junio 1, 2015
La Biblia nos dice que «Dios es amor»[1]. ¿Y qué hizo Dios para demostrarnos que Él es Amor, que nos ama? «De tal manera amó Dios al mundo —a ti y a mí—, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna»[2]. Dios te amó tanto que dio a Jesús para que pagara por tus pecados, para que recibiera en tu lugar el castigo que te mereces. «En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por Él»[3]. Jesús es la manifestación del amor que Dios nos tiene.
Algunos preguntan: «¿Por qué no dejas a Jesús al margen de todo esto? ¿Por qué tienes que emplear ese nombre? ¿Por qué tiene que ser siempre Él el símbolo? ¿Por qué no puedes decir simplemente Dios y hablar de Dios nada más? Así nos sería mucho más fácil aceptarlo, si no insistieras en mencionar a Jesús».
Normalmente les contesté: «¿Y por qué no?» Si es cierto que es el Hijo de Dios y que Dios escogió a Jesús para manifestarse al mundo y demostrar Su amor, es Dios mismo quien insiste en ello. Quien ama a Dios, que ame a Su Hijo. Son las condiciones que ha impuesto Dios, no nosotros. «Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que tiene al Hijo, tiene también al Padre»[4]. Dios insistió en que reconociéramos y amáramos a Su Hijo, y Jesús mismo dijo: «Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida; nadie viene al Padre, sino por Mí»[5].
O sea, que para salvarte solo necesitas a Jesús. A Dios Padre ni siquiera lo podemos comprender; para nosotros es un concepto inmenso. «Como son más altos los Cielos que la tierra, así son Sus caminos más altos que nuestros caminos, y Sus pensamientos más que nuestros pensamientos; ni los Cielos de los Cielos lo pueden contener»[6]. Ninguno de nosotros alcanza verdaderamente a comprender lo grandioso, fabuloso y maravilloso que es Dios Padre. Él sobrepasa los límites de la comprensión humana, supera lo más fantástico de nuestra imaginación, pues Él y Su Espíritu rebasan el universo entero. Y, sin embargo, se puso en nuestro plano y nos envió a Su Hijo Jesús, para que viéramos cómo es Él.
Esa es, pues, la principal voluntad de Dios para ti: que reconozcas que Jesús es el Hijo de Dios, creas en Él como Salvador tuyo y recibas Su amor, que procede de Dios y se manifestó con Su muerte en la cruz, cuando recibió el castigo que exigían las leyes perfectas de Dios a causa de tus pecados, a fin de que pudieras ser perdonado y por ende salvarte.
¿Por qué necesitas que te perdonen? Porque todos somos pecadores. La Biblia dice: «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios»[7], y «la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro»[8].
Es decir, que lo primero que debemos confesar es que somos pecadores. Aunque hay quienes dicen: «En realidad yo soy bastante bueno. Sin duda Dios me premiará por ser bastante bueno, al menos mucho mejor que muchas otras personas». Lo siento, pero con eso no basta. Nadie puede ganarse el Cielo a menos que sea perfecto; y nadie es perfecto. Todo el mundo comete errores y todos han pecado.
Por eso murió Jesús, porque todos somos pecadores y nos resulta imposible ser perfectos. Nos es imposible cumplir las leyes perfectas de Dios, como las leyes de Moisés. No hay nadie capaz de cumplir los Diez Mandamientos. ¡Es totalmente imposible! Jesús es el único perfecto, y por eso es el único que ha podido pagar por nuestros pecados; y como Jesús sufrió nuestro castigo en nuestro lugar, Dios nos pudo perdonar. Por eso nos puede dar la salvación como regalo, ya que nosotros nunca nos la podríamos ganar. Nunca podríamos ser perfectos; siempre cometemos errores y pecamos.
Es como un indulto: Dios se ha ofrecido a indultar a los culpables, por muy malo o impío que seas o por terribles que sean las cosas que hayas hecho; a Dios le da igual. Con tal de que le confieses humildemente que eres pecador, le pidas que te perdone y aceptes a Jesús en tu corazón, te salvará.
No puedes llegar al Cielo por tus propios esfuerzos, no puedes conseguir salvarte por tu cuenta. No puedes ser lo suficientemente bueno; es imposible. Si fueras tan bueno como para salvarte, ¡serías Dios! Pero ni tú ni yo somos Dios. Todos somos pecadores. Todos hemos pecado, todos necesitamos Su amor y misericordia para salvarnos, y ese amor y esa misericordia los encontramos en Jesucristo.
«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe»[9]. No te puedes salvar solo, por muy bueno que trates de ser. Es imposible que seas tan bueno como para ganarte, merecerte o hacerte acreedor a la perfección celestial de la santa salvación, obra de la gracia, amor y misericordia de Dios.
