Amar y reverenciar a Dios

septiembre 1, 2015

Recopilación

[Loving and Reverencing God]

¡Qué felices son los que temen al Señor y se deleitan en obedecer Sus mandatos! Qué grande es la bondad que has reservado para los que te temen.  Salmo 112:1; 31:19[1]

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La Biblia habla bastante de temer a Dios. Cuando la Biblia habla de temer a Dios, hace referencia a dos conceptos diferentes: el de temer a Dios y Su ira, y el de honrarlo y reverenciarlo. Uno de los conceptos expuestos en la Biblia sobre temer a Dios es el de terror, aprensión o temor; se refiere a tenerle miedo a Dios y se emplea principalmente hablando de personas que han pecado y tendrán que enfrentarse a Sus castigos. A continuación reproducimos algunos ejemplos de esto:

Cuando el Señor se levante para sacudir la tierra, sus enemigos se escabullirán en hoyos en el suelo. En cuevas en las rocas se esconderán del terror del Señor y de la gloria de Su majestad[2].

No teman a los que quieren matarles el cuerpo; no pueden tocar el alma. Teman solo a Dios, quien puede destruir tanto el alma como el cuerpo en el infierno[3].

Este concepto del temor de Dios difiere del sentido positivo de reverenciarlo; es decir, manifestar admiración, reverencia, honor y respeto por Él. Algunos sinónimos de esos términos son asombro, admiración, sorpresa, aprecio, veneración, adoración, devoción, alta estima, deferencia, afecto. Temer a Dios de este modo nos acarrea bendiciones y bienaventuranzas.

Como cristianos salvos no tenemos por qué vivir con miedo de ser castigados por nuestros pecados, pues Jesús ya sufrió ese castigo por medio de la muerte en la cruz. Nuestras transgresiones nos han sido perdonadas y hemos sido librados de la «paga del pecado» por medio del don de la salvación y vida eterna en presencia de Dios.

Eso no significa que no vayamos a enfrentar las consecuencias de nuestros pecados en esta vida; ni implica que Dios vaya a aprobar la transgresión y desobediencia deliberada de sus preceptos morales. La Biblia hace referencia al castigo o la disciplina. En las Escrituras normalmente el castigo lleva implícita la connotación de aprendizaje, de moldear el carácter por medio de la reprensión o advertencia, lo que difiere bastante del concepto de recibir castigo por nuestros pecados. Puede que el Señor nos castigue de algún modo con el objeto de enseñarnos algo o moldearnos; esto constituye un acto de amor. «El Señor disciplina a los que ama y castiga a todo el que recibe como hijo»[4].

Como creyentes, la actitud que debemos tener frente a todo lo que Dios es y ha hecho es la de temerle, en el sentido de veneración, reverencia, adoración y devoción, además de admiración y asombro. Si reflexionamos en el hecho de que creó el universo, desde las estrellas hasta las partículas subatómicas, no podemos menos que maravillarnos de Su poder y gloria. Cuando tomamos conciencia de que los seres humanos pecamos y por ende nos merecemos Su castigo, pero a causa de Su amor hizo posible nuestra salvación y reconciliación con Él, la reacción que más debería suscitar en nosotros es la de alabarlo, rendirle culto y honor, amarlo, obedecerle y reverenciarlo. Todo eso forma parte de reconocer que Él es Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Quienes amamos al Señor no tenemos por qué tener el tipo de temor que nos lleva a vivir con miedo a Dios y a Su ira. Somos parte de Su familia. Se nos concedió ese derecho por medio de nuestra fe en Jesús. Nuestros pecados han quedado perdonados, por ende no enfrentaremos el castigo divino. Estamos redimidos. Nuestra relación con el Señor es de amor, gratitud, alabanza y adoración. Como miembros de esa familia, debemos temer al Señor manifestándole nuestro amor, obedeciendo Su Palabra, y viviendo de tal manera que lo glorifique, pues es infinitamente digno de ello.  Peter Amsterdam

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Tú eres digno, oh Señor nuestro Dios, de recibir gloria y honor y poder. Pues Tú creaste todas las cosas, y existen porque Tú las creaste según Tu voluntad.  Apocalipsis 4:11 NTV

 

El todo del hombre

¿En qué consiste la principal labor de los cristianos? ¿Qué dice la Biblia que es el todo del hombre? «Teme a Dios y guarda Sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre[5]. Desde que vino Jesús, Dios lo resumió en «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón […] y a tu prójimo como a ti mismo»[6]. Al hombre le correspondía «temer a Dios», pero el Señor quiso que hubiera una relación de afecto, más personal entre Él y el mundo, por lo que en vez de temer a Dios, ordenó amarlo, y en vez de sencillamente «guardar los mandamientos», dijo «amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas»[7].

