Nuestro Señor resucitado

marzo 22, 2016

Recopilación

[Our Risen Savior]

«Los dones del Maestro son: libertad, vida, esperanza, nuevo rumbo, transformación e intimidad con Dios. Si la cruz hubiera sido el final de todo, no habría esperanza alguna. No obstante, la cruz no es el fin. Jesús no escapó de la muerte; la venció y abrió el camino al cielo para todo el que se atreva a creer.  El alcance de semejante aseveración —si permitimos que nos penetre—, es asombroso. Significa que Jesús es quien proclamaba ser, que tal y como Él afirmó, realmente estamos perdidos y que Él es la única forma en que podemos volver a conectarnos con Dios de manera íntima.»  Steven James

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Qué hermoso. Cuán maravilloso es Tu amor por nosotros, querido Salvador. Estuviste dispuesto a soportar esa tortura y calvario por nosotros. No deseabas hacerlo. Pero aunque no lo querías, dijiste «no se haga Mi voluntad, sino la Tuya»[1].

Gracias por Tu amor y por estar dispuesto a soportar todo eso. Qué gran celebración debió ser al resucitar y darte cuenta de que todo había concluido. Obtuviste la victoria. ¡Salvaste al mundo!

Te alzaste en victoria, gozo y libertad sobre Tus enemigos y sobre las ataduras y crueldad de los hombres, para no volver a morir nunca más. Lo hiciste para redimirnos de ese aciago destino y prevenir que sufriéramos el mismo calvario. «¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria? Porque el aguijón de la muerte es el pecado. ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.»[2] ¡Gracias, Señor, por Tu gloriosa victoria!  David Brandt Berg

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Una descripción de nuestro Señor resucitado: Su fortaleza es perdurable; es absolutamente sincero. Inalterable por la eternidad; Su benevolencia es inmortal. Su poder es imperial; justa es Su misericordia. Es el mayor fenómeno sobre la faz de la tierra. Es el Hijo de Dios; el Salvador de los pecadores. Es el rescate que se pagó por los cautivos; el aliento de vida; no tiene parangón. Es el centro de la civilización; es honorable y único; es incomparable y no tiene precedentes. Es indiscutible e incorrupto; es firme y sin igual. Es la más noble de las filosofías; la máxima figura de la psicología. El tema por excelencia en la literatura; la doctrina fundamental de la teología. La piedra angular y el toque final. Él es el milagro por los siglos.  M. Lockridge

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La resurrección de Jesús es el punto de partida del nuevo plan de Dios —ya no de arrebatar personas de la tierra para llevarlas al cielo—, sino de colonizar la tierra con la vida celestial. Después de todo, ¿acaso no es ese el mensaje del Padrenuestro?  N. T. Wright

 

El huevo de Philip. Relato

Philip nació con el síndrome de Down. Era un niño agradable, parecía feliz, pero era muy consciente de lo que lo diferenciaba de los demás niños. Asistía fielmente a la escuela dominical cada semana. Cursaba tercer grado y en su clase tenía nueve compañeritos que al igual que él tenían ocho años.

Ya saben cómo se suelen comportar los niños de dicha edad, así que Philip, por ser diferente, no fue aceptado fácilmente. No obstante, el maestro del curso que no era ajeno a la situación de Philip, emprendió la tarea de enseñar a este grupo de niños de ocho años a amarse en la medida de lo posible y dadas las circunstancias. Aprendieron a estudiar, reírse y jugar juntos y sentían verdadero cariño unos por otros, a pesar de que los niños de dicha edad no expresan sus sentimientos en voz alta.

Pero hay algo que no debemos olvidar. Había una excepción a todo ello. Philip en realidad no era parte del grupo. Él no eligió ni quiso ser diferente. Simplemente lo era y había que aceptar la situación.

Al maestro se le ocurrió una idea genial para la clase del domingo después de Semana Santa. ¿Se acuerdan de los pequeños estuches de plástico en que vienen las pantis de las chicas que parecen huevos? El profesor consiguió diez de tales cajitas. A los chicos les pareció sensacional que los reuniera en el salón y les diera una a cada uno. Era un día maravilloso y primaveral y la tarea consistía en que cada niño saliera al jardín, encontrara un símbolo de vida nueva, lo pusiera dentro del huevo y lo llevara de vuelta al salón de clases: Luego abrirían las cajitas y por turnos cada uno compartiría sus sorpresas y símbolos de vida nueva.

Fue algo glorioso, enrevesado y loco. Tras corretear por los predios de la iglesia y recolectar sus símbolos los niños regresaron al salón.

Colocaron los huevos sobre la mesa y el maestro empezó a abrir las cajitas. Los pequeños se apostaron alrededor de la mesa. El profe abrió el primer huevito que contenía una flor. No faltaron las expresiones de asombro. Abrió el siguiente y apareció una pequeña mariposa.

—¡Qué hermosa! —Replicaron las chicas al unísono, ya que a los niños de ocho años les cuesta mucho decir hermoso.

La siguiente caja contenía una piedra. Los pequeños reaccionaron como suelen hacerlo los alumnos de tercer grado. Algunos se rieron, otros afirmaron:

—¡Vaya disparate!, ¿cómo puede una piedra ser un símbolo de nueva vida?

No obstante, el pequeño que había puesto la piedra en la caja que era muy listo, exclamó:

—Es mi caja. Yo sabía que todos iban a traer flores, capullos, hojas, mariposas y cosas así, así que elegí una piedra puesto que quería ser diferente. Para mí, la piedra simboliza vida nueva.

Todos se echaron a reír.

El profesor mencionó algo acerca de la sabiduría de los niños de ocho años y abrió el siguiente huevo. Estaba vacío. Los pequeños, como es típico de los niños de ocho años, exclamaron:

—No es justo. ¡Qué idiotez! Alguien lo hizo mal.

Luego el profe sintió un tirón en la camisa y miró hacia abajo.

—Es el mío —afirmó Philip.

Los niños lo increparon:

—Jamás haces las cosas bien, Philip. ¡El huevo está vacío!

—Hice bien las cosas —respondió Philip—. Desde luego que las hice bien. ¡La tumba está vacía!

Todos enmudecieron. Se produjo un silencio total. Para aquellos que no creen en los milagros, permítanme decirles que ese día se produjo uno. A partir de ese momento las cosas cambiaron. De repente Philip se volvió parte de aquel grupo de niños de ocho años. Fue aceptado. Fue liberado de la tumba en la que había permanecido por ser diferente.

Philip murió el verano pasado. Su familia sabía desde que nació que su ciclo de vida no iba a ser completo. Su pequeño cuerpo sufría de múltiples dolencias. Así que murió a finales de julio pasado debido a una infección que la mayoría de los niños normales fácilmente hubiera podido superar.

Durante el funeral, nueve niños de ocho años desfilaron rumbo al altar. No portaban flores para ocultar la cruda realidad de la muerte… sino que de la mano de su maestro de escuela dominical se acercaron al altar donde depositaron un huevo vacío… un huevo de plástico para pantis hueco y desechado.

¡Y la tumba está vacía!  Anónimo[3]

Publicado en Áncora en marzo de 2016.


[1] Lucas 22:42.

[2] 1 Corintios 15:55–56; Romanos 7:24–25.

[3] Tomado de storiesforpreaching.com.

 

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