La salvación se recibe puramente como un regalo, no porque sea uno muy bueno, o porque se la merezca o se la gane, ni tampoco por las obras que haya hecho, ni por las obras de la ley ni por observar la ley. Recibimos la salvación porque Dios nos ama y nos la da, y lo único que tenemos que hacer nosotros es creer y recibirla. Es un regalo de Dios.
Pero hay muchas personas que son demasiado orgullosas para aceptar un regalo. Se quieren ganar todo lo que reciben. Sin embargo, no te va a salvar lo mucho que vayas a la iglesia, a misa, ni lo mucho que ores ni todo lo demás. El único que nos puede salvar es Jesús. «Porque hay un solo Dios y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre»[10] y «en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el Cielo dado a los hombres, en que podamos ser salvos»[11].
El único que nos puede liberar del pecado, y de su poder y condenación, es Jesús. «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad». «La sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado»[12]. Sea lo que sea que hayas hecho.
Dios te perdonará todos los pecados del mundo salvo uno, el de rechazar a Jesús. Pues Su Palabra dice que eso es «blasfemia contra el Espíritu Santo», el Espíritu de verdad[13]. El único pecado imperdonable es el de rechazar al Espíritu Santo, negarse a hacer caso de la voz de Dios y desdeñar Su amor y Su salvación, que nos brinda Cristo. Dice que esto no será perdonado ni en esta vida ni en el mundo venidero[14].
O sea, que la gran condenación no es que los hombres ya sean pecadores —cosa que Dios puede perdonar y de hecho perdona si aceptamos Su remisión por medio de Su Hijo—; la gran condenación es rechazar a Jesucristo. «Esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas»[15].
Pero si te acercas a la luz, que es Jesús, «la luz del mundo»[16], «ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús»[17], para los que han recibido a Cristo y Su perdón. El Señor dice: «Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Señor, el cual será amplio en perdonar. Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos. Si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana»[18].
Con el Señor puedes comenzar de nuevo, pues cuando recibas a Jesús como tu Salvador, habrás «nacido de nuevo» espiritualmente y serás una «nueva criatura» en Cristo Jesús»[19]. Dios dice que «deshará como niebla tus pecados, como una nube; los echará tras Sus espaldas, y nunca más se acordará de ellos contra ti»[20].
Y cuando hayas recibido a Jesús, ya no podrás perderle; nunca te echará fuera. «Todo lo que el Padre me da, vendrá a Mí; y al que a Mí viene, no le echo fuera»[21]. Si tienes a Jesús, si tienes al Señor, tienes vida, vida eterna, y la vida eterna no se pierde nunca. ¡Podrás perder tu vida física, pero no la eterna!
La salvación es para siempre. Una vez salvo, siempre serás salvo, porque Dios no puede mentir, ni faltar a Su Palabra, ni volverse atrás. Dios no cambia de parecer. Una vez que has recibido a Jesucristo, y lo amas, lo conoces y crees en Él como tu Salvador, eres un hijo salvo de Dios y vivirás para siempre. Una vez que has «nacido de nuevo» como hijo Suyo, lo serás siempre.
Es así de sencillo. No tienes más que recibir a Jesús, el Hijo de Dios, como Salvador tuyo, pidiéndole que entre en tu corazón. Puedes hacerlo ahora mismo si quieres conocer la solución divina a todos tus problemas, y deseas que Su amor y felicidad llenen tu corazón de alegría y te den un nuevo plan y objetivo en la vida. Así de maravilloso es Él, y es todo así de fácil. ¿Por qué no haces la prueba?
Jesús dijo: «Yo soy la puerta —la puerta para entrar en la Casa de Su Padre, el Reino de Dios—; el que por Mí entrare, será salvo»[22]. De modo que si quieres ir al Cielo, tienes que pasar por Jesús, la Puerta abierta. Lo único que tienes que hacer es creer en la Puerta y cruzarla por fe, recibir a Jesús en tu corazón, y estarás salvado. Con solo entrar por la Puerta abierta —Jesús—, habrás entrado en la esfera celestial de la salvación, el reino de Dios.
Compilación de los escritos de David Brandt Berg publicada por primera vez en marzo de 1984. Texto adaptado y publicado de nuevo en junio de 2015.
[1] 1 Juan 4:8.
[2] Juan 3:16.
[3] 1 Juan 4:9.
[4] 1 Juan 2:23.
[5] Juan 14:6.
[6] Isaías 55:9; 1 Reyes 8:27.
[7] Romanos 3:23.
[8] Romanos 6:23.
[9] Efesios 2:8-9.
[10] 1 Timoteo 2:5.
[11] Hechos 4:12.
[12] 1 Juan 1:9,7.
[13] Marcos 3:28-29.
[14] Mateo 12:32.
[15] Juan 3:19.
[16] Juan 8:12.
[17] Romanos 8:1.
[18] Isaías 55:7, 1:18.
[19] Juan 3:3; 2 Corintios 5:17.
[20] Isaías 44:22, 38:17; Hebreos 8:12.
[21] Juan 6:37.
[22] Juan 10:9.
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