diciembre 22, 2015
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta: «La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel» (que significa «Dios con nosotros»). Mateo 1:21-22[1]
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Hay algo más de 330 profecías sobre Cristo en el Antiguo Testamento. La posibilidad de que se cumplan todas es tan infinitesimal que se considera casi una imposibilidad. No obstante, cada una se cumplió tal como fue predicho.
Mateo se refiere a cuatro profecías notables relacionadas con el nacimiento de Jesús. María, la madre de Jesús, estaba comprometida para casarse con José, pero antes de juntarse, el Espíritu Santo vino sobre ella y concibió. A José se le dijo en un sueño que tomara a María como su esposa porque había concebido del Espíritu Santo. Mateo 1:23 dice: «La virgen concebirá y dará a luz un hijo…». Isaías 7:14 profetiza este evento más de 700 años antes de que ocurriera.
Cristo hubiera nacido en Nazaret, donde vivían María y José, pero César Augusto quería hacer un censo de todas las personas en el Imperio Romano. Cada familia debía regresar al pueblo natal del padre a registrarse. José era de Belén, por lo que hicieron un arduo viaje y Jesús nació la noche que llegaron a Belén. Mateo 2:6 dice: «Pero tú, Belén, en la tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre los principales de Judá; porque de ti saldrá un príncipe que será el pastor de Mi pueblo Israel.» En Miqueas 5:2, esto fue predicho 700 años antes que Cristo naciera.
Herodes, temiendo que naciera un nuevo rey de los judíos, decretó que todos los bebés que vivieran en Belén y alrededores, de hasta dos años, fueran matados. José fue advertido en un sueño en el que se le dijo que tomara a María y al bebé y se escapara a Egipto, donde tenían que quedarse hasta la muerte de Herodes. Mateo 2:15 dice: «De este modo se cumplió lo que el Señor había dicho por medio del profeta: “De Egipto llamé a Mi hijo”.» Oseas 11:1 es una profecía sobre esto escrita 800 años antes.
Después de la muerte de Herodes, María, José y Jesús regresaron a Nazaret, donde Jesús creció. Mateo 2:23 dice: «Lo llamarán nazareno». Esto se remonta a Isaías 11:1, escrito más de 700 años antes, que dice: «Del tronco de Isaí brotará un retoño; un vástago nacerá de sus raíces.» En hebreo, la palabra vástago es «nazir», lo cual se leía y se entendía como «del tronco de Isaí un nazareno nacerá». Esto es notable porque el pueblo de Nazaret no existía en esa época.
Durante siglos hubo predicciones del nacimiento de Jesús. Vino al mundo «a salvar a Su pueblo del pecado»[2]. Charles Price
Cientos de años antes de que naciera Jesús en Belén, los profetas del Antiguo Testamento predijeron Su venida. Existen profecías mesiánicas sobre Su nacimiento, Su entrada triunfal en Jerusalén, la traición de Judas, Su juicio, Su crucifixión y su entierro y triunfante resurrección. Sus predicciones no fueron solo en términos generales, como: «vendrá un Mesías», sino profecías específicas con lugares, fechas y eventos que se han cumplido en una sola persona: Jesucristo.
Casi 750 años antes del nacimiento de Cristo, el profeta Isaías, en el Antiguo Testamento, profetizó: «Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará Su nombre Emanuel»[3]. Como saben, María era virgen y estaba comprometida a casarse con José, un carpintero de Nazaret, cuando el ángel se le apareció diciendo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por lo cual también el santo ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios»[4]. Emanuel significa: «Dios con nosotros». Ese precisamente es Jesús cuando lo recibimos: Dios está con nosotros.
Otra profecía de Isaías nos dice: «Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre Sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz»[5]. Esto demuestra que los judíos de antaño creían que Dios tenía un hijo, el cual habría de nacer de carne, y quien, según la profecía decía, sería llamado «Dios fuerte».
Miqueas, profetizando en el siglo VIII a.C., predijo: «Pero de ti, Belén Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, saldrá el que gobernará a Israel; sus orígenes se remontan hasta la antigüedad, hasta tiempos inmemoriales»[6]. Aunque los judíos, como nación, no lo aceptaron como su gobernador, la profecía dice que «gobernará a Israel». Esto ocurre ahora espiritualmente con quienes lo aceptan voluntariamente como Mesías y ocurrirá literalmente en su Segunda Venida.
