Nuestro Padre obra de formas misteriosas

junio 26, 2015

Pastor John Powell

[Our Father Does Work in Wondrous Ways]

El Pastor John Powell, catedrático de la Universidad Loyola, Chicago, escribe acerca de uno de sus alumnos de la clase de teología. Se llamaba Tommy:

Lo que voy a relatar ocurrió hace unos doce años, mientras observaba entrar al aula a los alumnos de nuestra primera clase de teología.

Aquella fue la primera vez que vi a Tommy. La sorpresa se me reflejó en la mirada. Se peinaba sus largos y rubísimos cabellos, que le colgaban unos quince centímetros por debajo de los hombros. Era la primera vez que veía a un chico con el pelo tan largo. Creo que en aquella época apenas empezaba a estar de moda. Sabía que lo importante no es lo que se tiene encima de la cabeza sino dentro de ella, pero aquel día no estaba preparado y no pude evitar clasificarlo mentalmente como una persona muy rara.

Tommy resultó ser el ateo de la clase en mi curso de teología. No paraba de poner objeciones, sonreía burlonamente y se quejaba de la posibilidad de que hubiera un Dios Padre incondicionalmente amoroso. Convivimos un semestre en una paz relativa, aunque reconozco que a veces me parecía el pesado de la última banca.

Al final del curso, vino a rendir su último examen y me preguntó con un dejo de cinismo:

—¿Cree que alguna vez encontraré a Dios?

De inmediato decidí darle un pequeño electrochoque.

—¡No! —contesté de forma muy enfática.

—¿Por qué no? —preguntó—. Yo creía que era el producto que usted promocionaba.

Dejé que se alejara cinco pasos del aula, y grité:

—¡Tommy! No creo que lo llegues a encontrar nunca. Eso sí, ¡no me cabe ninguna duda de que te encontrará Él a ti!

Se encogió un poco de hombros y, echando a andar, se alejó de mi vida.

Me desanimó un poco pensar que no había oído mi última e ingeniosa frase: «¡Te encontrará Él a ti!» Por lo menos la frase me pareció ingeniosa. Luego me enteré de que Tommy había terminado la carrera, por lo que me sentí agradecido, como era de esperar.

Tiempo después, nos llegó una triste noticia. Supe que Tommy tenía cáncer y estaba en la fase terminal. Antes de que pudiera ir a buscarlo, vino a verme. Cuando entró a mi despacho, tenía el cuerpo consumido por la enfermedad y se le habían caído en su totalidad los largos cabellos por la quimioterapia. Pero, creo que por primera vez, tenía brillo en la mirada y la voz firme.

—Tommy, me he acordado mucho de ti —le dije—. Me dijeron que estabas enfermo.

—Sí. Estoy muy enfermo. Tengo cáncer en los dos pulmones. Me quedan semanas.

—¿Puedes hablar de ello, Tom? —pregunté.

—Claro. ¿Qué quiere saber? —preguntó a su vez.

—¿Qué se siente cuando apenas tienes veinticuatro años y estás muriéndote?

—Hay cosas peores.

—¿Por ejemplo?

—Tener cincuenta años y carecer de valores e ideales. O tener cincuenta y pensar que la bebida, seducir mujeres y ganar dinero son las cosas más importantes de la vida.

Empecé a repasar mis archivos mentales en busca de dónde había clasificado a Tommy como un bicho raro. (Por lo visto, a todas las personas a las que clasifico negativamente Dios me las envía de nuevo para enseñarme algo.)

—En realidad, vine a verlo —añadió Tom— por algo que usted me dijo el último día de clase.

¡Tom lo recordaba! Prosiguió:

—Le pregunté si pensaba que alguna vez encontraría a Dios y usted me respondió que no. Eso me dejó sorprendido. Y luego añadió que me encontraría Él a mí. Pensé mucho en eso, aunque en aquel entonces no se puede decir que buscara a Dios con vivo interés.

Mi frase ingeniosa. ¡Pensó mucho en ella!

—… Pero cuando me extirparon un bulto de la ingle y me dijeron que era un tumor maligno, me puse a buscar a Dios en serio. Y cuando las células malignas se me extendieron a los órganos vitales, empecé a golpear con puños cerrados y sangrantes a las puertas de bronce del Cielo. Pero Dios no salía. Es más, no pasó nada. ¿Alguna vez intentó algo, esforzándose por mucho tiempo, sin conseguirlo? Psicológicamente uno se queda destrozado, harto de intentar. Y luego desiste.

