La esperanza del Cielo

abril 5, 2016

Recopilación

[The Hope of Heaven]

Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en Mí no morirá jamás.  Palabras de Jesús en Juan 11:25-26[1]

*

Cuando sufras injustamente, aférrate a tu fe, no sea que el pesar del mundo anide en tu corazón. La promesa de un mundo mejor que pronto ha de venir te ayudará a sobrellevar hasta los días más tenebrosos.

Mantén la mirada fija en tu morada eterna en los Cielos, ese lugar maravilloso donde volverás a estar con tus seres queridos, donde todo será amor, luz, alegría y felicidad. Entonces comprenderás que todo valió la pena. Ese día se disipará el dolor.

Si te resulta difícil tener una fe de ese calibre, pídeme que te ayude a ver las cosas como las veo Yo. Pídeme que te muestre lo que tengo reservado en el Cielo para ti y para tus seres queridos, y lo haré, con la intención de infundirte el valor y las fuerzas que necesitas para sobrellevar las tribulaciones del tiempo presente. No puedo revelarte todo lo que te tengo preparado, pero sí puedo desvelarte una parte ahora mismo[2]. Si tienes los ojos puestos en el Cielo, las tribulaciones de este mundo te parecerán pequeñas. Y es que, en efecto, lo son.  Jesús hablando en profecía.

*

La película Amistad cuenta el relato de un grupo de esclavos africanos que se hacen con el control de su barco de esclavos y exigen que los devuelvan a su país de origen. En vez de eso, el capitán los lleva a un puerto americano donde los encarcelan.

Mientras esperan el veredicto del juez, uno de los hombres, Yamba, se encuentra sentado en un rincón de la celda hojeando una Biblia.

Cinque, el líder del grupo, lo ve y le dice:

—No tienes que fingir que te interesa lo que lees. Nadie más que yo está viéndote.

Pasado un breve momento Yamba levanta la vista.

—No estoy fingiendo. Empiezo a entender lo que leo —le dice.

No puede leer el contenido —no sabe leer inglés— pero entiende las ilustraciones.

Cuando se le acercó Cinque para ver, Yamba le explica la historia en su idioma nativo.

—Su gente sufrió más que nosotros —le dijo.

Le mostró imágenes de judíos víctimas de ataques de leones y le dice:

—Sufrieron mucho.

Luego Yamba le da la vuelta a la página y le muestra una imagen del niño Jesús coronado con un halo de luz.

—Luego nació y todo cambió.

Clinque le pregunta:

—¿Quién es?

Yamba le responde que no sabe, pero que cree que el niño ha de ser muy especial. Ojea las imágenes de Jesús. Le muestra una de Jesús subido en un burro y recibiendo alabanzas de la gente. Una esfera dorada forma un halo alrededor de Jesús.

—Por donde va —dice Yamba—, lo sigue el sol.

En todas las imágenes ocurre lo mismo. La luz rodea a Jesús cuando sana con Sus manos a la personas, cuando protege a una mujer marginada, cuando abraza a los niños.

Pero ahí no termina la historia.

—Algo sucedió —dice Yamba—. Lo capturaron, lo acusaron de algún delito.

Cinque menea la cabeza e insiste:

—Debe haber hecho algo.

Yamba responde:

—¿Por qué? ¿Qué hicimos nosotros?… ¿Quieres ver cómo lo mataron?

A estas alturas Yamba se conmueve. Cinque le recuerda:

—Es un relato, Yamba.

Yamba sacude la cabeza en señal de protesta. La muerte de este hombre fue real.

—Pero mira —dice—, ahí no termina. Su gente bajó su cuerpo de…

Yamba hace una pausa y dibuja una cruz en el aire.

—Lo llevaron a una cueva. Lo envolvieron con telas, como hacemos nosotros. Pensaron que estaba muerto, pero se le apareció a su gente nuevamente… y habló con ellos. Y al final, ascendió el cielo.

—Ahí es donde va el alma cuando uno muere aquí. Ahí es donde vamos cuando nos matan.

Acariciando una imagen que ilustra el cielo, Yamba concluye:

—No está tan mal.

Tomado de storiesforpreaching.com[3] (Observación: Si quieren ver esta parte de la película, vean este clip de YouTube.)

*

Como está escrito, cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.  1 Corintios 2:9–10[4]

*

El propio Dios, que movido por amor nos engendró y creó la vida, el universo y el Cielo, nos ha dado todas las facilidades para reservar una plaza allí. Esas facilidades se resumen a la perfección en un versículo bíblico muy sencillo, pero a la vez de capital importancia: «De tal manera amó Dios al mundo [a cada uno de nosotros] que ha dado a Su Hijo unigénito [Jesús], para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna»[5].

Dios nos ama a cada uno de un modo muy especial. Sabe que la única manera de que seamos verdaderamente felices y alcancemos la plena satisfacción es que vivamos con Él por la eternidad. Para hacer esto posible, envió a Su Hijo Jesús y le pidió que viviese y muriese por nosotros y nos manifestase Su amor. Jesús es el puente entre esta vida y el Cielo.

No vayas a pensar que eres tan malo que no podrás ir al Cielo. Dios sabe todo lo que has hecho, dicho o hasta pensado en la vida, y aun así te ama incondicionalmente. El Cielo está atestado de pecadores, es decir, de gente que obró mal pero pidió perdón a Dios. Todo lo que Él nos pide es que le manifestemos arrepentimiento y le abramos las puertas de nuestra vida.

Puedes saber con seguridad que irás al Cielo. Si lo deseas, no tienes más que hacer con sinceridad esta sencilla oración: Jesús, deseo conocerte y vivir para siempre en el Cielo. Sé que he cometido errores y que he hecho cosas que no estaban bien. Perdóname. Aunque soy consciente de que no lo merezco, acepto Tu amor y te ruego que me permitas estar contigo en el Cielo. Hazte parte de mí. Ayúdame y dame paz interior.

Dios ha prometido responder nuestras oraciones; así que ¡ya tienes reservada plaza en la gloria! ¡Que Dios te bendiga con una eternidad maravillosa y plena de satisfacción! ¡Nos vemos allá!  Basado en los escritos de David Brandt Berg

Publicado en Áncora en abril de 2016.


[1] NVI.

[2] 1 Corintios 2:9–10.

[3] storiesforpreaching.com/category/sermonillustrations/hope.

[4] Reina Valera 1960.

[5] Juan 3:16.

 

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