Cabe añadir que para amar al prójimo, primero se debe amar a Dios. Resulta inconcebible amar a los perdidos, a los paganos, a los extraños, a los que no están salvos, a los enemigos o a ninguna otra persona a menos que se tenga en el corazón el sobrenatural, maravilloso y prodigioso amor de Dios. «Nosotros lo amamos a Él porque Él nos amó primero»[8]. Amamos a otros porque Él los amó primero y también a nosotros. Es lo único que puede infundir en alguien suficiente amor por los demás como para estar dispuesto a renunciar a sí mismo e ir por todo el mundo a predicar el Evangelio a toda criatura: a personas que nunca antes ha visto, que tienen un idioma y una religión desconocidos, personas de distintas razas, colores y características particulares. No puede lograrse sin el amor de Dios. Así que hay que empezar con eso. De lo contrario resulta imposible.

Cuando Jesús se apareció a Sus discípulos luego de Su crucifixión, le preguntó a Pedro: ¿Me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor, Tú sabes que te quiero. Y Jesús añadió: Apacienta Mis corderos. Volvió a preguntarle una segunda vez: ¿Me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor, Tú sabes que te quiero. Y le dijo: Pastorea Mis ovejas. Pedro debió molestarse un poco la tercera vez que Jesús le repitió la misma pregunta, porque le dijo: Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te quiero. Era la tercera vez que se lo preguntaba. ¿Cómo es que me preguntas eso, Señor? Ni siquiera tendrías que preguntármelo. Tú sabes que te amo. Bien, Pedro, dices que me amas, ahora sal y demuéstralo. Conduce y apacienta Mis ovejas[9].

Para amar al prójimo resulta indispensable amar primero a Dios. Quizá eso es lo primero que uno se debe preguntar: ¿Amo lo suficiente a Dios? ¿Lo amo y no me aparto de Él ni de Su voluntad, sino que voy pegado a Sus talones, por el buen sendero y por donde Él sabe que es mejor? ¿Recorro el mismo sendero que Él y sigo Sus pisadas?

La Biblia promete que quienes no se aparten de Él, serán guiados a delicados pastos y junto a aguas de reposo, donde confortará Su alma. Él cuidará de Sus ovejas. Aún en valle de sombra de muerte, no temerán mal alguno. Aderezará la mesa delante de ellas en presencia de sus enemigos y ungirá su cabeza con aceite. La vara y el cayado del Señor les infundirán aliento con unos cuantos golpes de vez en cuando si se desmandan. No parece muy agradable, pero la vara a veces infunde aliento[10].

Quienes no se separan del Pastor estarán bien alimentados, cuidados y protegidos. Ahora bien, ¿por qué los pastores tienen ovejas? Para aumentar el rebaño y dar fruto. «En esto es glorificado Mi Padre: en que llevéis mucho fruto y seáis así Mis discípulos»[11]. ¿Cómo se da fruto? Antes que nada, amando a Dios. Lo que debemos preguntarnos es: ¿Cuánto amamos a Dios? ¿Le obedecemos? ¿Lo seguimos de cerca? ¿Amamos lo suficiente a nuestro prójimo como para dar mucho fruto?

Esas son las preguntas que debemos hacernos: ¿Amo lo suficiente al Señor? ¿Tengo una relación lo suficientemente estrecha con Dios? ¿Lo sigo, lo obedezco y sigo Sus pisadas, pegado a Sus talones, justo al lado Suyo, sin apartarme hacia los lados ni adentrarme en el bosque?

Debemos evaluar nuestras prioridades. Conviene sentarnos a calcular los gastos y evaluar las cifras. Es uno de los motivos por los que me gusta llevar estadísticas y tener libros de cuentas. Para saber cómo estamos. Cualquier comerciante que no haga inventario de vez en cuando corre el peligro de arruinarse. Es posible que incurra en pérdidas y hasta vaya a la quiebra sin siquiera saberlo. Por eso es importante llevar cuentas, tanto en materia económica como de uno mismo y hacia Dios. Resulta importantísimo llevar estadísticas del progreso y de los resultados y el fruto que se obtiene, para saber si uno está adelantado, retrasado o qué.

Lo último y más importante que se debe recordar es que «solo una cosa es necesaria, y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada»[12]. María se sentó a los pies de Jesús a escucharlo. Es la única tarea verdaderamente necesaria: sentarse a los pies del Señor para escuchar Su Palabra.

Señor, ayúdanos a recordar que Tu Palabra va primero. Tu amor va primero. Tu amor se manifiesta en Tu Palabra, las Palabras de amor en las cuales se basan nuestra vida y obras. Ese es nuestro todo. Es nuestra entera obligación y deber: amarte y amar a los demás. Amar Tu Palabra y amar a los demás con Tu Palabra.  David Brandt Berg

Publicado en Áncora en septiembre de 2015.


[1] NTV.

[2] Isaías 2:19 NTV.

[3] Mateo 10:28 NTV.

[4] Hebreos 12:6 NTV.

[5] Eclesiastés 12:13.

[6] Mateo 22:37-39.

[7] Mateo 22:40.

[8] 1 Juan 4:19.

[9] Juan 21:15-17.

[10] Salmo 23.

[11] Juan 15:8.

[12] Lucas 10:42.

 

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