—Pues bien, un día desperté y en lugar de arrojar inútilmente unas cuantas súplicas más sobre aquel alto muro de ladrillo que llevaba hacia un Dios que podía o no estar ahí, desistí. Llegué a la conclusión de que en realidad no me interesaba Dios, ni la vida en el más allá, ni nada de eso. Resolví pasar el tiempo que me quedaba haciendo algo que valiera más la pena. Pensé en usted y en su clase, y recordé algo más que había dicho: «La tristeza fundamental es pasar la vida sin amar. Pero sería casi igual de triste pasar por la vida y marcharse de este mundo sin decir jamás a nuestros seres queridos que los queremos».

—Así que empecé por lo más difícil: mi padre. Cuando me acerqué, leía el periódico. Lo abordé:

»—Papá.

»—Sí, ¿qué pasa? —me preguntó sin bajar el periódico.

»—Papá, quiero hablar contigo.

»—Bueno, dime.

»—Es que… es muy importante.

Bajó lentamente el periódico unos diez centímetros antes de preguntar:

»—¿De qué se trata?

»—Papá, te quiero mucho. Solo quería que lo supieras.

Tom me sonrió con evidente satisfacción, como si sintiera una cálida y secreta alegría que le brotara de su interior, y añadió:

—El periódico se le cayó al suelo. Entonces mi padre hizo dos cosas que no recuerdo que hubiera hecho nunca: lloró y me abrazó. Conversamos toda la noche, aunque él tenía que trabajar a la mañana siguiente. Fue una sensación tan agradable sentir a mi padre tan cerca, ver sus lágrimas, sentir su abrazo, oírle decir que me quería.

»Fue más fácil con mi madre y mi hermano menor. También lloraron conmigo y nos abrazamos, y empezamos a decirnos cosas agradables. Nos contamos los secretos que habíamos guardado durante muchos años.

»Lo único que lamenté fue haber esperado tanto tiempo. Apenas empezaba a abrirme a todas las personas que de hecho estuvieron cerca de mí. Entonces, un día me di la vuelta y me encontré con Dios. No vino cuando se lo rogué. Creo que yo era como un domador de leones que sostiene un aro y les dice: “Vamos, salten por el aro. Les doy tres días, tres semanas”.

»Por lo visto Dios obra a Su manera y cuando le parece más conveniente. Lo que importa es que se hizo presente. Me encontró. Tenía razón. ¡Dios me encontró aun después de haber dejado de buscarlo!»

—Tommy —dije con voz entrecortada— me parece que dices algo muy importante y mucho más trascendente de lo que te das cuenta. Por lo menos a mi juicio, dices que la manera más segura de encontrar a Dios no es convertirlo en una posesión privada, o en alguien que nos resuelve los problemas o que da un consuelo instantáneo en momentos de necesidad, sino abrirse al amor. Lo dijo el apóstol Juan: “Dios es amor. El que permanece en amor permanece en Dios, y Dios en él”.

»Tom, ¿te puedo pedir un favor? Cuando ibas a mi clase eras un pesado. (Risas.) Pero ahora puedes compensarlo… ¿Irías a mi clase de teología y les dirías a los alumnos lo que me acabas de decir? Si yo les dijera lo mismo, no sería ni la mitad de eficaz que si se lo dijeras tú.»

—Estaba listo para hablar con usted, pero no sé si lo estoy para hablar con sus alumnos.

—Piénsalo, Tom. Si estás listo, llámame.

A los pocos días, Tom llamó para decirme que estaba listo para ir a la clase; quería hacerlo para Dios y por mí. Fijamos una fecha, pero no logró llegar. Tenía otra cita, mucho más importante que la que tenía conmigo y con mis alumnos. Lógicamente, su vida no terminó al morir; solo se transformó. Dio el gran paso, y la fe se convirtió en visión. Encontró una vida mucho más hermosa que la que jamás ha visto ojo humano ni percibido o imaginado el oído o la mente del hombre.

Antes de que falleciera, conversamos por última vez.

—No voy a poder ir a su clase —me informó.

—Ya lo sé, Tom.

—¿Se lo diría usted en mi lugar? ¿Se lo diría… al mundo por mí?

—Lo haré, Tom. Se lo diré. Haré lo mejor que pueda.

A todos los que han tenido la gentileza de leer esta sencilla anécdota sobre el amor de Dios les doy las gracias por su atención. Y a ti, Tommy, que me oyes desde las verdes y soleadas colinas del Cielo, te digo que la he contado lo mejor que he sabido.

Si esta historia significa algo para ti, pásala a uno o dos amigos. Es un hecho verídico y no se ha embellecido con fines publicitarios.

Con agradecimiento y atentos saludos,
Pastor John Powell, catedrático de la Universidad Loyola, Chicago.

 

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