agosto 18, 2015
En Hebreos vemos que Jesús ofreció oraciones «con gran clamor y lágrimas al que podía rescatarlo de la muerte». Pero claro que no fue librado de la muerte. ¿Es exagerado decir que el mismo Jesús hizo la pregunta que me persigue, que en algún momento nos acosa a la mayoría? Es esta: «¿A Dios le importa?» ¿Qué otra cosa puede significar la frase de aquel sombrío salmo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Por otro lado, aunque parezca extraño, es consolador que cuando Jesús enfrentó el dolor reaccionó de una manera muy parecida a la mía. No oró de esta manera en el huerto: «Señor, estoy muy agradecido de que me hayas escogido para sufrir en Tu nombre. ¡Me alegra tener este privilegio!» No. Tuvo tristeza, temor; experimentó abandono y algo que incluso se acercó a la desesperación.
De todos modos, lo soportó porque sabía que en el corazón del universo vivía Su Padre, un Dios de amor en el que podía confiar independientemente de cómo se veía la situación en ese momento. La respuesta de Jesús a los que sufren y a los «don nadie» nos permite vislumbrar el corazón de Dios. Dios no es el Absoluto impasible, sino más bien el que nos ama y se acerca. A mi juicio, Dios me mira con todas mis debilidades como Jesús vio a la viuda de pie junto al féretro de su hijo, y a Simón el leproso, y al otro Simón Pedro que soltó maldiciones y a pesar de ello le encargó fundar y dirigir Su iglesia, una comunidad que siempre necesita tener un lugar para los rechazados. Philip Yancey
La mayoría sabemos que el vocablo «evangelio» significa «buena nueva». Sin embargo, podemos equivocarnos al pensar que el sentido de «bueno» en el evangelio siempre se asocia con algo agradable y placentero.
Por ejemplo, las personas nacidas en la época de la posguerra tal vez recuerden los tiempos en que no había medicamentos que tenían un sabor agradable. No se podía escoger entre sabores de plátano, fresa o chocolate. Solo estaba el medicamento original con un sabor entre betún para lustrar botas y gasolina. Las medicinas no tenían nada que ver con ser agradables ni placenteras, sino con el bien que harían.
Dios obra de esa manera. Cuando da un arcoíris, que es una imagen de Su promesa a nosotros, el arcoíris tiene nubes y tormenta como telón de fondo. El salmo 23, uno de los pasajes de las Escrituras más conocidos y queridos, dice de Dios: «En verdes prados me deja descansar; me conduce junto a arroyos tranquilos. Él renueva mis fuerzas»[1]. Aunque esto es consolador, no podemos tomarlo como una declaración que defina la vida cristiana. En el mismo salmo, en el versículo 5, David dice: «Me preparas un banquete en presencia de mis enemigos». Hay un festín y una lucha. Coexisten; el festín representa la provisión de Dios en medio de nuestras dificultades. Chris Thomas, hijo del mayor Ian Thomas, dijo algo muy profundo: «En muchos casos, se nos sirve en el mismo plato la pérdida material y la ganancia espiritual».
El propósito fundamental que Dios tiene para nosotros es que lleguemos a conocerlo a Él y a Jesucristo y que seamos moldeados a la imagen de Cristo. Eso no se nos sirve en bandeja de plata. La intención de Dios es edificarnos, y sin las luchas, gran parte del aprendizaje se perdería por el camino. Sin embargo en esos tiempos de padecimientos y pruebas se revela la naturaleza de nuestra confianza en Dios. Gracias a nuestro amor por Dios y dependencia de Él, limpiará lo malo a fin de que salga lo bueno. En consecuencia, somos muy enriquecidos mediante la experiencia personal de Dios mismo.
Charles Spurgeon, un famoso predicador del siglo XIX, dijo: «Siempre he recordado las épocas de sufrimiento con un poco de nostalgia, no porque quiero que vuelvan, sino que es más bien un anhelo de sentir como entonces la fuerza de Dios, el poder de la fe, aferrarme al poderoso brazo de Dios y verlo obrar como entonces». Charles Price
Cuando sabes que Dios te ama, que se preocupa por ti y que te cuidará pase lo que pase, puedes gozar de tranquilidad de espíritu y puedes descansar en el Señor, pues tienes la certeza de que Él se hará cargo de todo. Por contraste, si tienes ansiedad, andas preocupado, confundido, impaciente y de mal humor es que todavía no has llegado a ese lugar de confianza.
El secreto para tener esa calma, paz, tranquilidad, paciencia, fe y amor es descansar en el Señor. Es calmarse ante el Señor, alabarlo y acudir a Él primero. La imagen de la confianza es paz y tranquilidad de mente, corazón y espíritu. Aunque estés ocupado y debas seguir trabajando, tu actitud y espíritu pueden permanecer calmados. Jesús dijo: «Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar»[2].
Ayúdanos, Señor, a no vivir tan apremiados que posterguemos el tiempo que te dedicamos. Ayúdanos a darte prioridad a diario, a asolearnos espiritualmente en Tu sol, a reposar en Tus brazos, a beber profundamente Tu Palabra y a inhalar Tu espíritu. David Brandt Berg
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Lugar hay donde descansar
junto al corazón de Dios;
allí no llega la maldad,
junto al corazón de Dios.
Jesús, del Cielo enviado,
del corazón de Dios,
te ruego que nos guardes
junto a Su corazón.
C. E. McAfee, 1903
La necesidad primordial de nuestra vida cristiana es tener una relación personal con Dios. La vida divina en nuestro interior viene de Dios, y depende de Él completamente. Al igual que necesito respirar aire a cada momento, así como el sol envía su luz a cada momento, mi alma solo puede ser fuerte al tener comunicación viva y directa con Dios. El maná de un día se echaba a perder al día siguiente. A diario debo tener nueva gracia del Cielo, y solo la obtengo al estar directamente a la espera de Dios mismo. Empieza cada día en compañía de Dios y deja que te conmueva. Dedica tiempo a reunirte con Dios.
Para ese fin, que lo primero que hagas en tus ratos de devoción sea estar en calma delante de Dios. En las plegarias o en la adoración, todo depende de que Dios tenga el lugar principal. Debo inclinarme en silencio delante de Él con fe humilde y adoración, hablar así en mi interior: «Dios es. Dios está cerca. Dios es amor, anhela comunicarse conmigo. Dios el Todopoderoso, el que obra todo en todos, ahora está a la espera de obrar en mí, y darse a conocer». Dedica tiempo, hasta que sepas que Dios está muy cerca.
Cuando hayas dado a Dios Su lugar de honor, gloria y poder, toma tu lugar de mayor humildad y busca llenarte del Espíritu de humildad. […] Como un santo, deja que el amor de Dios se apodere de ti. […] Entra en la santa presencia de Dios con la audacia que da la sangre, y con la convicción de que en Cristo lo complaces. En Cristo estás dentro del velo. Tienes acceso al mismo corazón y amor del Padre. Ese es el gran objetivo de tener una relación personal con Dios, que pueda tener más de Dios en mi vida, y que Dios pueda ver que Cristo se forma en mí. Guarda silencio delante de Dios y deja que te bendiga. Andrew Murray
Publicado en Áncora en agosto de 2015.
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