octubre 12, 2015
Ciertos principios o conceptos que durante los últimos cincuenta años han sido aceptados como bases inamovibles en la sociedad occidental, ya no poseen la misma solidez de la que solían gozar. Los principios como el que señala que quien recibe una buena educación y trabaja con empeño sale adelante, ya no se aplican de la misma manera que hace años. Muchas personas se sienten inseguras con relación al futuro. Confían mucho menos en el gobierno, en los entes religiosos y educativos o en la veracidad de lo que publican los medios de comunicación. Hasta el concepto de ahorrar conlleva un riesgo mayor, pues muchas instituciones financieras han fracasado y hay países enteros al borde del colapso económico.
El clima cultural, social, intelectual, seglar y moral, sumado al aumento generalizado del cuestionamiento, escepticismo y rechazo de los criterios y valores que durante años constituyeron lo aceptado, ha generado un cambio fundamental en los valores, ética, perspectiva del mundo, relación con la autoridad y trato con los demás de gran parte de la población. Para muchos es más difícil saber en quién confiar. Hay personas que se ven atraídas al mensaje del Evangelio debido a las condiciones del mundo y la sociedad, pero para otros, ese mismo clima hace que les resulte mucho más difícil identificarse con el Evangelio, mucho menos creerlo o aceptarlo.
Esto genera un buen número de retos para aquellos de nosotros que estamos consagrados a la difusión del Evangelio, entre ellos el reto no menor de difundir el mensaje de un hombre que vivió, murió y resucitó hace 2.000 años, y de afirmar al mismo tiempo que ese mensaje es el más importante que jamás escucharán. Sin duda los cristianos de otras épocas también tuvieron sus retos, pero la realidad actual es nuestro reto.
El reto es cómo presentar a Jesús de manera que la gente que conocemos lo acepte, especialmente teniendo en cuenta que en muchos países no cristianos abrazan valores que hacen que el cristianismo parezca irrelevante para su vida y perspectiva del mundo. Cuesta sacar a colación el tema de Dios, y ni hablar de Jesús, pues el secularismo, materialismo y intelectualismo se han difundido ampliamente y han reemplazado a la fe en Dios, haciéndolo irrelevante para su sistema de creencias.
Toda persona, sea cual sea su país o cultura, se merece y necesita oír el Evangelio. Por ser cristianos, tenemos la misión de difundirlo en el país, cultura y comunidad en que nos encontremos, de un modo que encuentre eco en las personas que nos rodeen. El mensaje debe explicarse de la manera que resulte más fácil de entender y aceptar para los oyentes. Esto significa que el método de entrega del mensaje, el tono del mismo, los aspectos que se den a conocer, la presentación del mismo y la rapidez con que se transmita, variarán de acuerdo al país en que se viva y la cultura del lugar, y también estarán sujetos a la persona en particular con que se hable, claro está.
Si bien el mensaje fundamental del Evangelio es el mismo, el medio que se emplee para transmitirlo, la forma de contar el relato de Jesús, los aspectos del mensaje que se destaquen, o que en algunos casos se minimicen, resultan importantes para que la transmisión del Evangelio resulte relevante y comprensible.
Parte del reto consiste en encontrar el método de entrega que calce con las personas a las que se testifique. En la actualidad muchas personas recelan de los mensajes que oyen, y tienen motivos justificados. Cada día a través de la Internet, la televisión, las noticias, la propaganda, son bombardeadas con mensajes que le dicen que necesitan esto, lo otro y lo de más allá, que tal o cual es la mentalidad correcta o la postura adecuada. El mensaje del Evangelio podría parecerles otra propaganda que trata de convencerlos de lo que necesitan, de cómo vivir y de lo que las hará felices. La gente suele sentir recelo ante tales mensajes, pues ha comprobado por experiencia que muchos de ellos son muy poco válidos o carecen de validez alguna. La gente busca respuestas, pero es muy cauta en cuanto a aquello en lo que deposita su confianza.
De más está decir que lo que atraiga a las personas de cierto lugar al mensaje del Evangelio podría provocar rechazo en otros lugares o situaciones. En casos así es cuando entra en juego el principio de «a donde fueres, haz lo que vieres» del que habló el apóstol Pablo en 1 Corintios 9:
Entre los judíos me volví judío, a fin de ganarlos a ellos. Entre los que viven bajo la ley me volví como los que están sometidos a ella (aunque yo mismo no vivo bajo la ley), a fin de ganar a éstos. Entre los que no tienen la ley me volví como los que están sin ley (aunque no estoy libre de la ley de Dios sino comprometido con la ley de Cristo), a fin de ganar a los que están sin ley. Entre los débiles me hice débil, a fin de ganar a los débiles. Me hice todo para todos, a fin de salvar a algunos por todos los medios posibles[1].
Es un principio muy importante que se aplica tanto a las culturas como a cada persona en particular. Lo que quería dar a entender Pablo era que es necesario que los demás puedan identificarse con uno y que hay que entender que cada persona y cada cultura es distinta y que para ganarlas es importante reconocer lo que les resulta familiar, lo que tiene importancia para ellas y entablar contacto con ellas en esa esfera de su interés o cultura. Para llegar al punto de manifestar interés en lo que nos hace diferentes, los demás tienen que reconocer los elementos que tienen en común con uno. Es preciso que vean que hemos vivido experiencias similares y que no estamos desconectados de los asuntos que los preocupan.
Para transmitir el mensaje a la gente de su ciudad o país, a las personas con las que trabajan, o a sus vecinos y conocidos, primero tienen que comprender a esas personas, entender su cultura y lo que valoran. Es importante identificarse con ellos para que primero lleguen a confiar en uno, y una vez que eso ocurra estarán más dispuestos a escuchar lo que les digan sobre Dios, Su amor y Su Hijo.
El mundo ha cambiado, está cambiando y seguirá cambiando. Para transmitir el Evangelio a los demás con eficacia, es necesario adaptarse a tales cambios, y comunicar el mensaje a los demás de manera que lo puedan entender.
Vale la pena familiarizarse con la cultura de las personas y entenderla y relacionarse con ellas dentro de ese marco. ¿De qué suelen hablar las personas donde vives o trabajas? ¿Cuáles son sus pasiones, preocupaciones e inquietudes? ¿Qué las motiva, que las hace actuar? ¿Qué principios abrazan? ¿Cuál es su escala de valores? ¿Cómo es su mundo personal?
Busca al Señor para que te indique la forma de contar el relato de Su amor y de manifestar dicho amor a los demás de forma comprensible para ellos. Sirve de ayuda orar periódicamente para ver si tus métodos actuales de entrega son relevantes y eficaces. Pídele que te indique las medidas, simbología y palabras que puedes emplear para que a tus oyentes les resulte posible comprender el amor que les tiene Dios.
Hagamos como Pablo, que fue sin duda uno de los mayores testigos del cristianismo, para poder decir: «Me he hecho a los habitantes de este país como uno de ellos, a fin de ganarlos. He aprendido a comprenderlos, a simpatizar con ellos, a vivir como ellos, hasta el punto de poder decir que soy uno de ellos, con el objeto de ganarlos. Me he integrado a la gente de mi trabajo, de mi colegio, de mi vecindario, de mi club, para que lleguen a conocerme, y para que cuando me conozcan y perciban al Espíritu Santo en mí, también lo conozcan a Aquel que entregó Su propia vida para que ellos tengan vida eterna».
Publicado por primera vez en enero de 2012. Texto adaptado y publicado de nuevo en octubre de 2015.
[1] 1 Corintios 9:20–22.
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