octubre 19, 2015
¿Están pasando por una época difícil y tienen muchas dificultades? ¿Se sienten desmotivados, insatisfechos, sobrecargados, poco apreciados o agotados? ¿Comienzan a pensar que van a sucumbir ante la presión y el peso de los problemas? ¿Qué se puede hacer cuando se tiene la tentación de darse por vencido, o bien se está sumido en el desaliento y cuesta mucho seguir adelante? Creo que si pudiera resumir la respuesta en una sola palabra, sería: ¡aguanten! Soy consciente de que parece simplista, pero es la verdad.
Fíjense, por ejemplo, en el apóstol Pablo: él sí que tuvo que aguantar mucho. Tuvo cantidad de altibajos; ¡las pasó negras! Sus propios hermanos lo trataron con escepticismo, lo abuchearon en ciudades en las que trató de testificar, fue perseguido, azotado, encarcelado, sufrió padecimientos físicos y casi lo matan a pedradas.
Puede que ustedes no se identifiquen mucho con todo eso, ya que sucedió hace 2.000 años. Sin embargo, tal como les pasa a ustedes, hubo momentos en que Pablo, aun siendo un siervo de Dios de semejante talla, se sintió bastante desanimado y estuvo a punto de arrojar la toalla. En cierta ocasión escribió: «Hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida»[1]. Se ve que andaba bastante desmoralizado, ¿no?
Puede que hayan pasado momentos en que «perdieron la esperanza», como Pablo. Estoy segura de que en algún momento todos hemos estado así de desmoralizados, o lo estaremos en algún momento de la vida. Algunos de ustedes tal vez se sienten más o menos así en este mismo instante, y desde hace bastante tiempo. En ocasiones ayuda pensar que Pablo y muchos otros hombres y mujeres de Dios también se sintieron así.
Pero ahí está el detalle: Pablo, a pesar de sus tribulaciones y batallas, tanto en forma de persecuciones externas como de desesperación, desaliento y dudas internos, aguantó y perseveró. Declaró: «De ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios»[2].
Eso es algo que conviene recordar: «De ninguna cosa hago caso». O sea: «Pase lo que pase, ¡voy a persistir!» Esa determinación era lo que impulsaba a Pablo, de forma que aunque estuviera en apuros, no desesperaba[3].
Y no se preocupen si piensan que por sí mismos no son suficientemente fuertes para aferrarse; ¡no hace falta que lo sean! ¡Su fortaleza proviene del Señor![4] Basta con que pongan su voluntad de parte del Señor y quieran persistir, y Él les dará fuerzas para aguantar aunque les parezca que ya no pueden más.
Es posible que piensen que el Pablo de la Biblia no podría entender exactamente lo que les sucede y las batallas que tienen, ya que las suyas fueron diferentes y las circunstancias de su época bien distintas. Pues todos esos consejos de la Biblia siguen aplicándose a ustedes tanto como a las personas para las que se escribieron. No tenemos que limitarnos a soportar y superar esas batallas y tribulaciones, sino que podemos darle la vuelta a la situación y sacarle partido, o mejor dicho, dejar que el Señor se valga de ella para provecho Suyo.
No siempre podemos evitar las batallas y momentos difíciles por los que pasamos. La vida a veces es así, y el Señor hasta permite esos problemas por diversos motivos. Puede que sean para probar nuestra fe; para fortalecernos y enseñarnos a aferrarnos al Señor; para obligarnos a buscarlo con afán a fin de que dependamos más de Él que de nosotros mismos; para ayudarnos a orar por otros; o para ayudarnos a comprender mejor a los demás, a fin de que podamos consolarlos cuando lo estén pasando mal.
Hay infinidad de razones por las que el Señor deja que tengamos dificultades. A veces permite a propósito que seamos probados porque quiere enseñarnos algo. Otras veces se trata de ataques del Diablo que el Señor permite a fin de que ejercitemos nuestras dotes para combatir espiritualmente. En otras ocasiones, el Enemigo se cuela en nuestra vida por la puerta que le abrimos al desobedecer o al no seguir al Señor tan de cerca como deberíamos.
Hay situaciones difíciles que podemos prevenir obedeciendo al Señor y llenándonos más de Su Palabra, pasando tiempo con Él y escuchando Su voz. Pero otras no las podemos evitar; sencillamente se dan. Son un aspecto de la vida que el Señor nos permite experimentar. Sin embargo, podemos aprovechar esas situaciones; son un valioso don.
Por lo general una prueba prolongada en la que da la impresión de que se anda por un valle de sombra de muerte no se considera un valioso don, ¿verdad? Desde luego en un principio no da la impresión de serlo. Sin embargo, si claman al Señor con afán y se aferran a Él, alcanzarán la bendición de tener un vínculo más estrecho con Jesús y una relación más profunda con Él. Habrán aprendido a confiar, pues habiendo «habitado en lo profundo del mar» y «descendido al infierno», se habrán dado cuenta de que el Espíritu del Señor seguía con ustedes[5].
Nadie que haya dejado huella en este mundo consiguió nada dándose por vencido. Por eso, si quieren lograr algo en la vida, si quieren hacer algo para el Señor, no se den por vencidos. Si tienen ganas de arrojar la toalla, acuérdense de que a lo mejor es solo una prueba del Señor para purificarlos y convertirlos en oro más refinado. Es probable que hayan oído más de una vez la frase que dice: «Dios solo se vale de hombres y mujeres quebrantados; los demás no le sirven». Uno tiene muchas ganas de que el Señor obre por medio suyo; pero cuando llegan los quebrantamientos no es fácil darse cuenta de que forman parte del plan de Dios para convertirlo a uno en lo que tiene que ser a fin de que le resulte útil. Así que cuando lleguen, acéptenlos como parte del pulimento al que los somete el Señor.
Tal vez no se sientan con fuerzas para continuar, pero lo bueno es que no necesitan tenerlas. Si claman al Señor, Él los sostendrá. Basta con que pongan su voluntad de parte de Él. Basta con que digan: «No, me niego a soltarme y hundirme en el lodo», y el Señor hará lo demás. Él los sacará adelante. ¡La victoria se obtiene negándose a rendirse!
Publicado por primera vez en diciembre de 1997. Texto adaptado y publicado de nuevo en octubre de 2015.
[1] 2 Corintios 1:8
[2] Hechos 20:24
[3] 2 Corintios 4:8
[4] V. Salmos 46:1, 18:1-2, 121:1, etc.
[5] Salmos 139:7-11
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