julio 14, 2015
Fue el orgullo lo que hizo que ángeles se convirtieran en demonios; la humildad es lo que hace que los hombres sean como los ángeles. Agustín de Hipona
Podemos presentar el argumento de que la naturaleza de Dios y su comunicación con los humanos expresan una humildad misericordiosa y una condescendencia asombrosa.
En primer lugar, deberíamos tener una definición clara de lo que es el orgullo (un concepto exagerado de uno mismo) y la humildad (un conocimiento adecuado y una autoevaluación realista). […] Deberíamos preguntar: «¿Cómo defines el orgullo?» [Con orgullo] promovemos una imagen de nosotros mismos porque imaginamos que los otros no aceptarán lo que somos en realidad. En realidad, el orgullo es mentir acerca de la identidad de una persona o sus logros. Ser orgulloso es vivir en un mundo apoyado en falsedades acerca de uno mismo; es aceptar méritos que no nos corresponden.
Ahora bien, no hablamos de estar satisfechos con nuestro trabajo o enorgullecernos de él (como Pablo hizo de su labor de apóstol[1]) o del progreso que alguien ha hecho en la fe[2] y en el empleo adecuado de las habilidades que Dios ha dado. Reconocemos la gracia de Dios que hace que todo eso sea posible. Claro, gloriarse en el Señor[3] y en la cruz de Cristo[4] pone en su perspectiva adecuada nuestra gran dependencia de Dios. Salir adelante sin ayuda, ser autosuficiente, es una expresión de orgullo: es no reconocer —o negarse a reconocerlo—nuestro lugar adecuado delante de Dios. La gracia se da al humilde, no al orgulloso.
La humildad, por otro lado, tiene que ver con hacer una evaluación realista de uno mismo. Eso incluye reconocer no solo los defectos, sino también las virtudes. Es obvio que sería ilusorio afirmar que uno ha inventado el papel aluminio o las notas adhesivas cuando no es así. Sin embargo, ¡también es irreal decir «no toco bien el piano» si quien lo dice es un pianista premiado que con regularidad toca con la Orquesta de Cleveland o la Orquesta Filarmónica de Londres! Esa sería falsa humildad que igualmente no tiene relación con la realidad, ¡sin mencionar que (posiblemente) sea un intento disfrazado de llamar la atención! Una persona que de verdad es humilde no negará tener aptitudes, pero al mismo tiempo reconocerá que sus dones vienen de Dios y que no puede atribuirse el mérito. Así pues, ser humilde es conocer nuestro lugar delante de Dios. Paul Copan
Shakespeare dijo: «Sé sincero contigo mismo, que a esto seguirá… el que seas sincero con todos los demás». ¡Muy cierto! Si eres sincero contigo mismo, lo serás también con el Señor, con tu cónyuge y con los que te rodean.
¡A quien más cuesta confesar las faltas propias es a uno mismo! No nos gusta nada tener que admitirnos a nosotros mismos nuestros propios errores, pecados y defectos porque a veces es muy desalentador, humillante y vergonzoso. Por eso, intentamos disculparnos, defendernos y absolvernos de pecado para no tener que afrontar nuestra realidad. Pero eso solo empeora las cosas, porque cuando no somos sinceros y tratamos de engañarnos a nosotros mismos, y de hacer lo mismo con Dios y con los demás, el resultado es catastrófico. Nos arruinamos la vida, hacemos daño a los que nos rodean y sobre todo le hacemos daño a Dios, además de restarle veracidad a nuestro testimonio y ministerio. Que Dios nos ayude a todos a ser sinceros con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Eso evitará que seamos falsos con los demás. Fingir es fruto del orgullo, es un intento de ocultar la cruda verdad que nos avergüenza.
Con eso no quiero decir que vayamos por ahí presumiendo de todos nuestros pecados y fallos a toda persona que nos encontremos, toda la congregación incluida, ¡solo para demostrar lo sinceros y humildes que somos! ¡Eso también es orgullo! Por extraño que parezca, el que es humilde no sabe que lo es. Si uno cree que lo es, es que seguramente no lo es. «¡El que piensa estar firme, mire que no caiga!»[5] Cuando uno cree que ya lo tiene todo resuelto, Dios le arroja un balde de agua fría a tanta vaciedad y desaparece esa presunción hueca, uno se cae más estrepitosamente que nunca. El orgullo hace que cueste más perdonarnos a nosotros mismos, aunque sepamos que Dios nos perdona.
Sé sincero contigo mismo y atribuye a Dios todo el merito por tus buenas cualidades. Por lo general es una buena regla. «¿Qué tienes que no hayas recibido?»[6] «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto»[7]. Da a Dios toda la gloria. Recuérdate a ti mismo que sin Él no serías nada. Incluso ríete de ti mismo. ¡Tómatelo a broma! Ríete de las cosas tontas que haces. Mi madre lo hacía; era muy distraída y siempre estaba contando anécdotas graciosas de sí misma, de los disparates que hacía. Así se recordaba a sí misma y a los demás que si había algo bueno en ella, se debía a Dios.
¡Ríete de ti mismo, y que sea una buena carcajada! Haz que los demás también se rían de ti. Recuerda también a Dios que eres una persona chistosa. «Él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo»[8]. «Como el padre se compadece de los hijos, se compadece el Señor de los que lo temen»[9]. Dios también tiene sentido del humor; tal vez le puedes ayudar a tomárselo a risa si eres sincero al respecto, lo reconoces y le pides perdón. David Brandt Berg[10]
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Capta la verdad de Dios al seguir el camino que Él proporciona, pues Dios ve la debilidad de nuestros pasos. Ese camino consiste en primer lugar de la humildad; en segundo lugar, de la humildad; en tercer lugar, de la humildad. A menos que la humildad preceda, acompañe y siga todo el bien que hagamos, a menos que mantengamos la mirada fija en la humildad, la soberbia nos lo arrancará todo de las manos. Agustín de Hipona
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He emprendido la tarea de traducir la Biblia al alemán. Eso fue bueno para mí; de lo contrario, tal vez habría muerto pensando equivocadamente que yo era un erudito. Martín Lutero
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Vinicio Riva, un italiano desfigurado, se hizo famoso mundialmente cuando el Papa Francisco lo saludó con un abrazo. Fue un momento de gran emoción. Sin embargo, es un gran contraste en muchos aspectos. He estado en el Vaticano y no parece proclamar: «cuidar de los pobres». Tradicionalmente, el Papa se sienta en un trono de oro. Este Papa, sin embargo, el Papa Francisco, abraza a quienes el mundo evita sin vergüenza ni reparos. El Papa, una de las personas más importantes e influyentes del planeta, no evita a los que son marginados por la sociedad. Los acepta y los abraza literalmente. Eso refleja un modelo de humildad que a su vez se refleja en las decisiones de estilo de vida, al alejarse de la pompa y abrazar a los marginados. ¿Adoptaremos esa postura de humildad? ¿Seremos conocidos por aceptar a los parias con humildad y gracia? Ed Stetzer
Publicado en Áncora en julio de 2015.
[1] 2 Corintios 10:17.
[2] 2 Corintios 7:14; 9:3-4.
[3] 2 Corintios 10:17.
[4] Gálatas 6:14.
[5] 1 Corintios 10:12.
[6] 1 Corintios 4:7.
[7] Santiago 1:17.
[8] Salmo 103:14.
[9] Salmo 103:13.
[10] Se publicó por primera vez en febrero de 1971; texto adaptado.
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