos a ustedes o las circunstancias que los rodean para ubicarlos en el lugar donde más los necesita en cualquier momento dado.
En el curso de mi vida he servido al Señor de toda clase de maneras. No pueden imaginar de cuántas. Lo único que he hecho es ir adonde me guiaba Su mano, a cualquier casilla que me indicaba, y me he esforzado por ser siempre la pieza que Él quería que fuera.
¿Cuántas veces he tomado una decisión y el Señor me ha detenido? Es muy humillante. He querido hacer muchas cosas que nunca llegué a hacer. He querido ir a muchos lugares adonde no llegué a ir. Hemos planeado incluso más viajes de los que hemos hecho. En una de las últimas ocasiones, Dios me detuvo y me encargó un trabajo mucho mejor y más importante, y que nos ha permitido llevar el mensaje a muchas más personas. Sus caminos son más altos que los nuestros y Sus pensamientos más altos que nuestros pensamientos[2].
Deberíamos dar gracias a Dios por las equivocaciones que no cometemos. ¿Por qué no le damos las gracias a Dios por todas las equivocaciones que no cometemos, en vez de lamentarnos por las que sí cometemos? ¿Qué sentido tiene decir: «Señor, ¿por qué dejaste que me pasara esto? ¿Por qué no me detuviste?» A lo mejor quiere que aprendamos que la decisión más importante es entregarse de lleno al Maestro del tablero de ajedrez. Pero pueden escoger no entregarse de lleno. Poseemos libre albedrío. Vivimos en un país libre. Cada uno debe tomar la decisión de confiar su vida en las manos del Ajedrecista Maestro, y si deciden no hacerlo, es su decisión.
¿Por qué no escoger poner su vida en las manos de Dios? Han elegido seguir al Señor y servirle, y buscar Su voluntad para sus planes y futuro. Él es el Maestro de Ajedrez. Pueden tener absoluta certeza de que cualquier cambio que lleve a su vida será para su bien, porque hará que todas las cosas ayuden a bien. David Brandt Berg
Publicado en Áncora en abril de 2016.
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