junio 2, 2015
Siempre es posible dejar un poco de amor en el corazón de quienes se cruzan en tu camino. Así sabrán que Dios los amó ese día. David Brandt Berg
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La más sencilla acción en el océano de la vida
deja huella inevitable por el resto de la existencia;
la influencia más sutil afecta a los demás,
se contagia por siempre y hace la diferencia.
Todos dejamos una sombra, una especie de penumbra[1] —algo extraño e indefinido— que llamamos influencia personal y que tiene un efecto en la vida de cada persona a la que alcanza. Nos sigue dondequiera que vamos. No es algo que podemos escoger tener y luego dejamos de lado, como si fuera un abrigo. Es algo que siempre emana de nuestra vida, como luz de una lámpara, o calor de una llama, o perfume de una flor.
Nadie puede evitar causar efecto en otros. Elihu Burritt afirma: «Ningún ser humano llega a este mundo sin aumentar o disminuir la suma total de la felicidad humana, no solo del presente, sino de las siguientes generaciones de la humanidad. Nadie se puede deshacer de esa conexión. No hay lugar aislado en el universo, o lugar oscuro en la no existencia, en el que uno pueda evitar relacionarse con otros; donde uno pueda evitar influenciar con su existencia el destino moral del mundo; en todo lugar se siente nuestra presencia o ausencia, nuestra influencia hace bien o mal a nuestros compañeros en todos lados.» Es la pura verdad. Ser es influir, para bien o para mal, en la vida de otros.
El ministerio de la influencia personal es estupendo. Aunque no lo hacemos conscientemente, siempre dejamos una impresión a través de este extraño poder que emana de cada uno de nosotros. Los demás nos observan y sus acciones cambian como resultado de nuestras acciones. Muchas vidas tomaron un rumbo de belleza y bendición gracias a la influencia de un acto de nobleza. Los discípulos vieron a su Maestro rezando y quedaron tan impresionados con Su fervor, y por el brillo que irradiaba Su rostro mientras comulgaba con Su Padre, que cuando se volvió a acercar a ellos le pidieron que les enseñara a orar. Cada alma queda impresionada continuamente por los vislumbres de amor, santidad y nobleza que manifiestan las personas.
Cada vida noble deja en el mundo un ministerio doble: lo que hace para ser bendición para otros, y la influencia silenciosa que hace que otros sean mejores o se sientan inspirados para hacer el bien. J. R. Miller[2]
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Existe una influencia personal silenciosa que como una sombra emana de cada ser, y esta influencia siempre deja resultados e impresiones por donde va. No es posible no afectar la vida de alguien cada día. Dondequiera que vayas, tu sombra toca a otros y tu presencia los hace mejores o peores. Nuestra influencia depende más de lo que somos que de lo que hacemos. Viviendo una vida hermosa bendecimos al mundo. Yo no subestimo las actividades divinas. Las buenas acciones deben caracterizar cada vida plena. Nuestras manos deben hacer obras espectaculares. Pero si la vida de alguien es noble, hermosa, santa, un reflejo de Cristo, una vida que bendice e inspira, el valor de esa influencia se multiplica muchas veces.
Todo cristiano puede predicar un sermón cada día —en su propia casa y a vecinos y amigos— mediante la belleza de la santidad de su sencilla vida. La vida de un cristiano debe ser una inspiración donde sea que se encuentre. Nuestra influencia silenciosa debe conmover a otros con bendiciones. Después de conocernos, las personas deberían sentirse más fuertes, contentas y entusiastas. Nuestros rostros deben emanar luz, brillar como lámparas santificadas e iluminar los corazones agotados y tristes. Nuestras vidas debieran ser bendición para combatir la tristeza y necesidades humanas que nos rodean. J. R. Miller
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Refiriéndose a la influencia un escritor reflexivo dice: «Que los hombres se acerquen más a Cristo, y abran más su naturaleza para admitir la energía de Cristo y, lo sepa o no —tal vez sea mejor que no lo sepa—, aumentará su poder de Dios con los hombres y de los hombres con Dios». Recibimos poder de Cristo solo cuando nos llenamos de la misma vida de Cristo.
Nos rodean vidas frías, tristes y aburridas que con sincero y cálido cariño, en el nombre de Cristo, serían benditas sin medida y transformadas. Alguien nos cuenta que durante una visita a una joyería, estaban viendo algunas piedras preciosas y, entre otras, le mostraron un ópalo. Se veía de lo más opaco y sin lustre. El joyero procedió a tomarlo por unos momentos y se lo volvió a mostrar a su cliente. Entonces brillaba y centelleaba cual glorioso arcoíris. Necesitaba el cariño y calidez de una mano humana para manifestar su iridiscencia.
Estamos rodeados de vidas que tienen posibilidades extraordinarias de reflejar belleza y gloria. Las piedras preciosas y las joyas carecen de tanta belleza; en su estado terrenal, son opacas y sin lustre, les falta brillo y encanto. Hasta puede que se muestren manchadas y en pecado. Pero solo les hace falta el cariño de la mano de Cristo para relucir con brillo y encanto; para reflejar la hermosura de la imagen divina en ellos. Y tú y yo debemos ser la mano de Dios para estas vidas sin lustre y manchadas. Si las acariciamos con cariño, ese esplendor durmiente brillará, iniciando algo glorioso en ellas.
Las personas que más nos afectan no son las que tienden a manipularnos y persuadirnos, sino aquellas que viven su vida como las estrellas del cielo y los lirios del campo, con sencillez perfecta y sin aires de arrogancia. Esas vidas sí que nos forman.
¿Quiénes nos han influenciado más? No las personas que pensaban que lo hacían, sino aquellas que no tenían la más remota idea de que nos estaban influenciando. En el cristianismo lo implícito no es jamás consciente; si lo fuera perdería ese encanto genuino que caracteriza la ternura de Jesús. La presencia de Jesús se percibe siempre porque produce resultados extraordinarios en situaciones ordinarias. Oswald Chambers.
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Todos influimos en los demás. «Ninguno vive para sí, y ninguno muere para sí». Tu vida afecta inevitablemente a los demás. Nadie puede vivir aislado. A veces una simple palabra, una mirada o una sonrisa, nuestra expresión, tono de voz o actitud tienen mucha importancia. De no ser alegre, victoriosa y alentadora, fácilmente podría hacer tropezar a otro junto con nosotros. Una de dos: o levantamos a los demás a nuestro nivel o los hacemos caer a nuestro estado de abatimiento. David Brandt Berg.
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Las oportunidades de ayudar son infinitas. Por decir, hay un ministerio cotidiano muy gratificante: los actos de amabilidad, las palabras cariñosas, y el contacto sincero que conmueve a las personas que vemos cada día. Los estímulos que enviamos cuando saludamos con un poco más de cariño; influencias que emanan directa o indirectamente de lo que hacemos y de las palabras que decimos.
Anhelamos la cordialidad. Es como una briza de verano para nuestras vidas. Debajo de su influencia cálida y sustanciosa, crecen cosas hermosas en nosotros. J.R. Miller.
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Ustedes son la sal de la tierra. Son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no se puede esconder. Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa. Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo. Mateo 5:13-16[3]
Recopilado por Philip Martin. Publicado en Áncora en junio de 2015.
[1] Penumbra: parte exterior parcialmente oscura de una sombra creada por un objeto opaco.
[2] Tomado de Making the Most of Life, publicado en 1891.
[3] NVI
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