Los orígenes o existencia de Jesús «se remontan hasta la antigüedad, hasta tiempos inmemoriales». Jesús dijo: «Antes de que Abraham naciera (aproximadamente 2000 a.C.), YO SOY»[7]. Allí Él se estaba refiriendo a sí mismo como el Dios que en persona se apareció a Moisés en la zarza ardiente diciendo: «Yo soy el que soy»[8], el omnipresente Hijo de Dios.
Una profecía de Isaías nos dice: «Después de aprehenderlo y juzgarlo, le dieron muerte; nadie se preocupó de su descendencia. Fue arrancado de la tierra de los vivientes, y golpeado por la transgresión de mi pueblo.»[9] Durante el transcurso del juicio de Jesús, Pilato preguntó a los judíos: «”¿Quieren que les suelte (de la prisión) al Rey de los judíos?” “¡No, no sueltes a ése; suelta a Barrabás!”, volvieron a gritar desaforadamente»[10]. Después de interrogar a Jesús, Pilato se presentó tres veces delante de los judíos proclamando: «No lo encuentro culpable de nada». Su veredicto, por consiguiente, fue que era inocente de los cargos de que se le acusaba[11].
Pero la gente no estaba satisfecha con dejarlo en la cárcel ni con el veredicto de su inocencia sino que, utilizando las influencias políticas sobre Pilato, por fin lo persuadieron para que se doblegara ante la encarnizada multitud. Y tomó a Jesús «de la cárcel y del juicio» y «lo entregó a ellos para que fuese crucificado»[12].
Unos 1000 años a.C. el rey David profetizó: «Como perros de presa, me han rodeado; me ha cercado una banda de malvados; me han traspasado las manos y los pies. Puedo contar todos mis huesos; con satisfacción perversa la gente se detiene a mirarme. Se reparten entre ellos mis vestidos y sobre mi ropa echan suertes.»[13]
El cumplimiento de esta profecía está en el Nuevo Testamento: «Cuando los soldados crucificaron a Jesús [traspasaron las manos y los pies], tomaron Su manto y lo partieron en cuatro partes, una para cada uno de ellos. Tomaron también la túnica [Su ropa], la cual no tenía costura, sino que era de una sola pieza, tejida de arriba abajo. “No la dividamos” —se dijeron unos a otros—. “Echemos suertes para ver a quién le toca”.»[14] Los judíos en la época de David no practicaban la crucifixión (más bien apedreaban), pero David predijo ese tipo de muerte para el Mesías, un método de ejecución prácticamente desconocido para los judíos de su época. ¡Lo predijo mil años antes de que sucediese!
¿Quién más nació de una virgen en Belén, fue llamado Dios, fue proclamado inocente y, sin embargo, condenado injustamente a ser crucificado, repartiéndose los soldados sus vestiduras? ¿Quién más fue asociado con los impíos, enterrado en la tumba de un hombre rico y resucitado de los muertos todo esto como cumplimiento profético? La respuesta, por supuesto, es nadie más que Jesús.
Jesús vino a la tierra y murió en la cruz porque nos amaba a ti y a mí. Nos amaba lo suficiente como para tomar nuestro castigo, morir y ser separado de Su Padre para que así pudiera concedernos el amor de Dios y vida eterna. Como dice otra profecía: «Todos como ovejas nos descarriamos, cada cual se apartó por su camino; mas el Señor cargó en Él el pecado de todos nosotros […] ni hubo engaño en Su boca. Con todo eso, el Señor quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimientos. Cuando haya puesto Su vida (la de Jesús) en expiación por el pecado (nuestros pecados). […] Por Su conocimiento justificará Mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos.»[15]
Es así de sencillo, Jesús murió por nosotros; y Dios dio todas estas profecías e hizo que fueran escritas y preservadas para que mediante ellas nuestra fe fuera fortalecida lo suficiente para creer que «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna»[16]. David Brandt Berg.
Publicado en Áncora en diciembre de 2015.
[1] NVI.
[2] Mateo 1:21.
[3] Isaías 7:14.
[4] Lucas 1:35.
[5] Isaías 9:6, 750 a.C.
[6] Miqueas 5:2, 750 a.C.
[7] Juan 8:58.
[8] Éxodo 3:14.
[9] Isaías 53:8.
[10] Juan18:39–40.
[11] Juan 18:38; 19:4, 6.
[12] Juan 19:16.
[13] Salmo 22:16–18; 1000 a.C. V. también Zacarías 12:10; 13:6.
[14] Juan 19:23–24.
[15] Isaías 53:6, 9–11; 750 B.C.
[16] Juan 3:16.
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